Revista Opinión

La sencillez de los grandes

Publicado el 30 mayo 2016 por Jamedina @medinaloera

Pershing. Wikipedia.

General John J. Pershing.

Siempre he admirado la sencillez de algunos personajes de la Historia y desde luego de mis amigos (dicen que la gente admira lo que no tiene). Los hombres pequeños que se inflan como sapos no engañan a nadie fuera de sí mismos, pronto enseñan el cobre. En cambio, quienes influyen profundamente en el resto de los mortales se distinguen generalmente por su sencillez, su naturalidad, su falta de presunción y su franqueza.

En México tenemos extraordinarios ejemplos de personajes que llegaron a ser grandes precisamente por esa rara virtud, la humildad, la sencillez, entre ellos Benito Juárez, de quien en otras ocasiones he contado varias anécdotas. Hoy me refiero a un incidente que tuvo el Benemérito con un campirano que visitaba la Ciudad de México; este suceso, igual que otros por el estilo, fue rescatado para la Historia por Guillermo Prieto, su leal colaborador.

Un ranchero en el Teatro Nacional

Resulta que Juárez, cuando era Ministro de Justicia, tenía un asiento reservado en el Teatro Nacional, pero una noche llegó tarde a la ópera, y al ver que un foráneo cerrero  se había apoderado de su asiento, le pidió con el mayor comedimiento que lo desocupara, pero éste, indignado, lo maltrató con las peores maldiciones que se dicen en este país, y no se movió de ahí. Entonces, Juárez se fue a buscar otro sitio.

En el entreacto el acomodador le explicó al ranchero que esa luneta era del señor Ministro de Justicia.

–” ¡Ave María Purísima!”, dijo el campirano, poniéndose las manos en la cara, “¡Buena la hice!”, y fue adonde estaba el señor Juárez para disculparse, pero el ministro le suplicó que siguiera en su asiento, pidiéndole además al acomodador que no se le molestara.

El general Pershing

John J. Pershing (1860-1948), comandante de los Ejércitos de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial (sí, el mismo que fracasó en la expedición punitiva contra Francisco Villa en México hace 100 años), fue otro notable ejemplo de sencillez:

Cuentan que un recluta recién llegado a Nueva York se ocupaba en desyerbar uno de los senderos de su cuartel cuando pasó por ahí otro militar que iba fumando.

–Oiga amigo –dijo el recluta sacando un cigarrillo–, ¿me da lumbre, por favor?

Así lo hizo el otro, muy amablemente.

Apenas se hubo alejado unos pasos, un soldado, con el asombro pintado en la cara, le dijo al recluta: ¿Sabes tú a quien acabas de pedir fuego? ¡Nada menos que a mi general Pershing!

Aterrado el recluta, echó a correr detrás del general.

–Mi general –le dijo apenas lo alcanzó–, perdóneme usted, pero soy nuevo en el servicio, llevo apenas dos horas en filas, y como todos los uniformes se me hacen iguales, no sospeché quién era usted.

–No te preocupes, muchacho –respondió Pershing–, pero oye bien lo que te digo: ¡No se te ocurra hacer esto mismo con un subteniente!

http://javiermedinaloera.com/

Artículo publicado por el semanario Conciencia Pública en su edición del domingo 29 de mayo de 2016.


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