Se acaba de estrenar uno de los platos fuertes de la temporada en La Zarzuela, La Rosa del Azafrán de Guerrero, que no se representaba en Jovellanos 4 desde hace aproximadamente 20 años. La expectación no era poca, ya que además de ser un título muy popular, los dos solventes repartos hacen sin duda la propuesta muy atractiva, máxime cuando la anterior producción de esta obra no se recuerda con demasiado entusiasmo, ya que Jaime Chávarri no supo llevar a buen puerto dicho título. Antes de hablar de La Rosa me gustaría plantear algo sobre el repertorio, sin duda necesario y puntal en la programación de La Zarzuela, pero que creo que a veces no se entiende lo suficientemente bien. Parece que Guerrero, pongo por caso ya que La Rosa es suya, solo tuviera dos obras en repertorio que son las que siempre se reponen, Los Gavilanes y La Rosa del Azafrán. Cuando de las grandes vacas sagradas del género hablamos, su producción es tan fecunda y están incrustada en el repertorio, que no estaría de más salirse del "sota, caballo y rey" de toda la vida, y dar oportunidad a otras obras igual de recordadas y que no se predican con la misma asiduidad en La Zarzuela. Creo que un Huésped del Sevillano, una Fama del Tartanero, o una Montería, gozarían igualmente del fervor de el público, y se ganaría una oportunidad estupenda de poder visionar estos títulos, también muy populares pero mucho menos representados. Dicho esto me centro en La Rosa que es la obra que tuve oportunidad de ver el sábado pasado y que es la que esta crítica ocupa.
La Rosa Del Azafrán, denominada como Zarzuela en Dos Actos y Seis Cuadros, con libro de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw y música de Jacinto Guerrero, tuvo su estreno triunfante el 14 de Marzo de 1930 en el Teatro Calderón de Madrid, siendo apoteósica dicha noche y las posteriores.
Hablar de La Rosa, como se la conoce en el mundo de la lírica, es hablar de una zarzuela de manual, en este caso en su vertiente regionalista más pura, y costumbrista en su forma y fondo. Basada en El Perro del Hortelano, lejanamente, de Lope de Vega, la historia plantea algunas cosas interesantes de explicar, más allá de su fama y sobre todo popularidad. Lo primero de todo, decir que aunque la historia se basa en un clásico de nuestras letras, muchos de los personajes que salen en la obra existieron realmente, y no resulta difícil encontrarse con los descendientes de alguno de los que en ella se nombra en alguna representación. Un servidor conoció a un nieto de "Paco el Gafas" en el Festival de Zarzuela de La Solana, que nos contó muy emocionado anécdotas de la época en la que se escribió la zarzuela. Hasta ese extremo llega el mimo que los libretistas pusieron en la obra, que intentó plasmar de una manera muy fidedigna los usos y costumbres de lo que era La Mancha más rural en los últimos años del S.XIX, junto con una pizca de crítica social, algo de denuncia de aquel saber popular que dice "Pueblo chico, infierno grande", y una problemática muy marcada en aquellos días como era la diferencia de clases. La historia es simple, hacendada rural, se enamora de un gañán de su hacienda, de dudosa procedencia familiar, que como era natural en los tiempos corteja a una chica de su clase social, aunque bebe los vientos por la señora. Tenemos el triángulo amoroso tan afín a nuestra zarzuela, ciertas gotas de melodrama decimonónico con bebé abandonado en una inclusa, un final de cuento de hadas, y con eso ya tenemos la zarzuela armada. Con sus finales de acto de impacto dramático, sus cómicos secundarios, sus características de rompe y rasga, y todo el tipismo que se le entiende a una zarzuela rural, en la que el pueblo es arte y parte de el drama principal, con sus tristezas y sus alegrías. La obra parte de una base bucólica y amable de lo que era la realidad rural de la época, pero con un trasfondo serio, y con algo muy interesante, el carácter recio castellano-manchego se encuentra muy bien plasmado, en un libreto bien escrito, y con algunas frases de indudable fuerza dramática en sus momentos más intensos. La partitura de Guerrero, bebe indudablemente del folclore castellano, seguidillas y jota son la máxima expresión de este en la partitura en dos números muy reconocibles de la obra, pero si hay algo que caracteriza la partitura es una enorme