Hoy el Real Madrid se la juega frente al Borussia de Dortmund. Objetivo: remontar el 4-1 del partido de ida en semifinales. Los ilusos tienen todavía unas horas para prepararse porque es misión imposible: mi vaticinio se ampara bajo la sombra de mi ignorancia absoluta y voluntaria de la cosa del fútbol. Esto hace que mis predicciones pasen desapercibidas y sean achacadas por los entendidos y forofos multinivel a una falta de sensibilidad extrema por el tema. Creo que fue Forges quien dio, para mi gusto hereje, una de las mejores definiciones del fútbol de primera división actual: un grupo de millonarios que se reúnen los domingos para jugar y la gente, encima, va y los aplaude. Y además paga, añado.
La locura que impulsa a creer que remontar a dos equipos fuertes, jóvenes, altos, en una excelente forma física, con una estrategia clara: ser una apisonadora imparable hacia la portería contraria, y alemanes para más inri, es el reflejo de la misma locura de que adolece este Gobierno, con su argumentario manipulador y burdo. El PP apela al instinto más primario, al corazón, a la fe ciega en una religión neoliberal que enarbola estandartes de austeridad para convertir al infiel, al anti-su-sistema, al progresista faltón que acosa a los políticos a la puerta de su casa y atemoriza a las viejecitas madres de los banqueros. Y hablan, balbucean de remontada. Sitúan esa gesta heroica que es la remontada en un punto inconcreto del futuro, tampoco saben cuantificarla ni concretar en qué consistirá: si será la de todos o solo la de unos pocos, la de los que siempre remontan, los que siempre flotan.