










Relato de viaje. El País de Yebala, parte III y última:
Arcila es una muy pequeña población costera atlántica con un gran y decadente Palacio jerifal de principios del siglo XX. Su zoco es muy animado y sugerente. Pero son sus playas lo que admiran más mis ojos: enormes, tranquilas, arenosas, azules y blancas. Cuando regresamos a Tánger, el Ramadán de ese día aún no ha terminado. Desde las 4:30 de la madrugada hasta las 19:30 de la tarde estos enardecidos creyentes musulmanes no pueden comer, ni beber, ni fumar, ni amar. Nada. Sólo vivir como si su Dios no les obligara a cosa alguna. No pueden tomar ni siquiera lo que para los cristianos es a veces bendecido: el agua. Es admirable como pueden resistir con la temperatura tan elevada y desesperante de sus jornadas. Incluso por la mañana temprano se ven algunos hombres, y alguna mujer -pocas éstas-, durmiendo en los jardines, en las plazas y en las calles de la ciudad de Tánger. Al menos así, supongo, podrán sobrellevar mejor tan implacable ayuno.
Al llegar a Tánger el destartalado mercedes de Abdul se enfrenta ahora, a escasas dos horas del final de la jornada del Ramadán, a un tráfico exasperante y enloquecedor, como los ánimos y las ansias de sus habitantes de poder reencontrarse con el desenfreno y el desayuno. El atardecer y la noche es una fiesta, es una alegría. El bullicio, la sonrisa; las terrazas de los bares y cafeterías se llenan para alimentar a tantos y tantos estómagos, sacrificados apenas minutos antes por un Dios atormentador, inflexible, patriarca, universal, entrometido, implacable, justificador, recurrente, permanente, temido e invisible.
Amanece demasiado pronto en Tánger. La madrugada nos sorprende con el potente canto del muecín. Es atronador, insensible, desconsiderado, insomne. Casi una hora para recordar a los suyos que deben orar y orar y orar a su único Dios, a su único sentido vital. Amanece demasiado pronto. Con sus dos horas de retraso el Sol, hiriente, elevado y majestuoso ya, ilumina ahora toda la ciudad con una luminosidad cegadora y poderosa. Pero, para ellos, tan sólo pasan si acaso pocos minutos de las seis de su madrugada iluminada. Una mañana que volverá a ser, en este mes sagrado, como ayer y como mañana: desesperante, impaciente, atormentadora, pero fiel, absolutamente fiel, sagrada y respetable.
FIN
(Imagen acrílico sobre tela, Artesanía marroquí, www.artquid.com; Fotografía de una calle tangerina vacía por la mañana temprano; Fotografía del Palacio jerifal, Arcila, costa atlántica marroquí; Imagen fotográfica del puerto de Tánger; Fotografía de la ciudad de Tánger al amanecer; Fotografía de un minarete musulmán en Tánger, desde donde sitúan altavoces para hacer la llamada del almuhédano; Fotografías de calles de la medina de Tánger, mañana de Ramadán; Fotografía distanciada de la ciudad de Tánger; Imagen del gran catamarán, que realiza el trayecto Tarifa-Tánger, llegando al puerto tangerino; Fotografía del estrecho de Gibraltar, con la silueta de España al fondo, 2011)