Revista Diario
Es inminente mi depresión. Tenía un rato de no sentirla, ya casi se me había olvidado de cómo se siente, cómo de pronto la vida parece no valer absolutamente nada. Pero hay una razón. Me voy a separ de mi esposa.
Tras varios meses de intentarlo, la cuerda se rompió de tanto tensarla. No es extraño para quienes nos conozcan, que evidentemente no es nadie... Yo bipolar, e incapaz de vincularme emocionalmente al nivel que ella requiere. Y ella, exigente y demandante como nadie en el mundo.
La amo, no hay duda. Y en el fondo, creo que ella también. Pero ya no es vida. Siempre enojados, siempre peleando, siempre a la expectativa: yo de lo que me va a reclamar, y ella de qué cosa me puede echar en cara.
Hace dos días tomé la decisión después de muchas e infructuosas sesiones de terapia de pareja. Nada ha valido la pena. Ni mis esfuerzos por implicarme más en su vida y poner más atención a la mía, al mismo tiempo; ni su intención para relajarse y ser más tolerante con mis pérdidas absolutas de la atención.
Ahora no sé qué va a pasar. Ahora fui yo quien tomó la iniciativa de separarnos, porque en otras ocasiones había sido ella la que hacía sus maletas y yo la detenía en la puerta, a mitad de la noche. Sí, como escena de telenovela. Pero esas son otras historias que contaré en otros espacios.
Ahora sólo quiero decir que la depresión ha llegado. La siento calando fuerte en cada segundo, cada pensamiento. Si mis compañeros de trabajo normalmente me parecen vacíos y estúpidos, ahora siento que el vacío y estúpido soy yo, junto con ellos, sólo que yo guardo silencio y distancia...
Tengo esa horrenda sensación de extrañamiento, como si yo no perteneciera a este mundo, y el mundo no me perteneciera, como si todo lo viera desde afuera, "en tercera persona". No tengo ganas de hablar con nadie de nada, y más bien, quedarme aislado en algún cuarto, lejos de cualquier presencia humana. ¿Por que no puedo hacerlo simplemente y olvidarle del trabajo, las cuentas por pagar, el tráfico, la gente, la navidad, las compras, la familia, la familia, la familia, y ella. Que justo ahora que escribo el pronombre que le corresponde, me ha arrancado un suspiro que, como casi todos ellos, es incontrolable, rebelde y profundo.