capacidad descriptiva de los colores, el carácter y el sentir de los manchegos. Guerrero no en balde se crió en Ajofrín, eso sin duda le marcó, y lo supo plasmar de maravilla en una de sus obras más amadas, y para muchos su composición más lograda. La obra muy equilibrada en lo musical, tiene como mayor lucimiento el de sus dos protagonistas principales, ambos de gran exigencia vocal, y en el caso de la soprano un tanto desagradecido, ya que si bien su dificultad es alta, su romanza me fascina, no es de las más celebradas, no ocurriendo lo mismo con la célebre "Canción del Sembrador" bastión de barítonos, y propuesta en su tiempo como himno de Castilla-La Mancha por sus virtudes musicales y que tan bien cuadran con estas tierras. La obra posee un nocturno de gran belleza que precede al cómico Pasacalle de las escaleras, en dicho nocturno se encuentra uno de los más hermosos partiquinos de nuestro repertorio, el melancólico pastorcillo que le canta a su amada sus cuitas de soledad mientras le explica que su única compañera en las noches son las estrellas con las que habla mientras cuida su rebaño. Los coros son a su vez parte principal de la obra, siendo a este respecto el número más conocido de la obra el "Coro de Espigadoras" de el Segundo Acto, de fuerte raigambre en la cultura popular, y posiblemente junto con las Lagarteranas de el Huésped de El Sevillano, el pasaje coral más conocido de Guerrero.Hablemos de versiones, y que en este caso no viene firmada, pero si que tiene varias cosas que son remarcables. Entiendo que hay aspectos en los libretos de algunas obras facilmente suprimibles, y no solo eso, en algunos casos necesariamente suprimibles. Me refiero a textos redundantes, bocadillos innecesarios, escenas que no hacen avanzar la acción, e incluso aquellas que por el motivo que sea se pueden considerar que no aportan nada en la función. Hay ciertos cortes en esta Rosa perfectamente justificados, así como la unificación de algunos personajes en el Hermano Micael, pero... por el camino se han quedado unas cuantas cosas que resientes el acabado de la función y la fluidez de la misma. El pasado carlista de Don Generoso pasó a mejor vida, los vínculos especialmente de el triángulo Sagrario, Juan Pedro y Catalina, se resienten profundamente quedando el conflicto bastante diluido. Los cómicos, Carracuca y Moniquito, también se han visto bastante afectados por la poda quedando los personajes excesivamente esquematizados, y en algunos casos inconclusos, de lo que pasó con Catalina y Carracuca nunca se supo... por ejemplo. Con esto quiero decir que versiones si, pero con sentido, y si en este caso se ha apostado por la ortodoxia en el acabado del espectáculo, esta ortodoxia debe mantenerse también en el material literario de la función, ya que la obra pierde fuelle y y coherencia.
Vayamos con el elenco:
Hay que hacer una mención especial a Elena Aranoa, cantante de música popular, que nos transportó sin duda al folclore castellano en todas sus intervenciones, con una voz de interesantes matices y gran expresividad.
Entre las pequeñas partes destaca Javier Alonso, que sirvió un espléndido pastor en el agradecido partiquino que le ha tocado en suerte. Matizado, con la voz limpia, perfecto en volumen y medida, cantó con gran gusto su breve pero comprometida intervención.
Correctos todos los secundarios de menor extensión, destacando Emilio Gavira como Micael, siempre solvente y peculiar en su manera de hacer.
Ángel Ruiz como Moniquito, demostró la solvencia habitual en los roles de tenor cómico, desenvuelto y bien timbrado en lo musical, afinadísimo y de cuidada visión musical. En lo actoral también se encuentra acertado, aunque el papel ha sufrido bastante la poda, y tiene mucha menos presencia de la deseada, viéndose su trabajo afectado por ello, ya que poco margen le deja el pobretón material con el que cuenta. Cómico sin estridencias, sobrio y gracioso, hizo las delicias del respetable en sus intervenciones.
Juan Carlos Talavera, como Carracuca, también severamente afectado por los cortes, de menos a más, en un creación que es puro costumbrismo en su esencia, con un tipismo muy bien entendido, control del texto impecable, y una indudable vis cómica, llevó a buen puerto el simpático rol que lleva a cabo, al que tanto parece gustarle los golpes...
