Revista Opinión

La salvación es una copa de moriles

Publicado el 01 julio 2013 por Lulesi

ImagenSi yo fuera un político gallego buscaría la mayoría en la Xunta fotografiándome con un narco en un yate, haciendo asesora de “Políticas Transversales” a mi novia o amante o poniendo grifos de oro en un pazo recién comprado.

Pero no, yo he nacido en el Casco Histórico de Córdoba, y estoy condenado a pasar las siestas del verano cerca del botijo y el abanico. He aprendido que la verdad, y mucho menos, la salvación, no habitan en el cerebro de nadie.

De joven oí cantar, a la hora de las moscas, a “Onofre el Viejo”, esa sublimación del desdén quintaesenciado que es la soleá de Córdoba,  “que se me da a mi/que un pájaro en la alamea/ se pase de un árbol a otro”.

Por eso a mí no me ha dado ni frío ni calor cuando esta mañana he leído que María Dolores de Cospedal, a la sombra de una ciudad manchega, dice que “veo la luz del final de la crisis”. ¿Acaso la crisis huele a queso?

Cada jornada te ofrece la posibilidad de desdeñar al mundo y a sus intérpretes. Bárcenas, con su dedo tieso, comparte litera con otro recluso y Obama hace quinientos millones de escuchas de comunicaciones de los alemanes.

Y es lo que yo digo, que los limoneros están cuajados, y ayer, sin ir más lejos  también vi la luz. No sé si era la de final del túnel de la crisis o la de la luna menguante en la semioscuridad del cine de verano de la Fuenseca. Cine a la luz de las estrellas, dice la publicidad, cuando las damas de noche, las celindas y los jazmines te dan la hora de gloria a eso de la  media noche.

Sentado en la penumbra, veía el brillo de los ojos de los gatos callejeros, mientras una cerveza helada pasaba de mis labios a mi garganta, mientras el frío de los altramuces me helaba las yemas de los dedos.  Y en Génova nerviosos.

Si hubiera nacido gallego estaría tocando la gaita, y si fuera político o sobrecogido  estaría buscando túneles y luces. Pero he nacido en el Casco Viejo de Córdoba, y estoy, al mediodía, en la Plaza de Jerónimo Páez, al píe del Museo Arqueológico, y no quiero que me “salven”, ni me “rediman”, ni me “reconquisten” más, y le voy a pedir a Salva, el camarero,  un medio fresquito de moriles.

Y aquí paz y después gloria.


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