Todos los reinos históricos tuvieron sus paladines, sus héroes reales que determinaron el destino prodigioso o la grandeza de su pueblo. En España, Isabel I y sus descendientes Carlos I y Felipe II han pasado a la Historia como artífices de lo que alcanzaría a ser una de las más grandes naciones de todos los tiempos. Pero, Francia también comenzaría así con algunos de sus personajes coronados, y que llevarían a cabo los necesarios cimientos que la convertirían, años después, en otras de las más grandes naciones europeas. Francisco I de Francia sería el iniciador -malogrado en sus objetivos políticos iniciales- de lo que luego consolidaría Enrique II y, sobre todo, Enrique IV con su nueva, decisiva e histórica dinastía Borbón.
Francisco I de Valois (1494-1547) no se limitaría a luchar en los campos de batalla europeos, sino que trataría de ganar la carrera artística que el Renacimiento italiano habría conseguido dominar ya desde mediados del siglo XV hasta casi todo el XVI. Príncipe verdaderamente renacentista, se ocuparía de transformar su corte en un reducto de artistas de toda condición, origen y naturaleza. Ha pasado a la Historia por haber acogido a Leonardo da Vinci en uno de los momentos más dramáticos para éste. El gran creador florentino le bendeciría así con las más grandes obras maestras de todos los tiempos, hoy depositadas en el Louvre.
Su hijo Enrique II continuaría su devoción de patronazgo nacional, que su padre emprendiera ya para hacer de Francia una gran nación en todos los órdenes de la vida. Aunque ha pasado más a la historia por haber sido uno de los primeros reyes franceses que acabaría amando más a su amante que a su real esposa. Tres años después de celebrar matrimonio con Catalina de Médicis -aún siendo él Delfín de Francia-, se uniría absolutamente con Diana de Poitiers, concubina de extraordinaria belleza y de piel tan blanca como las de las modelos renacentistas que los maestros de entonces pudieran con sus óleos representar.
Pero sería Francisco I quien en un viejo castillo al norte de Francia, el de Fonteinebleau, introdujese el Manierismo en su país. Lo redecoraría, lo rediseñaría, y albergaría en él toda la creatividad que artistas italianos -por entonces los mejores del mundo- pudieran realizar con sus obras renacentistas en suelo francés. Se crearía una escuela, la Escuela de Fontainebleau, que formaría ya a artistas franceses, como François Clouet (1510-1572), el cual retrataría en una magistral obra a la hermosa Diana de Poitiers en 1571. Retrato éste que marcaría, además, una tendencia en la forma de plasmar toda la sensualidad cortesana del renacimiento manierista francés.
Ya Clouet había realizado en 1559 -año del fallecimiento de Enrique II- su mitológica creación El baño de Diana, donde el autor representaría además a su rey Enrique a caballo, visto al fondo de la obra -y distante de la escena principal-, escena en la que la diosa romana -Diana cazadora- está solazándose satisfecha y rodeada de ninfas y sátiros manieristas. Estas obras de Clouet marcarán la tendencia que Fonteinebleau mostrará con su virtuosismo sensual, mágico y misterioso de sus creaciones. Pero, a diferencia de las de autores conocidos, muchas de las obras de ese excelso período francés pasarían a la Historia anónimas, sin posibilidad alguna de saber realmente de quienes fueron su autoría.
Es el caso del conocido cuadro más paradigmático de esa efímera Escuela francesa, el Retrato de Gabrielle d'Estrées y una de sus hermanas, fechado al parecer en 1594. Siguiendo la influencia de Clouet, el autor realizaría una maravillosa obra de Arte sin él saberlo entonces. ¿Qué mayor grandeza en un creador que la de no firmar su obra, que jamás desvelar su autoría? Sin embargo, esta eventualidad -nunca sabida bien por qué- llevaría a sus obras a poder permitirse incluir alardes, libertades y mensajes semiocultos y misteriosos que han pasado a la historia del Arte como las creaciones más inquietantes y enigmáticas -además de bellas y geniales- habidas jamás.
Después del fallecimiento del rey Enrique II de Francia el país entraría en uno de los momentos históricos más dificiles tenidos entonces en su edad Moderna. Sus hijos hirían reinando frágilmente, sucediéndose en instantes además influidos por los terribles conflictos causados por las guerras de religión francesas. Los hugonotes -protestantes franceses- lucharían por el poder de Francia frente a los católicos fanáticos e intransigentes. Y es cuando Catalina de Médicis -reina madre- piensa que un matrimonio adecuado resolvería los problemas. Su hija menor Margarita de Valois la comprometería entonces con el líder de los hugonotes, familiar lejano de los Valois, Enrique de Navarra (entonces Navarra era un pequeño reino bajo influencia francesa).
