Luisa Isabel de Orleans vivió muy poco tiempo en la corte española, pero el suficiente para que el pueblo la recordara como la reina loca. Su locura estaba muy alejada de la que en otro tiempo se le atribuyera a otra reina, Juana I, quien se suponía loca pero de amor. Luisa Isabel de Orleans escandalizó a todos con su actitud extravagante y en absoluto digna de una reina. Corría por los pasillos en paños menores, eructaba y se ventoseaba sin ningún tipo de pudor y comía de manera desordenada en los lugares más insospechados. Por poner sólo algún ejemplo. No es de extrañar que cuando su marido falleció repentinamente, Felipe V, de nuevo en el trono, y su esposa Isabel de Farnesio, se afanaran en mandarla de vuelta a su Francia natal.
Luisa Isabel de Orleans nació en el palacio de Versalles el 9 de diciembre de 1709. Era una de las siete hijas de Felipe II de Orleans, sobrino de Luis XIV, y Francisca María de Borbón, hija ilegítima del rey Sol y una de sus amantes, Madame de Montespan. El nacimiento de Luisa Isabel no fue en absoluto celebrado, pues sus padres esperaban que, tras la llegada de varias niñas, el nuevo vástago fuera un niño. De hecho, recibió tan mal la noticia del nacimiento de la pequeña que ni tan siquiera se dignaron a darle un nombre por lo que durante su infancia se la conoció como Mademoiselle de Montpensier.
La pequeña no sólo no fue bautizada con ningún nombre sino que sus padres descuidaron su educación y fue llevada a un convento desde bien pequeña junto a una de sus hermanas. Cuando volvió a la corte, pues fue expulsada del centro religioso por su mala conducta, Madame de Montpensier creció totalmente descontrolada.
En 1721, cuando se pactó su enlace con Luis de España, tenía doce años. Fue entonces cuando se cayó en la cuenta de que Mademoiselle de Montpensier no estaba bautizada, ni había recibido la primera comunión, sacramentos que se le otorgaron deprisa y corriendo.
Cuando llegó a Madrid, las extravagancias de la francesa fueron reídas por la corte y su propio marido. Risas que pronto mudaron en gestos de asombro para terminar escandalizando a todo el que se cruzaba en su camino.

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