Al hablar de sexualidad y religión parece que se exponen temas completamente separados, sin embargo, lo más cercano a la religión es la sexualidad, no sólo porque el cristianismo sea considerada una religión encarnada o porque bajo su doctrina D/os se hace hombre, o porque en el hinduismo las potestades se manifiesten a través de encuentros carnales, o porque en el judaísmo y el islam la sexualidad sea considerada un acto de caridad o porque en el budismo el conocimiento de la sexualidad sea un paso hacia la Nada, la sexualidad es preponderante porque es a través del cuerpo donde D/os se manifiesta, se revela y se hace presente.
Es en la sexualidad donde más allá del acto sexual el ser humano se encuentra con el otro, consigo mismo y con D/os.
En cada una de las cinco grandes religiones la sexualidad ocupa el sexto lenguaje siendo el séptimo la espiritualidad, sin embargo, ambas se fortalecen en la raíz del primer lenguaje siendo este el cuerpo. Cada una de estas religiones tiene una ética de la sexualidad con variantes importantes, sin embargo, su unión se encuentra en que es a través de este acto puro donde el ser humano se reconoce en el otro.
El cristianismo, al contrario de lo que se ha pensado tiene una ética de la sexualidad muy profunda e interesante, desconocida desgraciadamente y opacada por discursos trentistas, y comentarios dogmáticos y morales de algunos de sus líderes, sin embargo, dentro de la doctrina, la ética de la sexualidad unida a las imágenes religiosas tiene un mensaje y sobre todo una enseñanza muy importante.
Para comenzar es importante entender que la sexualidad se divide y se relaciona con las siguientes triadas:
Esta división creada en Triadas, muestra como centro de la vida Religiosa a D/os como palabra creadora, Bará, en hebreo, y a Jesús como Logos o Yatzar, que es formar a partir del otro, llevando su fundamento en la Sexualidad porque en ella el Alma se despoja de sí misma para encontrarse en el semejante.
La sexualidad es un estadio de enamoramiento, cuando esto pasa, la persona deja de buscar su propio placer preocupándose por otra persona, y esta acción se da más allá del acto sexual. La sexualidad va más allá de un acto físico, así la persona religiosa al despojarse de una vida dedicada a satisfacer sus deseos se entrega para crear plenitud en otra vida y de esta manera formar su vida con la felicidad del prójimo. Pero este enamoramiento religioso no viene por sí sólo, se apoya en imágenes, particularmente de Jesús en la cruz y de la virgen María, las cuales muestran a un hombre y una mujer hermosos, con una simetría perfecta que capta no sólo la mirada sino el inconsciente.
Aquí, el arte toma un papel fundamental, provocando en el creyente una atracción similar a la que un hombre o una mujer sienten frente a otro.
La cercanía con la fe y el amor a Cristo se envuelve en un halo de sexualidad, en un gusto que comienza por el cuerpo, pasando por la mente, hasta asentarse en el corazón, o acaso, ¿la fe sería la misma si se mostrará a un Dios, feo, sin esa seducción revelada en la fortaleza y a la vez fragilidad de su cuerpo, o si la virgen no tuviera la belleza e inocencia de su rostro?
Las imágenes cristianas son el centro de la fe, no sólo por la infinidad de simbolismos que expresan, sino principalmente por la pasión que provocan permitiendo que la religión entre de una manera sensible sin muchos cuestionamientos y razones, como lo es el Amor, recordando lo que dice Blaise Pascal Hay cosas del corazón que la razón no entiende.
Las imágenes cristianas son símbolos, el peligro consiste en convertirlas en un signo, porque se pierde el misterio, la búsqueda y se convierten en una verdad absoluta dejando al creyente en un estado de ego, del yo, donde no evoluciona espiritual ni emocionalmente, y su sexualidad retrocede a ese estado de genitalidad, donde el centro es el uno mismo, y donde D/os se busca únicamente para satisfacer caprichos.
Una persona religiosa no puede ni debe dejar su sexualidad porque en ella posa su centro de vida y su destino. Pero dentro de este territorio sexual-religioso, se encuentra la Sangre, la cual asienta la mayoría de las imágenes, haciendo del martirio antiguo una sumisión que lleva al creyente a aceptar una realidad injusta. Pero la Sangre dentro de la Sagrada Escritura y para el pueblo hebreo es un símbolo de Vida, el lugar donde se refugia el Alma. Es así que, retomando este término como el centro de la vida religiosa, la sangre de Cristo en unión con el agua de su costado, simboliza la nueva creación que ofrece vida y salvación, y no ese signo que encierra al creyente en un espacio sin salida donde tiene que conformarse con su realidad, porque parece poco comparado con lo que Jesús sufrió en la Cruz.
