La gran pregunta que la prensa internacional se formula tras la inauguración de la retrospectiva de Maurizio Cattelan en el Guggenheim neoyorkino es si el artista italiano estará a tiempo de contener su discurso antes de que se le vaya de las manos. Cattelan, a sus 51 años, piensa que ha llegado el momento de retirarse, aunque en términos artísticos, sus 21 años de carrera sean una cifra relativamente corta.
Photo: David Heald © Solomon R. Guggenheim Foundation
Para esta última función, Cattelan ha reunido 128 piezas representativas y las he presentado en una única obra, un titánico esfuerzo logístico que destaca por su impactante puesta en escena. Reunidas bajo el título “All”, las obras penden de una masa gigantesca de cables conectada a una viga de aluminio en la rotonda superior del museo. Y pese a que faltan dos trabajos cuyos dueños no han querido ceder, la totalidad de lo que Cattelan representa y ha representado para el arte, cuelga en vilo en lo que ya se considera una de las más grandes, complicadas y visualmente caóticas instalaciones de la historia del arte.
Nancy Spector, curator de la retrospectiva, habla en el catálogo de la misma de una premeditada intención por parte del artista de una perversa falta de respeto hacia lo que el público espera de una retrospectiva. “All” habla del déficit de atención que caracteriza nuestros tiempos, de la posibilidad de contemplar toda obra de Cattelan en un rápido vistazo. Pero en el fondo, la exposición responde a la ambivalencia que siempre ha acompañado a este artista, a sus modestos orígenes (hijo de camionero y mujer de la limpieza) y sus filias, desde la fascinación por la muerte (representada en sus taxidermias animales) o su culto al fracaso.
“All” es una obra incapaz de generar indiferencia, el fin de una era y el comienzo de otra sin Maurizio Cattelan, si es que no estamos ante uno de los trucos de marketing que suelen rodear a las rockstars. Lo sea o no, dad al César lo que es del César.