Revista Cultura y Ocio

La reina de las nieves - Carmen Martín Gaite

Publicado el 14 enero 2019 por Elpajaroverde
Sofía, mira la luna, te está llevando mi historia. Algo así le imploraba Mariana León a su amiga Sofía Montalvo en Nubosidad variable, novela, al igual que la que hoy os traigo, escrita por Carmen Martín Gaite. Cuántas historias traerá y llevará la luna, cuántas nacerán bajo su influjo, cuántas iluminará, alumbrará, cuántas otras permanecerán escondidas en sus zonas oscuras. Si saco ahora a relucir nuestro satélite y su papel ora de trovador, ora de musa, es porque últimamente parece que he sido hechizada por él. Soy víctima de una inlunación, término que tomo prestado del título de uno de los cuentos de Mercè Rodoreda reunidos en el libro cuya reseña precede a esta; las historias se me tornan mágicas bajo la luz lunar, cobran vida y se vuelven más auténticas que la realidad. Cito a Rodoreda porque con ella comenzó esta locura, pero no, es comenzar La Reina de las Nieves y recuperar el tono de Martín Gaite que descubrí en Nubosidad variable y darme cuenta, al acudir a mi mente el recuerdo con el que abro esta reseña, de que mi fiebre lunática procede de antes. Sin embargo, a Rodoreda la tenía que nombrar, porque me ha parecido tan natural el tránsito de la lectura de sus cuentos a esta novela... Tan natural como que ambos libros, ya añejos, los adquirí juntos; tan natural como que inconscientemente los he leído seguidos; tan natural como que hace unos meses fue Rodoreda quien me diera el empujón definitivo para estrenarme con Natalia Ginzburg, escritora cuyo estilo narrativo me recordó muchísimo al de la catalana y de la que, para más inri, la leí traducida al español por Carmen Martín Gaite, con la que por fin también me estrené poco después. «¡Cómo se anudan las cosas a veces! Y siempre[...] a través del hilo de la palabra. No tenemos otro hilo, cuando ya se ha perdido todo».
La reina de las nieves - Carmen Martín GaiteLeonardo Villalba tampoco tiene otro hilo porque también lo ha perdido ya todo. Ha perdido la infancia, el pasado, las raíces; los cuentos de la abuela en torno a los que orbitaba el mundo de su niñez; se ha perdido a sí mismo. Se ha perdido porque, al igual que a Kay, el protagonista de un cuento de Hans Christian Andersen que su abuela le contara una y otra vez y que comparte título con esta novela, se le ha metido un cristalito en el ojo y se le ha instalado en el corazón.
«Y entonces fue cuando lo besó. Ya antes estaba yerto, pero el beso de la Reina de las Nieves le caló más hondo, hasta el centro del corazón. «Voy a morir convertido en carámbano», fue el último pensamiento de Kay donde todavía conservaba la noción de anomalía, porque aquella situación cabía compararla con otras anteriores cuyo recuerdo no se había borrado aún para siempre. Pero aquella idea fue instantánea como un relámpago postrero. La señora del manto blanco le volvió a besar y entonces Kay ya se sintió completamente bien, porque no sentía nada. Todo era igual, todo era eternamente blanco. Olvidó a Gerda y a los chicos de la plaza, olvidó el verano, las flores, los cuentos, la tabla de multiplicar y toda su existencia anterior, incluida su propia casa y la callejuela en cuesta que llevaba a ella.
«Ahora no te besaré más», dijo la Reina de las Nieves, «porque, de hacerlo, morirías.»
Pero el corazón de Kay estaba ya tan frío como la muerte».
Así de frío está el corazón del Leonardo adulto. Frío como la muerte. Frío como la blanca nieve engañosa que hace sentir bien porque hace dejar de sentir. Leonardo ya no siente: desde que se le metió el cristalito en el ojo, es incapaz de llorar. Y sin embargo... ¿dónde queda todo ese vértigo que no es sino miedo a la locura, a los «sueños de volar», esa la lucha entre lo poco que somos y lo mucho que quisiéramos abarcar; el vértigo de saltar al abismo que separa los sueños de la infancia de la realidad adulta?
Leonardo tira del hilo de las palabras pues es lo único que le queda: su literatura de marginados. El extranjero, le llamaba su padre haciendo alusión a la obra de Camus. Sí, eso es lo que le queda: literatura, palabras, que no libros.
«-...Pero los libros son para leerlos, no para atesorarlos y que críen polvo. La gente que más los guarda y recuenta no es la que más apego tiene a lo que dicen. ¿Estás de acuerdo?
-Completamente. Lo que tienes que hacer tuyo y entretejer con tu vida es lo que dicen. Cuando vale la pena, claro. Se llegan a crear unas simbiosis que a veces da miedo. El libro luego es como la sepultura de un ser querido. Le vas a poner flores, pero no sirve da nada. Su alma no está allí, revolotea por los lugares donde dejó su semilla. O sea, dentro de nosotros».

