Revista España
En Córdoba saben de muchas cosas. La ciudad presume de ser una de las más antiguas y cultas de Europa, y razón no le falta.
Pero, ante todo, Córdoba es una tierra que sabe de vinos. La razón hay que buscarla en un rincón muy concreto del centro geográfico de Andalucía. En ese corazón equidistante entre el norte y el sur, entre el este y el oeste, se esparcen las tierras alomadas, femeninas y tiernas de Montilla-Moriles, dos municipios que dan nombre a una de las zonas vitivinícolas más antiguas y valoradas de España.
Es allí, entre campiñas, tierras de labranza y sierras de mediana altura donde la tierra se tinta de colores pardos que contrastan con la desmesura verdosa de las grandes hojas y los troncos leñosos de las vides.
Montilla-Moriles da nombre, además, a una de las más tentadoras rutas turísticas que se despliegan en Andalucía.
Es la Ruta del Vino que pontifica los diferentes caldos que se elaboran en las más de una veintena de bodegas que abren sus puertas en los nueve municipios adscritos a este itinerario dionisiaco.
Los vinos de la Denominación de Origen son cinco: El vino joven acompaña, muy frío, a pescados y mariscos. El fino se sirve sólo o con tapa. El amontillado es perfecto para degustar embutidos y salazones. El oloroso se degusta entre horas y enaltece la liturgia de la conversación y la tertulia, del recibimiento y las despedidas. El Pedro Ximénez, por último, es un vino dulce, pasificado y representa el último sorbo en el postre.
Córdoba capital, La Rambla, Puente Genil, Aguilar de la Frontera, Lucena, Montemayor, Fernán Núñez y, claro está, Montilla y la pequeña Moriles conforman un triángulo asimétrico donde además de tierras sembradas de cepas se citan bodegas, lagares, enotiendas, comercios de artesanía vinculada al vino, museos, teatros, centros culturales, mesones centenarios y tabernas legendarias. (El Mundo)