Revista Opinión

La siembra del terror

Publicado el 19 julio 2011 por Piniella
El día de hoy, 19 de Julio, hace 75 años fue si cabe más cruel que el propio 18-J.
Con motivo de ello os dejo íntegro el capítulo 8 de mi libro "La memoria del árbol"
La siembra del terror
“Hay que sembrar el terror… hay que dar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros” (General Mola)
El 11 de julio de 1936, sábado, salía del puerto de Cádiz mi abuelo en un nuevo viaje en el “Cabo San Agustín”. Como tantas veces él había intentado convencer a su mujer para irse a vivir a la Argentina. Lo dejaremos para otra ocasión –era, como siempre, la contestación–.El domingo 12 es un gran día festivo en la ciudad ya que Cádiz es la primera, la única tal como se encadenan los hechos posteriores, que iza la bandera andaluza. Blas Infante preside una comida de confraternización andalucista en el restaurante El Anteojo (hoy El Balandro) y luego da una conferencia en el Conservatorio de Música de Cádiz. Pero la traición estaba servida, el político de la derecha Ramón de Carranza, último alcalde de Alfonso XIII, conocedor del plan, preparaba la manera de “reconquistar” Cádiz desde su chalet en la avenida de La Palmera en Sevilla.Sobre las cuatro de la tarde del 18 de julio el General de Brigada de Artillería José López-Pinto Berizo proclama el bando de guerra. López-Pinto era el Comandante Militar de Cádiz. Una hora después, las primeras fuerzas sublevadas del ejército sitian el edificio que hoy ocupa la Diputación Provincial y que entonces era la sede del Gobernador Civil. La trama se consolida con la liberación del General de Brigada de Infantería José Enrique Varela Iglesias, que estaba preso en el castillo de Santa Catalina. El General Varela será el que definitivamente se haga cargo del alzamiento militar en la ciudad de Cádiz. Como es fácil de imaginar la caída de Cádiz fue sencilla y rápida. La Guerra Civil en Cádiz duró dos días, pero no de forma metafórica sino literal. Los gaditanos pueden, podemos decir, que tuvimos más Dictadura que el resto de los españoles. Empezamos pronto a saber de cómo se las arreglaban los falangistas con los que no pensaban como ellos y de las técnicas agrarias para esa peculiar siembra del terror que anunciaba el General Mola en su discurso. Mi abuela materna, Paca, me decía que a ella lo que más le impactó fue el miedo con el que se impusieron “los moros” en la calle. Se refería, evidentemente, a las fuerzas africanas que vinieron con Franco desde Marruecos y que amedrentaban al que se pusiese por delante. Al parecer el sonido de los despertadores grandes, redondos, que acumulaban en sus amplios pantalones, surgía de repente como trofeo de la caza realizada en las casas donde les daba la gana entrar para arrasar, matar y violar a las mujeres que allí encontraban. El recuerdo de esos pocos días de Guerra Civil es el recuerdo de la violencia con que las tropas regulares se ensañaron en ese verano del 36 en Cádiz. Las barricadas de la poca resistencia de los sindicatos y partidos de izquierda “se desploman cuando ven venir los turbantes de los regulares”, dice Millán Chivite. La misma mañana del 19 de julio ya fueron detenidos los principales representantes de la República en Cádiz, que se encontraban en la sede del Gobierno Civil: Mariano Zapico Menéndez-Valdés, Gobernador, el Teniente Coronel Jefe de la Comandancia de Carabineros, Leoncio Jaso Paz, el Comisario Jefe provincial de Policía, Adolfo de la Calle Alonso, y el Capitán Jefe de la Guardia de Asalto, Antonio Yáñez-Barnuevo de la Milla. Este capitán se convirtió en uno de los únicos militares en contestar el golpe militar, y con un número de efectivos de la Guardia de Asalto que consideró más leales en Cádiz y con el apoyo de miembros civiles del Frente Popular, a los que proporcionó armas y municiones, dirigió pistola en mano la defensa del Gobierno Civil de la República en Cádiz. Los pocos falangistas, niños ricos bien avenidos de la ciudad, se congregaron, unos treinta y tantos, en el Casino Gaditano, plaza de San Antonio. Desde allí por la noche se hacía el “paseillo”, bastaba un chivatazo, una simple relación de simpatía a algún partido o sindicato, para terminar en las tapias del Hospicio, la puerta de La Caleta o en la nocturnidad de la Plaza de Toros.Cuando la tragedia te coge con la compañía de tu marido, aún puedes tener el consuelo de que estamos todos para salir adelante. Pero mi abuela Isabel ve que el terror está sembrado y afortunada o desgraciadamente el “Cabo San Agustín” había zarpado ya. La tragedia debió estar servida entonces, pero en ración doble.Diez días después del golpe militar, Ramón de Carranza aterriza con una avioneta en la playa La Victoria, la derecha ha vuelto a la ciudad. El antiguo político de Renovación Española vuelve a ser alcalde, trae la orden de Franco, y además el nombramiento de Gobernador. Los rojos han sido expulsados de la ciudad. Pasarán cuarenta años para que los gaditanos puedan elegir con sus votos a su Alcalde. Manuel de la Pinta fue fusilado dos días después del “Alzamiento”, su avenida en Cádiz es insignificante con relación a los honores que todavía deparamos a los políticos de la familia Carranza.A partir del 6 de agosto de 1936 los militares oficializan la represión ya esbozada por los aficionados falangistas. Dicha fecha coincide con el control de Cádiz por parte del general Gonzalo Queipo de Llano Sierra y la puesta en marcha por parte de la Auditoría de Guerra de Sevilla de un modelo de represión que algún historiador ha resaltado por su monstruosidad jurídica: literalmente, se determinaba sobre el acto del juicio oral por la impresión que en el Tribunal produjese la cara de los procesados, quiénes debían ser condenados y quiénes absueltos. La valoración de fusilados en Cádiz, sólo en los primeros días de la Guerra Civil se estima en unas cuatro mil personas entre militares que se mantuvieron fiel a la República y un nutrido grupo de civiles pertenecientes a los partidos políticos y sindicatos de izquierdas. Mi abuelo Manuel, implicado en el sindicalismo obrero, hubiera podido ser uno de ellos. Cinco días le salvaron la vida, el tiempo que llevaba ya el “Cabo San Agustín” en la mar.Los pocos recuerdos que guarda mi padre de la Guerra Civil quedaron archivados en mi memoria a modo de batallita cuando él, a veces, mientras íbamos a la playa, o en una noche tranquila me los repetía, como anécdotas, que a mí no me importaba que repitiera una y otra vez. Los moros custodiando el camión de la basura; el barbero de la calle La Palma, militante comunista, que fue asesinado en plena calle delante de su hijo, que luego fue compañero de mi padre; Antonio el zapatero que se lo llevaron y fusilaron por la noche por ser “un rojo”; las cenizas que todas las mañanas aparecían en la azotea de la quema que los vecinos hacían de aquellos libros y documentos que podían ser sospechosos; los orificios de las balas con las que los niños especulaban como si de un juego se tratara.

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