A finales de 2012 había acabado de escribir El viaje de Pau, mi primera novela, a la que había dedicado un año muy intenso. No sabía nada sobre el mundo editorial, y mientras esperaba el veredicto de un pequeño certamen literario llamado Premio Alfaguara y/o la respuesta de sellos modestos como Planeta a los que, generosamente, había ofrecido la posibilidad de publicar mi ópera prima, me puse a chafardear en la blogosfera.
Llegué a la rápida conclusión de que un blog era un buen espacio para poner mis (siempre interesantes) reflexiones al alcance de ávidos lectores y, de paso, ir calentando el ambiente para cuando se publicase mi libro.
Fueron llegando algunas cartas de rechazo, intercaladas con sorprendentes propuestas en las que pretendidas editoriales me pedían compartir el esfuerzo económico que suponía un nuevo lanzamiento. Nada, 2500 eurillos por aquí, 4000 por allí. Con la mosca detrás de la oreja, empecé a sospechar que conseguir que te publicaran un libro o ganar un premio literario no era tan sencillo; y eso que la historia que yo había escrito era la bomba.
He de decir que, además de no saber nada del sector editorial, tenía una idea bastante vaga de lo que era una buena novela; aunque de esto no fui consciente hasta algún tiempo después.
Total, que en mis incursiones en la apasionante comunidad bloguera descubrí a un buen número de autores que autopublicaban sus obras. La gama de motivaciones era muy diversa: desde quienes ambicionaban petarlo con un ebook en Amazon, sin prestar mucha atención a cuestiones tan secundarias como la ortografía, el estilo o la coherencia; hasta quienes, adoptando una actitud profesional (por supuesto, prestando toda la atención a esas tediosas cuestiones secundarias), habían tomado el camino indie asumiendo todas las consecuencias. Eran auténticos militantes de la autopublicación.
También había quienes habían optado por ella como una opción puramente pragmática. Se trataba de una vía para dar a conocer sus obras mientras disfrutaban de la experiencia y aprendían todo lo posible durante el proceso.
No tardé en perder los prejuicios respecto a los autores indies. Conocí a algunos con mucho talento, que se movían con gran soltura al margen del circuito tradicional. De verdad, algunas de las mejores historias que he leído en mi vida las descubrí así.
Conclusión: la autopublicación era un camino muy legítimo, y hacerlo bien no sólo era una cuestión de respeto a uno mismo y a los posibles lectores, sino también una inversión a futuro. Desde luego, hacer las cosas lo mejor posible, siempre lo es.
De modo que, en junio de 2013, autopubliqué El viaje de Pau, y con la complicidad de un montón de gente bonita, a la que nunca habría conocido de no haberme embarcado en esta aventura, mi primer libro llegó a lugares tan remotos como Tailandia o la Patagonia, a los que probablemente nunca pueda ir en persona.
El Valle de Pineta, un paraíso bellísimo e inspirador.Foto: Benjamín Recacha
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Debo reconocer que El viaje de Pau es una historia muy mejorable. Eso es algo que he aprendido a base de escribir y de aprender a leer con ojos críticos. Leer buenas historias, entender cómo están construidas, conocer el proceso creativo de otros autores, te enseña a ser más autoexigente, a perder el apego por tus textos y a comprender que corregir también es escribir. Tan importante como el proceso de escritura es el de revisión.
Aprender a convivir con los recuerdos
A lo largo de esta década he escrito otras novelas, montones de artículos y un buen puñado de cuentos y relatos. La recacha ha sido testigo de mis sueños e inquietudes, de mi evolución ideológica y personal. En diez años da tiempo a muchas cosas, a reafirmarse en algunas ideas y opiniones, a sonreír condescendiente ante la ingenuidad de quien creía tener las claves para cambiar el mundo, a pensar «¿cómo pudiste escribir esto?». Es mi bitácora, e igual que uno no arranca (o no debería) las páginas de un diario ni puede borrar los recuerdos, sino que debe aprender a convivir con ellos, yo nunca he borrado nada de lo aquí publicado, porque, aunque no me reconozca en algunos textos, todos ellos forman parte de lo que soy. Todos ellos representan a la persona que era en el momento en que fueron escritos.
Me alegro de no haberme quedado atrapado entre dogmas, de haber tenido siempre la suficiente flexibilidad como para dudar de mí mismo y admitir que mi predisposición al entusiasmo también era la vía más directa hacia el desengaño. Ser consciente de ello y estar abierto al enriquecimiento intelectual que aportan otras visiones del mundo seguramente es lo que me ha permitido avanzar, tropezando, claro, pero no tanto como para renunciar a levantarme. Y el balance, desde luego, es mucho más que positivo.
Nueva novela para celebrar los diez años
La recacha inició su viaje con el viaje de mi primera novela, y celebro su décimo aniversario con la inminente publicación de otra novela, la quinta de mi catálogo, pero la primera con un sello editorial. Días de arañas, buitres y ovejas llegará muy pronto a las librerías gracias a la complicidad de Velasco Ediciones. Nos encontramos en pleno proceso de revisión. Una más. Esta historia es lo que es —creo que, con diferencia, la mejor que he escrito— también gracias a este blog y a la predisposición a sumar de personas que he conocido por aquí.
Acabé el primer borrador hace casi cinco años, si no he perdido la cuenta, y dediqué un año largo más a corregir, recortar, modificar, reescribir y añadir las aportaciones del puñado de lectores cero que, con toda la generosidad del mundo, compartieron sus impresiones sinceras y críticas (qué valioso es esto para un escritor) conmigo. Pero es que, antes de eso, el propio proceso de escritura estuvo influido por la comunidad bloguera. Como diría el inspector Jesús García, protagonista de la novela, fue cosa de intervención divina, porque sin esas aportaciones, y en especial una muy concreta (que explicaré en su momento), que me iluminó la bombilla cuando más atascado estaba, esta historia probablemente habría muerto en un callejón sin salida.
Como decía, celebro el décimo aniversario de la recacha ultimando la edición de un libro en el que he puesto lo mejor de mí, a cuya redacción he aplicado todos mis conocimientos sobre escritura, a cada uno de cuyos personajes he dedicado toda la atención necesaria para que pervivan en el recuerdo de los lectores. O eso, al menos, es lo que espero. Si El viaje de Pau, como es normal en una primera novela, pecaba de los errores de la impaciencia, Días de arañas, buitres y ovejas es producto de una cocción a fuego lento y un largo reposo. Podrá gustar más o menos —cualquiera que escriba con intención de ser leído debe tener asumido que una vez pone sus historias en circulación dejan de pertenecerle—, pero nadie podrá decir que es una historia mal escrita.
Y que Velasco Ediciones haya apostado por ella, y que lo haga de forma valiente (os aseguro que así es), me parece un motivo lo bastante significativo como para celebrarlo conjuntamente con los diez años de este rinconcito soleado y agradable, de esta recacha a la que tanto debo y que tantas alegrías me ha aportado.