Revista Música
Todos los seres humanos tenemos sensibilidad por algún tipo de música. Existen claro, ciertas tristes excepciones donde el individuo posee anomalías en el sistema nervioso central que no le permiten procesar ciertos elementos sonoros como el ritmo, la melodía o los tonos. Tales casos son muy raros, pero saber sobre la existencia de ellos resulta algo un poco atormentador para los que no podemos vivir sin música.
En una entrada pasada, se hizo un comentario sobre la sensibilidad respecto a la música clásica. Siempre he considerado que no hay un don especial de ciertas personas que les haga apreciar la música académica. Pienso que de alguna manera, la música clásica es accesible para todos.
Cuando me mencionaron que una sensibilidad particular era la clave del gusto (por la música clásica) me quedé un poco escéptico. “Esto conllevaría a aceptar que no todos podrán disfrutar de ella” fue lo que pensé.
Fue curiosamente a inicios de este año que me tope a un amigo, quien por su carácter, formación y origen, jamás me esperaría que tuviera gran facilidad para disfrutar de la música clásica (mis horribles prejuicios, lo sé). Pero aquél día, este amigo me contó que había ido a un concierto y me relató su percepción de la música. Me quedé sorprendido ante su reacción, el fue completamente abierto y disfrutó realmente de la música. Soy amigo también de la persona quien lo acompañó; sin embargo ésta última no me comentó nada al respecto. En cambio yo tenía a solo uno de los dos en frente, explicándome la sensación especial que le provoca los sonidos del violín. Solo uno de los dos tenía algo diferente.
Inmediatamente me acordé del comentario que me habían hecho en el blog. “Ah caray, hay una sensibilidad particular que no todos tienen” pensé. Luego me quedé pensando mucho tiempo al respecto. Al parecer hay ciertos factores que predisponen o facilitan el gusto por la música clásica. Generalmente el factor que considero más importante siempre ha sido el contacto con ella desde temprana edad. Pero también hay cierta sensibilidad particular que permite a ciertas personas sentir la música de manera más intensa que otras. Creo que la diferencia principal en estos dos factores es que el segundo, la sensibilidad, se puede ir cultivando poco a poco en personas que no “vengan tan sensibles de nacimiento”.
Lo que aprendí fue que definitivamente hay características personales que pueden poner en ventaja a ciertas personas frente a otras, en cuanto a apreciar música se refiere. La aceptación de la existencia de estas características personales también me ayudan a explicar otro fenómeno que siempre me ha preocupado. Existen personas que tuvieron contacto desde niños con la música, incluso tienen preparación musical, son profesionales de la música pero resulta que “sienten que la música clásica no les basta para expresarse, no pueden decir todo lo que sienten con ella” y terminan ¡haciendo pop! Esta reacción la he notado en las entrevistas a varios artistas de crossover clásico. ¿Será acaso una honesta falta de sensibilidad o simplemente vieron el mayor beneficio económico que les brinda el pop? Ambas razones me parecen lamentables.
Lo importante es señalar que aunque existiera una sensibilidad exclusiva de la música clásica, la mayoría de los que la poseen ¡no lo sabe! Y es probable que los medios y a la omnipresencia de la música popular hoy en día, sean bastante culpables de que esta sensibilidad se esté perdiendo y el público no se esté enriqueciendo de ella.