La sangre vista desde la perspectiva occidental es un signo de muerte, elimina el enigma del símbolo reflejado en el cuerpo de Cristo, el cual se ejerce como una donación de entrega hacia el otro, por ello se hace parte de la historia del ser humano, y se encarna, para mostrarnos que sentir a Dios se percibe únicamente a través de la humanidad, creada de Carne, mente-alma y Espíritu, siendo esta triada la que unifica la corporeidad con el Espíritu, y la cual se muestra bíblicamente en la Encarnación, donde el Espíritu Santo se posa en el seno de María Virgen, quien en una analogía con el ser religioso se entrega al otro por amor, es decir, se dona.
La sangre en las imágenes cristianas tiene un símbolo de Vida, de una resurrección que no tiene un sentido en el más allá sino en la tónica de que, quien se encuentra con D/os deja lo que es para ser HaAdam - humanidad (hombre- mujer) retornando a la gracia. La sangre en el cuerpo de Cristo es el símbolo de la nueva vida, sin ella no habría Evangelio, tomar la sangre de Cristo como signo de martirio sepulta la Buena noticia, la opaca y muestra a un D/os bipolar, que se sacrifica por la humanidad para después castigarla con el martirio físico y emocional como lo es la sumisión ante la injusticia, tener la sangre de Cristo como un signo de pasividad asesina el mensaje de Jesús, su historia, y su lucha contra todas las injusticias de su tiempo.
De manera similar se encuentra el Silencio en la virgen María y el Silencio tan cuestionado de D/os, los cuales al convertirlos en signos se vuelven contra el ser humano, cuando en su realidad simbólica reflejan todo lo contrario: Y guardaba todo en su corazón, dice la Sagrada Escritura, al hablar de la actitud de la virgen María frente a los actos de Jesús.
Es de aclarar que el Silencio no es una actitud pasiva, al contrario, es un acto realizado con los sentidos, con los instintos, el cuerpo, la razón, y cada uno de los otros lenguajes. El Silencio responde al acto de Escuchar tan pedido en el Shema bíblico (DT 6), y por medio de éste se ejerce una responsabilidad ante la realidad del otro dignificándola, y no sólo eso, sino que en este aspecto la Mujer es dignificada, es ella quien Escucha, y guarda Silencio, quien dignifica la realidad del hombre, de la misma manera en la cual D/os guarda Silencio ante la decisión de Jesús y la voluntad de una humanidad agresiva.
El Silencio de María y de D/os enaltecen la realidad de HaAdam (humanidad) al guardar silencio y respetar la responsabilidad del acto de cada individuo; es de entenderse que este acto es diferente a callar, porque quien calla se somete, en cambio, el Silencio, dignifica al semejante antes que al yo, esto nos regresa a la sexualidad, donde el Alma expresa su plenitud en el otro.
El simbolismo de las imágenes cristianas revela al creyente el misterio de D/os dentro de su propia humanidad, de su cotidianidad, pero esto sólo puede ejercerse desde el cuerpo. Dice el Talmud: para comprender el espíritu que vivifica, es preciso redescubrir, detrás del discurso de la ley, el Eros primordial de donde proviene, de igual manera lo resalta, Stephane Mosés, profesor Emérito de la Escuela Hebrea de Jerusalén.
Para comprender el sentido de la imagen cristiana se necesita adentrarse al sentido del Eros otorgado a D/os en el AT, donde ya existe una Encarnación, percibida en la creación del hombre y de la mujer, de su , la cual implica dos elementos: el espíritu y la materia, resaltando la dualidad y la enseñanza de que el Yo no puede desarrollarse sin otro(a) porque esta haAdam necesita, Lada´at, es decir, conocerse a través de la mirada de su semejante, sólo así el ser humano podrá ser Nefesh jaiá, es decir, un ser viviente.
El ser humano fue formado de polvo, después se le dio aliento de vida, la mujer fue creada del hombre -materia-, después se le otorgó el Alma. Esta imagen simbólica enseña que la entrega al otro(a) tiene como fundamento el cuerpo, para que al consagrarlo el alma se vivifique en aliento volviendo sagrado el camino. De ahí el sentido artístico de la belleza física en las imágenes, lo creado de la materia debe de revelar el sentido de la espiritualidad. Como dejó escrito Benedicto XVI, en Deus Caritas Est, (Dios es amor), el ser humano es cincuenta por ciento, sexualidad y cincuenta por ciento Espíritu, no pueden ser un extremo más que el otro, porque esto se vuelve tortura.
