Revista Arte
Cuando Eugène Delacroix se tuvo que situar entre el clasicismo y la modernidad, descubrió en su peculiar romanticismo la gracia divina necesaria para alumbrar un nuevo sentimiento expresivo en el Arte. ¿Qué era lo importante, la forma o la emoción? No podía alejarse de una cosa sin distanciarse también de la otra, así que comprendió que la libertad creativa no era más que la única manera de expresar de siempre, pero dejando ahora que la inspiración o la imaginación fluyera sin prejuicios. En el año 1825 compone una obra sorprendente, Bandolero herido apaga su sed. En ella sitúa a un paria de la sociedad tendido bajo un paisaje desolador ante el lecho de un río calmando su sed sobre el agua de su cauce. Nada más. No hay otra cosa. En primer plano, además. ¿Dónde radicará la combinación de la forma y la emoción románticas? ¿Qué sentido tenía plasmar una agonía tan natural y, a la vez, tan poco ejemplar para una especie tan evolucionada? Porque la visión de un ser humano así, tan poco diferenciada de sus ancestros primitivos, representaba ahora la exposición más bestial frente a la más civilizada del hombre. Para el romanticismo de Delacroix la expresión de la fuerza de lo primitivo o más primario del hombre era un elemento artístico fundamental. Pero, ¿era sólo ese el sentido iconográfico de su obra?
Porque el realismo no formaba parte tampoco de la visión artística de Delacroix. No podía representar nada que expresara algo bello una narración combinada de elementos fidedignos a la naturaleza aséptica y analítica del mundo. Así que, entonces, cómo debemos entender esta romántica obra de Arte. Hay dos cosas que se complementan en la biología de nuestro mundo, la necesidad y la búsqueda para satisfacerla. Cualquier búsqueda es consecuencia de una necesidad, y ésta siempre conllevará una búsqueda para satisfacerla. En cualquier ser animado ambas cosas están ligadas por el mismo prurito biológico: sobrevivir. Pero solo en el ser humano habrá un paso más, un sentido que en el romanticismo de Delacroix formaría parte de su filosofía artística: de la emoción. No bastaba la forma, también era necesaria la emoción para plasmarla. Pero en este caso, además, habría que definir la emoción con rasgos no solo sentimentales sino racionales también. Es una definición que podría entenderse como la capacidad mental humana para sentir algo que nos promueve a la acción, sea ésta física o intelectual. Pero que se origina en el interior emotivo del hombre, porque un alumbramiento intelectual, por ejemplo, también puede ser entendido con emoción o alegría racional. Cuando sentimos sed física la calmamos con la naturaleza; cuando sentimos sed emocional o racional la calmaremos con otras cosas. La diferencia es muy delatadora. En la sed física no hay inquietud ni incertidumbre. En la otra sed la cuestión es muy distinta. Entonces es cuando la búsqueda es mucho más angustiosa, porque no sólo no sabremos dónde está el objeto satisfaciente, sino que ignoraremos incluso qué es o puede ser considerado como eso mismo.
Para el espíritu romántico esa metáfora existencial era un paradigma necesario. Delacroix representa además a un ser humano herido, a un hombre perseguido y fuera de la civilización ordenada. Con ello nos expresa la visión más perdida del sentido demoledor de una necesidad insatisfecha. Sin embargo, en la obra romántica el sujeto anheloso satisface su ansia apoyado al fin ante el objeto que ahora necesita para sobrevivir. ¿Sólo ahora y solo ése? No. Por eso es un ser herido el plasmado en la obra. No bastará. La satisfacción de una necesidad perentoria no será suficiente en el sentido completo de una existencia. Pero el pintor nos expone ahora la satisfacción mientras se lleva a cabo. Aquí, a diferencia de otras tendencias artísticas y otras alegorías, el Arte nos representará el presente temporal más aleccionador. Porque está ahora mismo, en ese instante artístico reflejado, llevándose a cabo la acción congelada en una imagen de Arte. Y es que en la metáfora de la inspiración divina de este sentimiento humano tan vital, el Arte lo retratará en presente como una necesidad iconográfica ineludible. No está expresando la obra de Delacroix la búsqueda ni la necesidad perentoria, sino la calma de una sed que se manifiesta justo en la acción del momento actual más inmediato. Antes de eso era la búsqueda. Y ¿luego? Aquí estará el sentido metafórico de la obra artística romántica. El luego no lo vemos ahora porque sigue siendo una angustia retrasada esa búsqueda. No calmaremos la sed emocional/racional nunca, sin embargo. Por eso es un personaje marginado y lastrado el que representa la obra romántica. Ninguna satisfacción puntual logrará recomponer el imposible sentido de una necesidad incierta o desmerecida. Porque no podremos satisfacer algo que ignoramos qué es o si existe incluso. Por esto seguirá siendo una necesidad, a pesar de querer metamorfosearla con sucedáneos que conviertan una búsqueda en una mera diversión temporal.
(Óleo romántico Bandolero herido calma su sed, 1825, del pintor Eugène Delacroix, Museo de Bellas Artes de Basilea, Suiza.)
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