Revista Deportes
Sin complejos. `La realidad suele ser tan dura que la gente intenta maquillarla, aunque sea un poco´. Edward R. Murrow. (Gracias Sol y Moscas)
El toreo, por mucho que se empeñen muchos, no es cuestión baladí. Todavía quedan hombres, con todos sus atributos, que son capaces de jugarse la vida, con total naturalidad, por respeto a una filosofía existencial. Estos mortales, matadores de toros bravos, ambos una especie en extinción, son las últimas gotas que quedan del reducto de la denostada y casi extinta condición humana. Visceralidad y armonía; afán de superviviencia e inmortalidad; miedos y pesadillas; cainismo y lascivia; ilusiones y pesimismo; amores y espantos; la soberbia y el decoro. En fin, esas tantas cosas que hoy se van perdiendo en pos de una falsa y acartonada realidad que nos transpotará a un mundo donde reine la hipocresia y el fanatismo de unos cuantos que serán ejército.
Estos días uno de estos magníficos hombres, ha rendido pleitesía con su sangre a los de su misma especie: los que fueron, los que son y los que serán. Porque guste o no, y aunque a veces el colectivo lo olvide, es parte y trato de esta liturgia que alguna vez gane la bestia. Si me permiten, hasta veo algo de justicia poética en ello. El arte de la tauromaquia no sería nada sin Joselito El Gallo, Manolete, Pepe Hillo, Paquiro, Manuel Granero o Ignacio Sánchez Mejías, por citar a algunos de los más ilustres toricidas a los que sesgaron sus vidas las astas de un toro. Pero el legado que nos llega a nuestros días: la emoción, el peligro de muerte, la importancia de lo que sucede en el ruedo, la envidia o la exacerbación hacia el héroe, no hubiera sido capaz de cruzar ese gran oceáno que son los nueve siglos, ya casi el milenio, de los que goza la tauromaquia, sin Bailor, Islero, Barbudo, Rumbón, Pocapena o Granadino, que convirtieron a unos valerosos hombres de carne y hueso, en mitos condenados a perpetuidad en el recuerdo de una cultura. De la misma manera, esa sangre torera valió para darle inmortalidad eterna a la mayor de las artes, al oficio más íntegro y a la ciencia más inexacta, que jamás ha existido y existirá.
Dicho esto, cabe aclarar que la cornada o el percance no justifica nada, ni a nadie. El fin es dominar la embestida de un incierto y salvaje animal y no buscar un triunfo ante las masas a base de derramar sangre y morbo. No se es mejor torero porque te cojan los toros, es más, es probable que seas peor que muchos. Hay que hacer hincapié en esto porque estos días, mientras a José Tomás lo mantenían con vida un enjambre de tubos, por aquí hemos tenido que oir y asistir a un rosario de memeces, fariseísmos y simplezas varias. Qué si quería morir como su ídolo Manolete, qué si no tiene apego a la vida, qué si es tan especial que tiene una sangre poco común... Otros, algunos profesionales del medio, que estaban preparando los especiales sobre la Feria de Abril afilando el cuchillo para derrocar al místico y poner en su poltrona a El Juli, han cambiado en unas horas y, con lágrimas de cocodrilo, han pasado a escribir sandeces como que se encontraba en el momento más maduro de su carrera, que si es el torero más importante de los últimos cincuenta años (esto es bueno, porque los hay que en cuestión de días te dicen que Ponce es la mayor de las figuras de los últimos veinte años, con lo que hay un solapamiento de tiempo cuando menos raro. Lo mismo es que Morante detuvo el reloj durante treinta años) Ni que decir tiene que han vuelto a salir a a luz todas esas expresiones con las que gustan adorar al místico: revolucionario, rebelde, misticismo, héroe, leyenda y mártir.
Pero la realidad, por mucho que una cornada pretenda cambiarla es bien distinta. Cabe decir que para parecerse a Manolete hace falta algo más que quedarse quieto como el palo de una escoba y sentir amor por México. Al monstruo lo cogió un miura alternando con dos figuras como Gitanillo de Triana y Luis Miguel Dominguín. Otros no se verán en esas. Tampoco mentimos si afirmamos que para ser una figura del toreo, en el mes de Abril es obligación la comparecencia, varias tardes, en La Maestranza. Dar la cara. Nada más lejos de la realidad, la cogida le ha venido a más de 9000 kms de la capital andaluza, repartiéndo becas a unos muchachos, que por lo visto en los medios, esperaban a Tomás como los soldados españoles enviados a la Guerra del Golfo aguardaban a Marta Sánchez. El sitio. Tomás pisa el sitio, ni más ni menos, que pisan Julio Aparicio, Javier Conde, Manolo Sánchez, Finito de Córdoba y demás toreros malos que actúan con él. No me vale de nada que me digan que carga la suerte y da el medio pecho a borregas de Cuvillo o tullidos de la familia Domecq. El verdadero sitio es el que han pisado, por ejemplo, este domingo con los Miuras Rafaelillo y Fundi. O Alberto Aguilar en Francia. Suena a reiterativo, pero es lo que hay. No se puede pretende entrar en la historia a base de cuidar y mimar cuvillos.
Resumiendo, que es gerundio, lo que quiero decir es que las cornadas sólo son eso, cornadas. Y lo natural es que los toros las den. Por ello no hay que perder la objetividad por mucho que uno sea partidario de éste o del otro. Cómo tampoco es normal que una plaza entera quede en estado de shock cuando un caballo es corneado por un toro de rejones. Véase Zaragoza. ¿qué se esperan cuando van a la plaza? ¿que el caballo le tire bocados y el torete le devuelva besos? Existe una peligrosa corriente de neo aficionados que no saben o no quieren saber que en una corrida de toros hay algo siempre asegurado y que es consustancial al espectáculo: el dolor, la sangre, las carnes sajadas, sufrimientos y sacrificios. Eso es la Fiesta, y no esa cosa limpia, pulcra y aséptica que nos quieren vender muchos vende humos.
Desde aquí, deseamos una pronta recuperación de José Tomás, que no me cabe la menor duda, va a volver a torear en poco tiempo. Y nosotros, que lo veamos.