Las reservas de los países ahorradores, las cigarras, no se dedican tan sólo al juego sutil de estabilizar el cambio del dólar; se dedican también a invertir en busca de mayor rentabilidad y lo hacen, por lo general, a través de los fondos soberanos.
Los fondos soberanos (SWF) son fondos de inversión gubernamentales, financiados con reservas internacionales pero gestionados de forma distinta a la pura gestión de reservas porque lo que persiguen, en principio, es lograr una alta rentalibilidad, lo que significa aceptar mayores riesgos.
Los fondos sobreranos no son nuevos: el de los Emiratos Árabes Unidos data de 1976. Lo que es nuevo es su rápido crecimiento, actual y futuro. En 2007 administraban unos 2,5 billones de dólares de activos, pero, según cálculos de Jen, especialista de Morgan Stanley, podrían ascender a 12 billones en 2015.
No todos los fondos soberanos persiguen el mismo objetivo. Existen fondos de estabilización, normalmente creados en países con abundantes recursos naturales, cuyo propósito radica en compensar oscilaciones del precio de sus productos en los mercados internacionales. Existen fondos dedicados a compartir con futuras generaciones la riqueza presente. Existen fondos de desarrollo cuyo propósito es financiar proyectos de desarrollo en el país. Existen fondos de pensiones para hacer frente a los desemboldos futuros de ese tipo de obligaciones. Y existen también fondos destinados a invertir parte de las reservas del país en activos de alta rentabilidad. Todos ellos, sin embargo, deben invertir para obtener rendimientos y es en ese terreno en donde surgen, a veces, los problemas.
Los fondos soberanos son poco o nada transparentes. Con la excepción del noruego, no publican informes anuales ni se conoce cuáles son sus propósitos ni el destino de sus inversiones. Son, además, vehículos de inversión públicos, con lo cual, y en muchos casos, no se sabe bien si sus operaciones tienen carácter financiero o están determinadas por razones políticas. En el prinero de los casos, y aunque fuera a regañadientes, los gobiernos, especialmente los del mundo occidental, poco podrían alegar en contra de tales inversiones, pese a que a ningún gobierno le entusiasma que otro gobierno tome posiciones en su economía; en el segundo caso, la reacción puede llegar a ser inquietante porque están en juego muchas bazas políticas: desde eliminar la competencia en terceros países a forzar una negociación política con la amenaza de cerrar empresas en las que han invertido. Al fin y al cabo, lo que más interesa a los gobiernos no es el dinero sino el poder.
El más inquietante es el fondo chino, cuya aparición en los mercados ha coincidido con la gran perturbación financiera iniciada en 2007 con la crisis de las hipotecas de baja calidad (subprime). Golpeadas por esa crisis, varias instituciones financieras norteamericanas, como Morgan Stanley y el Grupo Blackstone, han recibido, como agua de mayo, el capital chino, que ha evitado su derrumbamiento. La inversión china no es la única ni la más importante, puesto que los gobiernos de Singapur, Kuwait y Corea han inyectado recursos muy considerables en Citigroup y Merrill Lynch, otras dos instituciones atrapadas por la crisis de las hipotecas; pero sí es la que ha sido recibida con mayor recelo por el Gobierno norteamericano y, en cierto modo, por las instituciones internacionales, dado que China sigue siendo, en su organización política, un país comunista y que, en consecuencia, el motivo político tenderá a prevalecer sobre el económico.
Los fondos soberanos son canalizadores de inversión pero no son las únicas vías de expansión exterior de los países que cuentan, año tras año, con superávit exteriores porque sus empresas adquieren, fuera de su país, intereses en otras empresas. Sirvan de ejemplo la fusión de Rusal y Sual, empresas rusas metalúrgicas, con la Gleucore suiza; la presencia de Nimir Petroleum Company, la compañía saudí, en Sudamérica, Asia Central y hasta en Rusia; o, por volver a China, la adquisición por Lenovo, la multinacional de ese país, de la división de ordenadores portátiles de IBM.
Los países que ahorran son, por necesidad, economías expansivas en busca de mercados, tecnología e influencia; los que gastan por encima de sus recursos, y tienen que recurrir al ahorro externo, terminan por enajenar, por una u otra vía, parte de su patrimonio nacional. De ahí que las tendencias recientes de las distintas economías muestren una redistribución del poder económico desde parte de los países OCDE, los occidentales, hacia países asiáticos y países con grandes recursos energéticos, redistribución que, muy probablemente, se acentuará con la actual crisis.
fuente: ODISEA 2050 La economía mundial del siglo XXI (Jaime Requeijo)