Vicky Peña, como Custodia. No fui capaz de entender el sitio al que nos quiso llevar Peña con su trabajo, ya que la interpretación me pareció errática, con el personaje equivocado, sin seguir una línea coherente, y del que va entrando y saliendo a lo largo de la función. Me duele especialmente esta crítica, ya que admiro mucho a Peña, pero esta vez me parece que o bien Ignacio García no pudo encauzarla por los vericuetos de Custodia, o que ella no se ha dejado dirigir, no concibo más suposiciones para una apuesta tan fallida, y sobre todo tan alejada en el código y en la intención del resto del elenco.
Mario Gas, como Don Generoso. Realmente notable en su creación, cargado de bonohomía e idealismo, dotó a su personaje de una gran humanidad y ternura, supiendo transmitir a la perfección el carácter de un personaje muy querido dentro del repertorio. Buen dominio del texto, especialmente en su recitado, y con un entrañable poso durante toda la función. Un acierto sin duda de elenco, ya que en manos de Mario Gas, Don Generoso se torna real, y alejado de cualquier acartonamiento, siendo una visión personalísima y más que acertada.
Carolina Moncada, soprano, como Catalina. Sobrada de recursos vocales para el papel fue una solvente Catalina en todas sus intervenciones, siendo por motivos obvios la más celebrada el Coro de Espigadoras, que fue cantado con soltura y mucha sensibilidad, correcta en en el dueto y bien ensamblada con Ángel Ruiz. Actoralmente un tanto perdida, no acaba de pillarle el punto al personaje, que pasa excesivamente desapercibido en el contexto de la obra, quedando muy difuminada a medida que avanza el espectáculo.
Juan Jesús Rodríguez, barítono, como Juan Pedro. Adecuadísimo para el papel, Rodríguez parece haber nacido para cantarlo, sirvió una velada excelente en lo musical, con un canto noble, elegante, fraseo bellísimo, gran delicadeza en las partes más líricas, indudable sensibilidad en los primeros acordes de el dúo final, y su Canción del sembrador, de ecos clásicos, solidísima en su acabado e impactante resultado fue sin duda uno de los momentos de la noche. Escuchar a Juan Jesús Rodríguez como Juan Pedro es escuchar la perfección en el papel, no hay discusión, todo el carácter de Juan Pedro y lo que el personaje nos está contando en cada cantable se ve reflejado en nuestro barítono, que sin duda ofrece toda una lección de zarzuela y entendimiento del género y del papel. Igual de afortunado en lo actoral, sirvió un Juan Pedro apasionado y vigoroso que va en total consonancia con el carácter del personaje. Redondo desde todo ángulo, Juan Jesús Rodríguez nos ha dado por ahora la mejor interpretación de lo que va de temporada.
Yolanda Auyanet, soprano, como Sagrario. Si algo caracterizó el trabajo de Auyanet fue la exquisita sensibilidad con la que aborda su papel en lo musical. Igual de adecuada que su compañero, parece conocer muy bien los desafíos de la partitura, siendo su trabajo inteligente y muy bien medido. Agudos amplios, filados de categoría, y una dicción muy cuidada fueron su fuerte, junto con una admirable línea de canto que me pareció que redondea a la perfección su trabajo. Muy intensa y con adecuada progresión dramática en su difícil romanza, fue sin duda una Sagrario de altura, dejando no pocos momentos para el recuerdo. Actoralmente un poco dejada a su suerte, como parece ser la tónica en las féminas de esta producción, que no acaban de encontrar el sitio dentro de la historia. Me faltó carácter, me faltó la frustración que vive Sagrario por la situación que está pasando, y me faltaron celos hacia su rival Catalina, por tanto la visión del ama se queda un tanto plana en lo actoral, aunque su soberbia interpretación musical hace que se nos olvide que el código interpretativo no es el más idóneo.
Coro Titular con Antonio Fauró al frente en los altísimos niveles de calidad habituales, y una vez más... desaprovechados en lo escénico, siendo su trabajo exquisito en lo musical, grandes matices en el Sembrador, bello lirismo en La Monda, y muy adecuados en Las espigadoras, y ojito a esa "Caza del viudo" que hace las delicias del público. El estatismo con el que son tratados en la producción, los trilladísimos desembarcos escénicos, y que se encuentren en el escenario durante toda la escena de Julián Herencia no es culpa suya, si no de la dirección que no supo mover a la masa coral de manera inspirada, algo que en un coro de estas características es una verdadera pena.