Pero ambos contrayentes se detestaban, y el matrimonio tan sólo mantuvo a salvo las vidas de ambos frente a las traiciones e intereses de los candidatos al trono de Francia. Hasta que éste, el trono, acabaría vacante y en manos de Enrique de Navarra -futuro Enrique IV- en 1589, uno de los más importantes reyes franceses que determinará las bases de la posterior grandeza del país. Un año después, aún en luchas religiosas, su amigo el duque francés de Bellegarde -Roger de Saint-Larry- le presentará a su amante Gabrielle, y el rey quedaría del todo ya inevitablemente enamorado.
Desde entonces Enrique IV tratará infructuosamente de anular su matrimonio con Margarita, mujer promiscua, lasciva en exceso, y sin escrúpulo alguno en compartir su lecho con aquello que algún beneficio acaso pudiera obtener. Pero Gabrielle, como la mayoría de las concubinas cortesanas, era mujer de alta sociedad, y su padre la uniría en matrimonio con Nicolás d'Amerval; sin embargo, Gabrielle abandonaría tres meses después a su marido para convertirse en la amante oficial del rey de Francia.
Le ofrece al rey Enrique IV tres hijos: César, Catalina y Alejandro. Bastardos, por supuesto. Pero, aquélla como éste no dejarían de amarse por sus propios motivos, iguales y diferentes. Gabrielle no dejaría de visitar a su antiguo amante Roger, duque de Bellegarde, cuando el rey estuviese lejos, ocupado o enfermo. Cuenta una leyenda -que como todas, no es ni verdad ni mentira- que Gabrielle quedaría embarazada de un cuarto hijo en octubre de 1598, cuando el rey se encontraba recién operado de un absceso terrible que le impediría orinar. Y es entonces cuando la retratan en Fontainebleau. ¿Quién? No se sabe. ¿Por qué así, de esta forma tan curiosa, provocativa y misteriosa? Tampoco.
Alguien sabría todo sobre su vida y sus leyendas, y, con el virtuosismo que el Arte sólo tiene, la plasmaría metafóricamente atrapada entre el anhelo de ser reina, su futura maternidad y el padre enigmático -al parecer Roger-; éste además retratado a su vez dentro del cuadro -encima de la chimenea- en donde tan sólo sus piernas sentadas se le ven. El sentido erótico del lienzo no es sexual sino maternal, una de las características de su estado de buenaesperanza se señalaría claramente aquí, entre los dedos de su compañera retratada. ¿Quién es ésta, además? El título dice su hermana, pero ¿lo era? Otros afirman que no, que se trataría de la siguiente amante del rey, Henriette d'Entragues.
En abril de 1599, cinco meses después de su embarazo, fallecería Gabrielle d'Estrées de una infección mortal. ¿El destino de Francia en manos del amor inadecuado de un rey? El le prometería a su amante que, a su anulación de Margarita, se esposaría con ella; pero, no lo cumpliría. Moriría ella antes que eso, y la familia Médicis acabaría reinando de nuevo en la corte de Francia. Enrique IV se casaría con María de Médicis en 1600. El reino entonces comenzaría un esplendor nunca antes visto en el país, ahora pacificado, próspero e ilusionado. Para ese momento el Manierismo triunfante en el Arte terminaría, sin embargo, decayendo poco a poco. Pero su rey francés no lo vería. El 14 de mayo de 1610, cuando Enrique IV de Francia -el primer rey Borbón coronado- paseaba en su carruaje por París, un iluminado católico fanático -François Ravaillac- se avalanzaría decidido, vengativo y odioso, acuchillándole mortalmente así.
(Óleo Gabrielle d'Estrées -a la derecha- y una de sus hermanas, 1594, Escuela de Fontainebleau, Museo del Louvre, París; Obra manierista El baño de Diana, 1559, del pintor francés François Clouet, Museo de Rouen, Francia; Óleo Diana de Poitiers o Dama en el baño, 1571, de François Clouet, Galería Nacional de Washington, EEUU; Detalles -tres- de Gabrielle d'Estrées y una de sus hermanas, 1594, Escuela de Fontainebleau; Retrato de Margarita de Valois, Margarita de Navarra, 1572, François Clouet; Retrato de Enrique IV de Francia con armadura, 1610, del pintor flamenco Frans Pourbus el joven, Museo del Louvre, París.)
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