El 20 de enero de 1666, de madrugada, moría Ana de Austria. Un cáncer de mama, uno de los primeros certificados en la historia, dio a la madre del Rey Sol una de las muertes más terribles, ver como su cuerpo se descomponía estando ella aún viva. Pero Ana mantuvo la serenidad y la paciencia que caracterizaron toda su vida. Aceptó su destino con resignación y gran entereza. Desaparecía una de las reinas más importantes de Francia.
Una infanta amada
Ana de Austria era la mayor de los ocho hijos que tuvieron Felipe III de España y su esposa la reina Margarita de Austria. Nacida el 22 de septiembre en Valladolid, Ana tuvo una infancia feliz. A pesar de que su madre murió cuando ella tenía 10 años, tras el nacimiento de su octavo hijo, la infanta recibió siempre el cariño y amor de toda su familia. En especial de su padre. Felipe III, que fue sin duda un rey mediocre pero un marido enamorado y un padre amantísimo, (...), dedicó entonces a sus hijos, y principalmente a Ana, grandes demostraciones de afecto. 1
Una vez en la corte de Francia, Ana recordaría aquel afecto familiar y se lo inculcaría a sus propios hijos, chocando totalmente con la fría y distante María de Médici, su suegra, quien educó a sus hijos en la más estricta etiqueta y siempre poniendo por encima de todo la razón de estado.
Intercambio de novias
El 9 de noviembre de 1615, Ana cruzaba el puente sobre el Bidasoa, frontera natural entre España y Francia. En sentido contrario se dirigía su cuñada, Isabel de Francia. Esta se había casado por poderes en Burdeos con el futuro Felipe IV, hermano de Ana. Ana había contraído nupcias por el mismo sistema en Madrid con Luis XIII, rey de Francia.
La doble boda había sido concertada por la reina madre María de Médicis con el objetivo de alcanzar la paz entre los dos países. Felipe III había aceptado pero no tuvo reparo en mostrar en público la tristeza que le produjo la separación de su hija mayor.
Matrimonio desdichado
Ana de Austria y Luis XIII se desposaron el 25 de noviembre de 1615 en la catedral de Burdeos. Convertidos en marido y mujer, María de Médicis se encargó de amargar a la joven pareja. La reina madre no quería que Ana tuviera ningún poder en la corte ni que menguara la gran influencia que ejercía sobre su hijo. Así que María, ayudada por el cardenal Richelieu, se dispuso a separar a la pareja y limitó sus encuentros a la necesaria unión para conseguir un heredero.
A la influencia materna se unía una repugnancia patológica de Luis XIII hacia el sexo y la poca estima que tenía hacia su mujer.
Ante esta situación hostil no es de extrañar que fuera complicado que los reyes concibieran un heredero. En 1622, siete años después de su boda, Ana consiguió por fin quedarse embarazada. Pero un tropiezo tonto le hizo perder el bebé. Esta desdichada situación alejó aun más a Luis de su esposa culpándola de la pérdida de su hijo.
Ana tendría que esperar muchos años hasta ser madre, tiempo en el que la amenaza de repudio estuvo siempre presente.
Las cartas españolas
El asunto de las llamadas “Cartas españolas” podría haber sido un buen pretexto para Luis. En 1635 España y Francia habían entrado en guerra. La relación epistolar que Ana mantuvo con su hermano, el Cardenal Infante quien entonces era gobernador de los Países Bajos, puso a la reina en el punto de mira. Se la acusó de conspirar contra su país de adopción y favorecer a los intereses españoles. Por suerte, Luis, a pesar de castigar a su esposa públicamente, renunció a abandonarla. Su fuerte religiosidad se lo impedía, así como un hecho práctico, si se volvía a casar y tampoco tenía hijos, entonces sería él el culpable de la infertilidad conyugal.
Durante este tiempo Ana también fue acusada de mantener un idilio con el Duque de Buckingham. A pesar de las continuas muestras de amor que el duque hizo en público, nunca se pudo provar que realmente mantuvieran un romance. El afaire de los diamantes que su antigua amante lady Carlisle robó a Buckingham fue uno de los episodios más famosos que Alejandro Dumas plasmó en su gran obra Los tres mosqueteros.
El hijo del milagro
Al fin, en 1638, cuando la reina estaba cercana a los 40, se quedó embarazada. El 5 de diciembre nacía el ansiado heredero, el futuro Luis XIV. Dos años después nacía su segundo hijo, Felipe.
La maternidad fue una de las facetas más sinceras y emotivas de la reina Ana. En una época en la cual el sentimiento maternal era todavía incierto y se confundía con los intereses del linaje, Ana descubrió la alegría de amar por encima de cualquier otra cosa a aquella criatura.2
Muere el rey, nace la reina
En 1643, cuando Luis era aun menor de edad, moría su padre el rey. En su testamento, Luis XIII hizo todo lo posible para limitar el poder de regente que sabía que Ana heredaría tras su desaparición. Dispuso un Consejo de Regencia, que gobernaría de facto dejando a un lado a la legítima regente. Pero Ana dio un golpe de efecto anulando el testamento de su marido y, con el apoyo del Parlamento y de los principales príncipes de sangre, despidió a todos los ministros nombrados por Luis. Solamente se quedó con uno, el cardenal Mazzarino.
A partir de ese momento, desaparecía la infanta española y nacía la verdadera reina madre que lucharía por los derechos de su hijo y de Francia.
La Fronda
Consciente de su débil conocimiento político, Ana confió en el cardenal Giulio Mazarini, al que nombró primer ministro. La reina y el cardenal tuvieron que hacer frente a un movimiento revolucionario de descontentos conocido como la Fronda. Una serie de levantamientos contra el poder absolutista y el veloz ascenso de Mazarino sumieron a Francia en el caos de 1648 a 1653. El país terminó aceptando el poder absolutista de Luis XIV, nombrado rey en 1651.
El estrecho trabajo de gobierno que llevaron a cabo la reina regente y el cardenal ministro trajo consigo rumores de idilio que nunca se probaron.
Una muerte cruel
Tras el ascenso de su hijo al trono y la muerte de Mazarino, Ana de Austria se retiró a vivir a Val-de-Grâce aunque viajaba constantemente a París. Fue en uno de sus traslados a Versalles, en 1664, cuando la reina madre empezó a sentir los primeros dolores de una enfermedad letal. A partir de entonces y durante dos largos años, Ana vio descomponerse su propio cuerpo a causa de un cáncer de mama.
Con estoicismo, dignidad y grandeza, Ana de Austria soportó suplicios tan grandes como contemplar cómo los médicos le iban cortando la carne del pecho o cómo ésta se pudría provocándole fuertes dolores.
El invierno de 1666, la reina Ana de Austria descansaba por fin en paz. Fue enterrada en la basílica de Saint-Denis, al lado de los grandes monarcas de Francia. 1. Bartolomé Bennassar, Reinas y princesas del Renacimiento a la Ilustración. Pág. 16
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Recopilación de la vida de varias reinas y amantes relacionadas con la corona francesa.
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Un análisis exhaustivo del papel de las grandes damas en estos dos periodos importates de la historia.