José María Moreno, al frente de la Orquesta de La Comunidad de Madrid, correcto aunque caprichoso con los tiempos, unas veces muy acelerado, especialmente en el coro femenino en la cómica escena con Carracuca, y otras algo premioso, sobre todo en los números cómicos. En las partes más serias de la partitura estuvo más acertado, y supo cuidar a los cantantes, romanzas y dúos estuvieron bien servidos desde el foso. La lectura de Moreno pasa por la ampulosidad y el efecto dramático en algunos momentos, y en líneas generales me pareció cuidada y con un buen control de la orquesta. Las cuerdas me sonaron a gloria, y en general disfruté mucho con la orquesta durante toda la función, con la teatralidad necesaria y el empaque que se le entiende a una obra como La Rosa del Azafrán.
La propuesta escénica viene firmado por Ignacio García y tiene múltiples aciertos, pero también sonoros fallos que se deben tener en cuenta. Vayamos primero con lo positivo, que no es poco, y luego ya iremos con aquello que chirría en el espectáculo. La visión historicista de la obra resulta enormemente afortunada, siendo el resultado el de un espectáculo de gran belleza visual, y tremendamente evocador sobre aquello que más nos habla La Rosa, que es de La Mancha y sus gentes, que se ven reproducidos en cuadros de enorme plasticidad, y calidad pictórica. García parece haberse documentado muy bien para el espectáculo y la verdad es que a este nivel le luce, pero por otra parte la función adolece de excesivo estatismo y cierta tendencia a lo contemplativo que le resta fuerza dramática, quedando el espectáculo como una especie de retablo bellísimo en su acabado pero un tanto insulso en su fondo. Tampoco la dirección actoral parece estar muy matizada, especialmente en los personajes femeninos, Sagrario no muestra el conflicto interno por el que está pasando, algo que quizás sea culpa de la versión, pero que García no suple con algún recurso que nos de pistas. Catalina está completamente dejada de la mano de Dios, y Custodia como ya comenté más arriba va por libre. Por tanto a este respecto se le escapa la función a nuestro director, que parece que supo entender mejor a los personajes masculinos que a los femeninos, en una obra en la que precisamente son las mujeres los personajes fuertes. Otro problema con el que nos encontramos es con la fluidez del espectáculo que parece marchar a trompicones, sin que se encuentren las escenas bien hilvanadas, ni las transiciones conseguidas, algo en lo que la hermosa, pero a veces aparatosa escenografía de Nicolás Boni no acaba de ayudar. Si nos encontramos con una versión con problemas, que no se ve apoyada en una escenografía que aligere las transiciones, la sensación es la de un espectáculo un tanto torpe que a ratos se desluce, aunque con estilizados momentos. No me quedó muy claro lo que simboliza la cantante de música popular, que si bien aporta momentos de gran poder evocador, no se exactamente lo que se nos quiso contar con su presencia, y aunque puedo comprar la propuesta, debería estar bien explicada, y sobre todo bien integrada en el espectáculo, ya que a ratos distrae y ensucia las acciones principales. Bello vestuario de Rosa García Andújar con detalles muy definitorios de cada personaje, especialmente en cuanto a los accesorios de Sagrario, la toquilla en la escena de La Monda resulta especialmente llamativa y acertada. Coreografías de Sara Cano irregulares, que funcionan mejor en aquellos momentos meramente folclóricos, que en aquellos en los que se han incluido unos movimientos más cercanos a la danza contemporánea ya que en una apuesta de estas características no acaban de integrarse del todo en el entorno. A este respecto es especialmente chocante la escena de Las Espigadoras, clasiquísima en su estética, pero que se da de tortas con los espasmódicos movimientos de el ballet, que si bien es cierto, nos dejan claro lo que representan parecen estar en otro espectáculo. Mención especial a las magníficas luces de Albert Faura, inspiradoras y atmosféricas en grado sumo.
En resumen esta Rosa se disfruta en su estética, en su espléndido plantel musical, y en líneas generales porque se trata de un acercamiento respetuoso al material original, pero se sale con una sensación un tanto agridulce, ya que la que podría haber sido una propuesta clásica superlativa se ha quedado en una apuesta un tanto descafeinada, y que no despega en lo dramático de la manera que debería hacerlo, incoherencias en la forma y fondo aparte.