De pequeña leí un cuento en el que un rey concedería la mano de su hija, la bella princesa, a quien pudiera decirle que era lo más dulce de este mundo. Un humilde campesino respondió al reto planteado por su majestad, y le contestó que lo más dulce de este mundo era, sin duda, la sal. Para demostrárselo propuso al retorcido rey ( entregar a una hija a quien quiera que contestase a tal pregunta es raro, muy raro) que pasase un mes sin probar una sola gota de sal. Decidido, el rey, cumplió con el desafío, al final del cual, tuvo que reconocer, que no había nada sobre la faz de la tierra más “dulce” que la sal.
Me gusta la sal. A veces, tal vez demasiado. Un exceso no es nada bueno para la salud, pero nadie me negara que la sal tiene su gracia. Y si no ¿por qué llamamos la sal de la vida a aquello que hace que la existencia nos haga vibrar, reir, chisporrotear...?
6 tipos de sales. 6 exquisiteces a probar. Papel, bolígrafo, sales, agua, y el enalapril cerca por si las moscas...(cualquiera con un hipertenso cerca sabrá a lo que me refiero). Estoy lista para la cata.
Sal rosa del Himalaya:
Este tipo de sal procede de depósitos fósiles marinos que se formaron en las montañas del Himalaya hace la friolera de unos 250 millones de años. Se extrae manualmente siguiendo un antiguo proceso, y no solamente se utiliza con fines culinarios sino también terapeuticos. Su bonito color rosa se debe al hierro que contiene, además de otros muchos minerales. Se utiliza para aderezar sopas, ensaladas, pasta, verduras o mariscos. De sabor fuerte, punzante. Francamente salada.
Sal ahumada:
Poner la nariz cerca de esta sal conlleva sumergirse en los recuerdos de una fogata nocturna en la playa. Poético, pero real. Este tipo de sal marina se ahuma naturalmente sobre fuego de leña, que es realmente a lo que sabe, sin ninguna duda. Perfecta para asados, pescados a la parrilla o con cualquier plato al que se le quiera añadir un toque ahumado. De color negro y fuerte aroma.
Sal roja de Hawai:
Debe su color rojo al óxido de hierro procedente del barro volcánico (“Alaea”) que se le añade. Además de estar presente en la gastronomía hawaiana, acompaña a la perfección
la carne de cerdo, o cualquier plato que necesite un toque menos salado, más terroso, más seco. Este tipo de sal marina no refinada sorprende por su color y su sabor.
Sal de Guerande:
Llamada también “el caviar de las sales”. Procedente exclusivamente de la costa de Guerande, en Bretaña (noroeste de Francia), se recoge siguiendo un antiguo método celta. De color grisáceo, no demasiado bonita, es rica en oligoelementos, y tiene un sabor refinado y suave. La conozco desde hace ya muchos años, ya que siempre la he visto utilizar en la casa de mis suegros en Francia, en todo tipo de platos. Dicen que espolvoreada sobre el famoso foie-gras realza su sabor y lo convierte en un manjar todavía más exquisito.
Sal marina:
Sal sin refinar procedente del mar o del océano. Su sabor es más refinado que la sal de roca, más limpio, más puro. Contiene minerales y algunos platos de la gastronomía española no serían nada sin ella. Uno de los platos más sencillos y deliciosos que conozco es una buena ración de patatas a la gallega, con su aceite, su pimentón, y su sal gorda marina de la mejor calidad.
Kala Namak:
... o sal negra de la India. Esta sal mineral no refinada huele y sabe a huevo cocido, y se utiliza principalmente en la cocina hindú. Actualmente el color es más rojo grisáceo que negro. De sabor sorprendente y muy agradable. Abstenerse todos aquellos a los que no guste el huevo. Tengo una receta vegetariana de “huevos” revueltos, en la que no se utilizan huevos sino tofu. Esta sal es perfecta para ella. Una de mis favoritas.
Uno de los pequeños y simples placeres de la vida, es comer rabanitos frescos con mantequilla de la mejor calidad y sal de Guerande, acompañados de un buen vino tinto joven, una costumbre que me enseñó mi marido, que como buen francés adora comer y disfrutar de la cocina.
No puedo dudarlo ni un segundo: estos pequeños placeres son la sal de la vida.
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