La reina de las nieves - Carmen Martín Gaite

Ilustración de Rudolf Koivu de
La Reina de las Nieves de H. C. Andersen

Los libros son tumbas. Su materialidad los delimita, los esquina, los vuelve obtusos. «Lo que se toca, se toca, y ya te lo dejas de creer». Alguien nos enseñará más tarde en este libro algo acerca de las propiedades y nos dirá acerca de un jardín que «es mucho más mío precisamente porque no tiene valla, muchísimo más mío, sin comparación." [...] Las cosas son del que las mira y las sabe apreciar y las entiende y es capaz hasta de hablar con ellas». El propio Leonardo tiene también una curiosa teoría sobre vallas, límites y esquinas. Se la contará a su compañero de celda en el segundo capítulo de esta novela. Porque sí, Leonardo está en la cárcel, de allí sale para protagonizar esta historia y allí lo conocemos, contando a su compañero cuentos que le susurra la luna, en ese capítulo que es otra historia en sí mismo y además una de las más hermosas que he leído en mi vida.
«Porque crees que puedes abarcarlo todo, ir a donde te dé la gana, decidir miles de cosas desde dentro de ti, y luego no puedes, no descansas, sólo vives atento a no pegarte contra las esquinas de los demás, del tiempo, de los muebles, de las máquinas, a que no te peguen el trastazo, como cuando va uno montado en los autos de choque de la verbena. Y te parece que has ido donde has querido y que has hecho lo que te ha dado la gana, pero no, todo se reduce a andar zarandeado de tumbo en tumbo, a evitar esquinas y leyes y llamadas, a elegir entre las mil alternativas con que te tienta el mundo movedizo..., ¿cómo podrá estar tan asentado y ser tan movedizo al mismo tiempo?... Lo sientes ineludible encima de ti, forzándote a experimentar placeres, emociones y odios que son como agua contaminada; te aturde con preguntas, te acorrala con consejos, ¿qué piensas?, ¿adónde vamos?, ¿a qué hora terminas?, date prisa, defínete; y entonces te marginas y sueñas con vivir una aventura a contrapelo y te declaras fuera de la ley, por eso, por huir de las definiciones, pero caes en la delincuencia y ya estás definido otra vez, quieras o no, eres un delincuente y te están buscando, conque a huir de esa búsqueda, y ya estamos en las mismas, no hay manera de volar, no hay manera. Hasta que caes aquí, en este hondón, y es el descanso, porque han dejado de perseguirte. Esta es la nada pura, el puro absurdo, sí, el vacío, pero desde el vacío se puede abarcar todo, viajar a cualquier sitio. Porque este lugar contiene a los demás. Y además los ha destilado, los recuperas ya sin esquinas».
Al mundo de esquinas regresa Leonardo tras su estancia en prisión, y es la confluencia entre ese mundo y el suyo propio la que lo hace volver al pasado y recomponer la historia familiar. «Llegar allí es tu vocación», le invoca providencialmente un verso del poeta griego Constantino Cavafis; «pero no debes forzar la travesía», continúa el poema. Así, cual Gerda, compañera de Kay en el cuento que tantas veces escuchara de labios de su abuela, emprende la tenaz pesquisa, y, así, comprende al fin, que en ese personaje que tanto le ofuscaba de pequeño y «su resistencia a escuchar los cantos de sirena que pretendían disuadirla y torcer su camino, ahí es donde está la aventura, la razón de ser del cuento, la verdadera lección de rebeldía contra el destino». Leonardo, cual Ulises que regresa a Ítaca, emprende aun sin saberlo el camino a la casa que fuera el centro neurálgico de su infancia. Solo allí podrá descongelarse su corazón. Solo desde ese corazón descongelado acudirán las lágrimas a sus ojos y arrastrarán consigo el cristalito. Porque solo cuando se entierran definitivamente los mamuts del pasado que vuelven a cada tanto para embestirnos, como los llama el camarero de uno de esos locales nocturnos en los que Leonardo, como tantos hombres y mujeres en tantas ciudades se escondían para olvidarse del miedo que les produce lo que hay en la superficie, se puede renacer a la vida.
«Llorar es romper aguas. Los niños siempre lloran al nacer...»

