Durante algunas décadas, la orilla izquierda del Sena, en París, representó el esplendor intelectual de Francia, el lugar donde se reunían sus mejores mentes y donde se suscitaban los debates intelectuales y politicos más variados. Como es bien sabido, buena parte de la vida se realizaba en los cafés, donde se escribía, se debatía y se organizaban fiestas entre amigos. Nombres como Camus, Sartre, Simone de Beauvoir, Gide, Malraux o Aragon han quedado como los protagonistas de las guerras soterradas que se libraban entre escritores y artistas de gran influencia, mientras Europa vivía años oscuros a la sombra del fascismo y del comunismo, lo cual hacía que también numerosos refugiados, como el alemán Ernst Erich Noth, se instalaran en este sector de la capital francesa. Noth dejó una preciosa descripción de la vida cultural de París en los años treinta:
"Se integraba en la vida de todos los días y se reflejaba en el aspecto de las calles. El barrio de los editores, situado entre el Sena y Montparnasse es, sólo desde el punto de vista de su superficie, el más grande del mundo. Los establecimientos de educación más importantes de la capital, como la Sorbonne, la Escuela Normal, la Academia Francesa y el Instituto, de donde han salido o donde han aterrizado numerosos escritores, están evidentemente incluidos en él... El infinito número de librerías (París tiene más que todas las ciudades de Estados Unidos reunidas), que me parecían constituir, en el enmarañamiento denso de las calles, los eslabones de una cadena inextricable que une las editoriales unas a otras, ilustra con evidencia la presencia de un verdadero público lector.
(...) Cualesquiera que sean su origen y su residencia, voluntaria o forzosa, el autor que ha residido una vez en este universo fascinante, sobre todo si ha trabajado en él, vuelve a hallarse inmediatamente como en su casa, como en una morada que hubiera sido hecha a medida para él."
Uno de los asuntos que más sorprenden de La rive gauche es la inmensa influencia de que gozó el Partido Comunista entre los intelectuales durante muchísimos años. No importaba que llegaran las primeras noticias de las purgas de Stalin, o que la desfachatez de la Unión Soviética llegara hasta el punto de celebrar un pacto de no agresión con Alemania (lo cual abrió de par en par las puertas a la Segunda Guerra Mundial). Muchos militantes seguían unidos a su madre ideológica por una especie de cordón umbilical irrompible, que les otorgaba seguridad a la vez que les robaba su libertad de pensamiento. También es bastante insólita la relación que establecieron una gran mayoría de intelectuales con el ocupante alemán a partir de la primavera de 1940, lo que se vio favorecido por la llegada de Gerhard Heller, un admirador de la cultura francesa, como una especie de delegado de asuntos culturales de los nazis, que también estaba encargado de la censura. Heller se mostró desde el principio como un firme partidario de que la vida cultural francesa prosiguiera como hasta aquel momento - libre de judíos, eso sí - y favoreció la continuación de la actividad de editoriales tan fundamentales como Gallimard. Bajo la ocupación alemana, aunque parezca sorprendente, muchos comunistas pudieron seguir escribiendo, al menos en los primeros tiempos, y se publicaron novelas tan fundamentales como El extranjero, de Albert Camus. También era posible asistir a escenas tan pintorescas como ésta, descrita por Simone de Beauvoir:
"Una noche se interpretó la obra teatral de Picasso, "Le désir attrapé par la queue". Sartre estaba entre los actores, Camus dirigía la representación . Asistían, entre otros personajes, Picasso y Braque, Jean-Louis Barrault, Jacques Lacan y Georges Bataille. Llegó la hora del toque de queda: la fiesta comenzó; Sartre y Camus recitaron y cantaron."
Cuando se empezó a otear en el horizonte que la derrota alemana era posible, la resistencia a la ocupación se acrecentó. Bajo la superficie de la vida cultural francesa se movían decenas de publicaciones clandestinas, financiadas o no por los comunistas, en las que muchos intelectuales trataban de tomar posiciones ante el futuro inminente. Otros, como Drieu La Rochelle, que se habían significado demasiado en favor del enemigo, empezaban a sentir una especie de espada de Damocles sobre sus cabezas. En realidad, pocos intelectuales fueron tan coherentes como Antoine de Saint Exupery, que después de la derrota huyó a Estados Unidos para intentar que este país entrara en guerra y posteriormente moriría durante una misión aérea de reconocimiento. La mayoría consideraron que la influencia de sus escritos combativos era la mejor aportación que podían hacer en el esfuerzo bélico, aunque es cierto que estas meras actividades les hacían arriesgar su libertad e incluso sus vidas.
La llamada Depuración, fue un fenómeno curioso, puesto que fue mucho más furibunda en los meses posteriores a la liberación y pronto se fue sosegando, por lo que muchos intelectuales que habían colaborado de forma bastante obvia con los alemanes - los grandes editores entre ellos - pudieron librarse con relativa facilidad de ser procesados. El Comité Nacional de Escritores se tornó en una institución muy importante a la hora de emitir dictámenes respecto al comportamiento de ciertos escritores en los años precedentes. En realidad la liberación supuso para muchos de los intelectuales de la orilla izquierda, una especie de momento culminante, en el que sentían que su prestigio y su influencia habían llegado a un punto álgido. Pronto llegaría la Guerra Fría, y el momento de tomar partido entre Oriente y Occidente. Los comunistas presionaban más que nunca, mientras era obvio para muchos que robaban las libertades de los países que habían ocupado al final de la guerra. Pero para el militante comunista era realmente difícil desprenderse del halo del Partido que lo significaba todo. Después de su expulsión, Edgar Morin expresó su sentimiento de pérdida con estas palabras:
"Todos estaban al abrigo, en sus hogares, en los mítines. Yo estaba solo como un fantasma, mientras que en todo el mundo los obreros marchaban... Había perdido para siempre la comunión, la fraternidad. Excluído de todo, de todos, de la vida, del calor, del partido. Y me puse a sollozar."
La rive gauche es un ensayo realmente impresionante, un estudio con unas coordenadas espacio-temporales muy específicos, pero que apabulla al lector (en el buen sentido) por la inmensa labor de investigación y documentación que debe haber supuesto estudiar la vida, las relaciones y la obra de decenas de personajes. Un libro fundamental en torno a un época irrepetible, en la que no faltaban esas figuras que ahora tanto escasean: referentes intelectuales.