En la época antigua, el martirio era un sacrifico el cual revelaba un testimonio sacro, fiel a lo que se creía, de esta manera los primeros mártires cristianos, morían crucificados, desangrados o aguantando un sinfín de torturas, las cuales, en su época evocaban un sentido grande de fe, pero en el posmodernismo muestran un fundamentalismo paralelo a quienes los sometían a esos castigos.
En la actualidad e l martirio es el reflejo de un mal entendimiento de la Sangre de Cristo en la Cruz y de la salvación; el martirio hoy se asemeja a la sumisión que el creyente desarrolla frente a la sangre de Cristo la cual es utilizada para someter y callar, falsificando el Reino de Dios, el cual tiene su fundamento en una sociedad preocupada por el otro. El martirio construye un más allá fundamentado erróneamente en esa creencia de aguantar todo en total sumisión, pero esta actitud martirizante asesina el Evangelio, porque la Sangre de Cristo es Vida, una vida plena desarrollada en la Justicia.
San Sebastián, asaetado, san Vicente desgarrado con uñas de hierro hasta morir asado en una parrilla, san Lucas ahorcado en un árbol, San Juan arrojado a aceite hirviendo y santa Agatha con sus senos arrancados, no se diferencian a quienes se someten al abuso y a las injusticias en nombre de D/os, porque quien calla injusticias en nombre de D/os convierte la Sangre de Cristo en un signo de muerte, porque al callar se deja de buscar la Vida en cada gota de sangre, símbolo de la Justicia, y elimina la gracia de la Salvación entregada como símbolo del Misterio de Dios, el cual invita a vivir la fe a partir de la responsabilidad en los propios actos y del otro.
Es así como el creyente al hacer del símbolo un signo, y responsabilizar a D/os de todo, permite que el poderoso lo someta, por ello, El Marqués de Sade escribe: Ay de aquél que permita que se le quite su sexualidad, porque se volverá un esclavo de la sangre y someterá su cuerpo, su alma y su espíritu a los dogmas alejándola de Dios...
A esto menciono lo escrito en el Talmud:
Dios crea ( bará), de la nada, no de una nada oscura como espacio, sino, sin depender del ser humano, y el Hombre, forma, fábrica ( yatzar), con la ayuda del otro, por tanto, una imagen al perder su simbología para convertirse en signo, elimina la omnipotencia de D/os, significando que D/os depende del humano para hacerse una imagen, y este ocupará su Misterio para significarlo en una totalidad a la cual llamará verdad eliminando lo divino, porque al hacer una verdad absoluta se marca un tiempo y se malgasta el sentido del Kairos que lleva implícito el nombre de D/os en JHWH o YHWH, traducido por los rabinos como:
Las imágenes cristianas llevan implícitas la sexualidad, el Silencio, la sangre y el martirio, como símbolo de la búsqueda de un proceso que acerca a D/os a la humanidad y viceversa, son el símbolo de un proceso de fe que acerca al creyente a la divinidad, un eje de la pasión que se desembocará como enamoramiento, el cual cree en su amado y le entrega lo mejor de sí, pero no deben ser un signo que elimine lo anterior.
La más bella imagen cristiana es la que forme el ser humano consigo mismo al hacer de su cuerpo un Templo para fijar en él, en su interior, la imagen divina, donde sienta su sangre como vida y esta asiente su responsabilidad en la existencia del otro y la custodie, donde el Silencio lleve a una comunión con el cuerpo, el alma, el espíritu, y donde el encuentro con D/os sea a través del amor y no del martirio.
Como punto final resalto que la sexualidad, la sangre, el Silencio y el Martirio deben de ser símbolos del Cronos y del Kayros (tiempo de D/os), los cuales revelen el Evangelio, esta Buena Noticia en todos los tiempos, develándolos símbolos que hagan de la revelación el agua de la historia; es de aclarar que, al hablar de historia no me refiero a una Historia universal, sino a la historia personal fundamentada en la sexualidad del hombre y de la mujer, porque en ella debe hacerse presente la respuesta a la pregunta que D/os hizo a Caín, ¿Dónde está tu hermano?, es en esta pregunta, donde nuestra haAdam debe responder: Aquí, compartiendo la Creación y la vida, sólo así tendrá sentido la sangre de Cristo en la Cruz unida con el agua de su costado, símbolo de la nueva creación, sólo ahí tendrá sentido lo dicho en la consagración: Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna, la unión del Antiguo con el Nuevo Testamento, la unión del Tiempo con la Eternidad y sólo ahí en esa respuesta tendrá significado, no porque se haya encontrado una verdad, sino porque nos habremos encontrado con el Silencio, lenguaje de D/os y con su Misterio.
[1] Cf. Stephane Mosés,. El eros y la ley. Pp.9. ed. Katz.
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