María Amalia de Sajonia entró en el tablero de juego de la monarquía española en 1738, cuando su futuro esposo tenía 22 años y ostentaba la corona del reino de Nápoles. Sus padres, Felipe V e Isabel de Farnesio consideraron que era el momento de elegir una esposa para su hijo. Felipe V quería para Carlos una princesa austriaca, por lo que decidió solicitar la mano de una de las hijas del emperador Carlos VI, su antiguo rival en la Guerra de Sucesión al trono español. Pero la negativa muy poco diplomática por parte de la corte de Viena obligó a buscar en una rama secundaria de la Casa de Austria. La escogida era sobrina nieta del emperador.
Hija de Federico Augusto II, príncipe-elector de Sajonia y futuro rey de Polonia y de la archiduquesa María Josefa de Austria, hija de José I, anterior emperador del Sacro Imperio, María Amalia de Sajonia era aún una niña de trece años. A pesar de que era una muchacha inteligente y culta, elegante y amable, su físico no era muy agraciado. De hecho, hubo voces que se elevaron afirmando sin ningún tipo de reparo que “esa reina, con su marido, forman la pareja más fea del mundo”.
Dos años después de celebrarse el enlace entre Carlos y María Amalia se anunció con gran alegría el primer embarazo de la reina. Pero aquel fue el inicio de una larga y dolorosa peregrinación de partos y muertes prematuras que provocaron en María Amalia una mutación de su carácter con constantes excesos de ira y ataques de nervios. La primera niña, María Isabel fallecía a los dos años de edad, el mismo año del nacimiento de su hermana María Josefa que no sobrevivió más que escasos meses. Otras María Isabel y María Josefa nacieron en 1743 y 1744, llevando los nombres de sus hermanas difuntas. Solamente ésta última llegaría a la edad adulta. Embarazada por quinta vez, María Amalia tuvo que soportar de nuevo la desilusión por no haber engendrado a un heredero varón. Nacía María Luisa, que con el tiempo sería emperatriz.
Y cuando al fin llegaba al mundo en 1747 el primer hijo varón, Felipe Antonio, tuvieron que asumir pasados pocos años, que aquel era un niño demente incapaz de gobernar. Con gran dolor por su parte, Carlos tuvo que excluirlo de la línea sucesoria por su retraso mental.
Aquellos años María Amalia se convirtió en una reina amargada, enferma y debilitada por los constantes partos y por la presión psicológica a la que se vio sometida. Quienes sufrieron más aquella situación fueron sin duda los miembros del servicio quienes recibían gritos y golpes por cualquier mínimo error en el protocolo.
En 1748 los reyes de Nápoles recibieron con gran alegría al que, esta vez sí, sería rey de España como Carlos IV. Tras él vendrían otros seis vástagos que heredarían el trono napolitano y enlazarían con distintas casas reales europeas.
El 10 de agosto de 1759 fallecía Fernando VI de España. Para mayor gloria de Isabel de Farnesio, quien llevaba años anhelando la subida al trono español de uno de sus hijos, Carlos de Nápoles era proclamado Carlos III de España. Tras organizar un consejo de regencia para el que sería su sucesor en el reino napolitano, su hijo Fernando, Carlos y María Amalia emprendieron el viaje hasta Madrid.
El nuevo hogar de María Amalia no fue en absoluto de su agrado. Feliz en su corte de Nápoles, la nueva reina de España no se adaptó nunca al clima, las costumbres, los palacios ni, sobre todo, a su suegra. A pesar de que en el pasado habían mantenido una cariñosa correspondencia, la presencia de ambas en la corte supuso un choque de poderes irreconciliable.