"Lo bueno del cine es que durante dos horas
los problemas son de otros."
Pedro Ruiz
Que se puede escribir sobre un director como Woody Allen, que desde 1969, nos entrega una película por año, algunas mejores que otras, pero cada una con el sello de éste, quien logra imprimir en sus largometrajes sus miedos, divagaciones y particularidades, muchas veces resumidas en el actor principal o en alguno de los personajes, como alterego de Allen, reflexionando sobre la vida, la muerte, el sexo y el mismo cine. Allen, que en sus primeras obras tuvo como fondo a su amada Manhattan, con los años a convertido a las ciudades europeas en sus nuevos fondos para contar historias sobre sus obsesiones, gustos y reivindicaciones estéticas, musicales y cinematográficas. Sin embargo, con el pasar de los años, aún siguen presentes sus motivaciones, sus encantadores personajes femeninos y complejos modelos masculinos, obras donde la tragedia y el humor van de la mano como perfectamente puede ser visto en La Rosa Púrpura de El Cairo, película que vamos a reseñar, y posiblemente, una de las que más me han gustado de Allen. Con guión de Allen, que toma a la Gran Depresión estadounidense como escenario para contarnos la historia de Cecilia (Mia Farrow) una camarera que encuentra en el cine, un escape a su abusivo y vago marido, a un mediocre trabajo y una triste realidad, que no se parece a la que ve en pantalla, una donde las fiestas, el amor y el champan hace felices a las personas, pero en la última película que ve de la RKO, La Rosa Púrpura del Cairo; la ficción se trasladará a los pasillos del cine que habitúa la triste camarera.
Escrita como una comedia, este guión no sólo nos está hablando sobre el rompimiento de la "cuarta pared" sino sobre las vicisitudes del mismo oficio cinematográfico, del "escapismo" y soledad que ofrece la sala de cine, como una mezcla de homenaje y triste relato sobre la fábrica de sueños.
Repleta de inteligentes y divertidos diálogos como de reflexiones que no sólo están en beneficio de la narrativa sino de los pensamientos de Allen, trasladándose al personaje interpretado por Jeff Daniels, el actor que ha salido de la pantalla al mundo en color de la realidad, como de los mismos ideales que tiene el director newyorkino sobre Hollywood, sin dejar de ser una historia de amor, que tiene a la Caverna de Platón, al Quijote y la dicotomía entre la realidad y la ficción, como estructura de este guión. Aunque uno podría darle la categoría de fantasía a este trabajo, lo que realmente hace tan importante a esta obra, es precisamente alejarse de lo fantástico, y más bien asumir una relación metalingüística o metacinematográfica, donde se interioriza que estos puntos de giro, tienen una base mucho más centrada en el desarrollo, que en el efecto narrativo.
Con fotografía del célebre y ya desaparecido Gordon Willis, que en la sencillez y sobriedad de la paleta de colores, crea un diseño lumínico donde prepondera la calidez del color, que a su vez hace contraste con el blanco y negro de la "ficción dentro de la ficción", o de las caminatas de Cecilia, donde se hace más tenue o descolorido, como su misma actitud; cabe destacar las tomas en el cine y los detalles en el rostro, principalmente de los Farrow.
A ritmo de jazz por parte de Dick Hyman, la película no sólo destaca en su música, sino en cómo esta influye en los procesos narrativos, algo que se puede entender en la obra de Allen, no sólo como gusto sino como parte de la misma construcción del largometraje. Igual de destacado es el papel en el diseño y dirección de arte por parte de Stuart Wurtzel y Edward Pisoni, y mucho más la labor de Carol Joffe en los decorados y escenografía.
Un largometraje fiel a su espíritu pero que no deja cabos sueltos en su parte visual, logrando asimilar la época que se está retratando sin dejar de tomar las libertades dadas por su propia identidad, es decir, la realidad es lo más cercana posible y la ficción en blanco y negro, se toma las libertades en los estereotipos propios de lo que se planteaba en esa películas de los años 30, donde la diversión y humor estaban por encima de cualquier cosa.
Aunque la película tenga grandes actores como Danni Aiello, al propio Jeff Daniels, interpretando a dos personajes, quien realmente se lleva todo el peso de la obra - y finalmente musa de Allen- es Mia Farrow, no sólo por el gran papel que realiza esta actriz sino por la misma construcción del personaje, de esta triste, abnegada pero soñadora camarera.
Como escribía líneas más arriba, una de las películas que más me han gustado de Allen, no sólo por su historia sino por el mismo concepto que se maneja, por su "cinematográfico" final, y por todas las connotaciones que tiene frente a la reflexión sobre este lenguaje de imágenes que es el cine; además, porque la fotografía de Willis es realmente impecable, y existe un interés total por la época de la Gran Depresión y demás elementos, que han clasificado a esta obra como una de las mejores comedias.
Zoom in: Nominada a mejor guión, Oscar y BAFTA incluidos. Y ganadora en Cannes, Oscar y Los Cesar en Francia.
Reconocida como una de las mejores 100 películas por la Revista Times
Montaje Paralelo: Woody Allen - Cine dentro de cine