La reina de las nieves - Carmen Martín Gaite

El caminante sobre el mar de niebla, de Caspar
David Friedrich. Fotografía de Cybershot800i
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Si rasco, si tiro del hilo y deshilacho esta novela hasta dejar desnudo el esquema de su trama principal, su historia se me antoja un tanto folletinesca, género que no está entre mis apetencias, y, sin embargo, en este caso me ha encantado. Me ha encantado porque me lo ha contado una grande, me ha lanzado sus redes y yo recojo los hilos que me tiende, los destrenzo y anudo a mi antojo, me balanceo sobre ellos, avanzo entre los mismos cual Tarzán a través de lianas. De la manga de esta maga de la literatura que era (es) Carmen Martín Gaite salen personajes como de cuento, de esos que aparecen providencialmente para ofrecerte la llave, la pista que ayuda a resolver el acertijo. Y esa llave abre la puerta a una historia que, aunque parte de la principal, tiene identidad por sí sola. Y salen perlas, flores, de las bocas de algunos de esos personajes (y de los principales, como no) que yo me aplico a recoger, a subrayar, y que al volver más tarde sobre ellos redimensionan la lectura y me ofrecen nuevos significados: los universales y los aplicables a unos años y lugares determinados.
Carmen Martín Gaite homenajea con esta novela no solo al cuento de Hans Christian Andersen con el que comparte título, sino a todos aquellos otros que forman parte de nuestro bagaje lector e itinerario personal, entendiendo por cuento cualquier historia real, inventada o mezcla de ambas, porque a ver quién se atreve a delimitar lo que es ficción y lo que es realidad, a ver quién sale a chocarse con esquinas difuminadas o es capaz de vallar el jardín. Y recurre para ello no solo a la luna, sino también a las viejas casonas, a los acantilados, a los faros, al mar. Porque tal vez sea solo el mar el único capaz de competir con la luna en su afición por llevar historias de unos a otros y porque, al fin y al cabo, una buena historia «cambia y pregunta y ruge, como el mar».
El padre de Leonardo escribe en una misiva a la mujer que tan gran lección sobre las propiedades nos regalará, refiriéndose tanto a ella como a su hijo, la siguiente declaración: «Pertenecéis a una raza distinta. A ese grupo de seres privilegiados y superiores para quienes la soledad supone liberación y no condena». Es para esa raza, para ese grupo de seres no tengo yo tan claro que tan privilegiados y superiores, que Carmen Martín Gaite escribe esta novela; para aquellos para quienes la soledad nos supone muchas veces liberación pero yo discrepo y creo que en ocasiones también condena, pues «eso es precisamente la literatura, una prisión de cristal».
Cierro este libro cuando lo termino: el físico, el compuesto por hojas, guardas, cubierta y sobrecubierta. La historia, la que he leído yo, la que he ayudado a construir «porque el que escucha no pertenece al reino de las sombras ni de los muertos», no se cierra. Un cristalito se ha desprendido de esa prisión de cristal, se me ha incrustado en la piel y la ha traspasado, indisoluble ya de mí como lo son esas historias que leemos y admiramos pensando que, si tuviéramos el suficiente talento, las podríamos haber escrito nosotros mismos, tal es el grado de identificación y revelación con lo leído. Del Leonardo Villalba de Carmen Martín Gaite tan solo me queda despedirme una vez que cierro las páginas que lo contienen. Y quiero hacerlo tal y como lo hizo su compañero de celda, exactamente igual excepto por la omisión de una última frase de una única palabra, pues no viene a cuento. Precisamente es a su cuento al que pertenece esa palabra; el mío, como el de todos, con sus puntos de concordancia y disonancia, es otro cuento.
«Adiós. Salgo a pegarme golpes contra las esquinas. Nunca podré olvidarte».
La reina de las nieves - Carmen Martín Gaite
Ficha del libro:*
Título: La Reina de las Nieves
Autora: Carmen Martín Gaite
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2006
Nº de páginas: 336
ISBN: 978-84-339-0973-2
*El ejemplar que yo he leído se corresponde con la imagen de portada que os dejo. Se trata de una licencia editorial de Anagrama para Círculo de Lectores que data de 1994.
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