Desde hace mucho, pienso que en el cine y la TV ya está todo inventado, que ya se han contado todas las historias posibles, y lo único que hacen los guionistas es dar vueltas en círculo una y otra vez. Prueba de esto son todos los reboots o remakes (como los queráis llamar) que pueblan nuestras pantallas.
Por ello, me ha resultado una delicia el descubrir en el catálogo de Netflix la película de 2012 DJANGO DESENCADENADO.
En esta oscarizada cinta, Tarantino recopila una serie de tópicos del género del Spaghetti Western, les da una vuelta de tuerca y construye una historia compleja y con una impecable estructura narrativa, perfectamente acompañada por la música y el grafismo de los créditos, elementos que entroncan con la estética del género.
La historia arranca en el Sur de Estados Unidos, en 1958 (tres años antes de la Guerra de Secesión). Un cazarrecompensas alemán (interpretado por Christoph Waltz) libera al esclavo Django (Jamie Foxx) para que le ayude a encontrar a unos criminales. Al terminar este trabajo, se convierten en socios y pasan un tiempo cazando fugitivos y ganando mucho dinero. Pero el objetivo de Django, desde el primer momento, es recuperar a su mujer Broomhilda (Kerry Washington), también esclava. Una vez consiguen localizarla, trazan un elaborado plan para liberarla.
En su aventura, los protagonistas se cruzan con personajes de lo más variopintos, magistralmente interpretados por actores tan conocidos como Samuel L. Jackson, Leonardo DiCaprio, Don Johnson, Franco Nero... Y todo aderezado con la violencia, un descarnado retrato de las bajezas humanas y un más que generoso uso de sangre artificial, que forman parte del personalísimo estilo de Tarantino.
Por todo lo dicho, puedo afirmar es una de las mejores películas que he visto últimamente y, para mí, supone la redención de Tarantino, después del (en mi opinión) infumable ciclo de Kill Bill.
Besitos y... ¡hasta el próximo post!