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Según afirma el filósofo Byung-Chul Han en su libro La sociedad del cansancio, el problema de la sociedad de hoy es la positividad, la cual, lejos de proporcionar un mundo más pacífico, genera nuevas y sofisticadas formas de violencia. Si en una etapa previa, que aún se sigue arrastrando y sobre la que se superpone la actual, la violencia estaba vinculada a la obligación y la privación, la de hoy se origina en la saturación: “La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad del rendimiento”. Las víctimas de esta violencia ya no son “sujetos de obediencia”, sino “emprendedores”.
La normalización del exceso que, por asumido, ya no se percibe como tal es una forma de violencia invisible en una sociedad que se muestra permisiva y aparentemente pacífica. El resultado de esta violencia es un tipo muy concreto de colapso por saturación manifestado por enfermedades mentales como la depresión, el trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH), o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO).
La sociedad disciplinaria es una sociedad de la negatividad. La define la negatividad de la prohibición. […] La sociedad del rendimiento se caracteriza por el verbo modal positivo poder (können) sin límites. Su plural afirmativo y colectivo “Yes, we can” expresa precisamente su carácter de positividad. Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados.
La transición de una sociedad de la negatividad a otra de la positividad obedece a la maximización del beneficio:
…a partir de un nivel determinado de producción, la negatividad de la prohibición tiene un efecto bloqueante e impide un crecimiento ulterior. La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber. De este modo, el inconsciente social pasa del deber al poder. El sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el de obediencia. Sin embargo, el poder no anular el deber. […] El poder eleva el nivel de productividad obtenida por la técnica disciplinaria, esto es, por el imperativo del deber.
Byung-Chul Han remite en su pensamiento al sociólogo francés Alain Ehrenberg, quien en La fatiga de ser uno mismo sitúa la depresión en el límite de paso de una sociedad a otra; el recurso de la iniciativa personal no es más que una burda tapadera para una interiorización de la obligación social para la cual el deprimido no está a la altura, “cansado del esfuerzo de devenir él mismo”.
Para Ehrenberg, la depresión expresa el fracaso del hombre posmoderno para llegar a ser él mismo. Este fracaso del “devenir él mismo” parece apuntar al miedo a la libertad del que hablara Eric Fromm. Fromm señalaba al respecto que la nueva sociedad del siglo XX había aislado al hombre de tal manera, desvinculándolo de los lazos tradicionales en que sustentaba su seguridad existencial –familia, comunidad, etc.— que, ante la impotencia y angustia de su soledad, tarde o temprano éste ser desarraigado acaba entregándose a cualquier sistema autoritario que venga a cubrir el vacío con su discurso paterno o fraterno, según lo quiera una u otra ideología, fascista o comunista, en todo caso siempre cercano y esperanzador.
Pero hay algo más en la sociedad posterior, esto es, la de hoy. Volviendo a Han:
[Ehrenberg] pasa por alto asimismo la violencia sistémica inherente a la sociedad del rendimiento, que da origen a infartos psíquicos. Lo que provoca la depresión por agotamiento no es el imperativo de pertenecer solo a sí mismo, sino la presión del rendimiento.
La presión del rendimiento sería, pues, un factor interiorizado que impide la autorrealización, es decir, el desarrollo los potenciales creativos de todo ser humano. Las voces exteriores se disfrazan de voces interiores y la auténtica voz interior se ahoga en unas profundidades a las que no alcanza la mirada de una sociedad que ha aprendido a vivir en la superficie de las cosas.
El hombre de hoy, afirma Han, es el animal laborans de que hablara Hannah Arendt, que se explota a sí mismo sin que se requiera la presencia del verdugo. La autoexplotación es mucho más eficaz que la explotación por los otros, pues va acompañada de la ilusión de libertad. Esa ilusión de libertad se manifiesta en el paso del “debemos” al “podemos”.
Pero la ilusión de una sociedad de la superficie se expande a todos sus ámbitos. Así, lo que antes era una “rabia” surgida de lo profundo que liberaba las energías humanas necesarias para hacer efectivos los cambios, “capaz de interrumpir un estado y posibilitar que comience uno nuevo”, hoy es humo, “enfado” (según la traducción española del libro) por el que las personas, guiadas por deseos irracionales, se indignan con todo, incluso con lo inevitable, incapaces de abrir nuevos caminos de posibilidad; las energías se disipan y la entropía sigue su curso natural. Se trata del movimiento sin propósito que caracteriza a una sociedad para la cual la acción tiene valor por sí misma, simplemente por ser acción.
Por tanto, concluye Han: “La pura agitación no genera nada nuevo. Reproduce y acelera lo ya existente”. Y con todo ello se pierde el “don de la escucha” y de la capacidad de creación y expresión.
Tal es el resultado de la “presión del rendimiento”, que ante la obligación del dinamismo permanente llega a un punto en que ya no se tiene tiempo para una verdadera actividad contemplativa que resuelva no sólo el conflicto interno, sino el externo, pues la actividad contemplativa es el requisito imprescindible para el desarrollo de toda cultura y, por ende, de toda civilización que presuma de ser un avance para el ser humano.
Cuando se vuelve norma, no ya sólo normal, vivir en la superficie y el pensamiento medianamente profundo comienza a desaparecer, la sociedad emprende su viaje sin retorno al salvajismo. Hoy en día, señala Han, del “exceso” de acción y acaparamiento la atención multifocal de que hace gala la cultura de las pantallas y de la ocupación permanente ha llevado a una nueva forma de administrar el tiempo: la multitarea. Y esta, lejos de un avance social, supone una regresión: “Es una técnica de atención imprescindible para la supervivencia en la selva”. El animal salvaje debe alimentarse al mismo tiempo que se cuida de no ser devorado por sus enemigos y vigila a las hembras que asegurarán su descendencia.
Incluso Nietzsche, que reemplazó el Ser por la voluntad, sabe que la vida humana termina en una hiperactividad mortal, cuando de ella se elimina todo elemento contemplativo: “Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie. En ninguna época, se han contizado más los activos, es decir, los desasosegados. Cuéntase, por tanto, entre las correcciones necesarias que deben hacérsele al carácter de la humanidad el fortalecimiento en amplia medida del elemento contemplativo”.
La vida en la superficie es una vida de lo efímero. Y lo efímero conduce a la intranquilidad. La fugacidad de las satisfacciones que derivan de lo superficial hacen la vida desnuda. Y aquí se refiere Han al pensamiento de Giorgio Agamben. La nuda vida en que todo sentido desaparece, ya sea del trabajo como del ocio.
A la vida desnuda […] se reacciona justo con mecanismos como la hiperactividad, la histeria del trabajo y la producción. La sociedad de trabajo rendimiento no es ninguna sociedad libre […] cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados. […] Los seres humanos que padecen depresión, TLP o SDO desarrollan síntomas patentes también los llamados Muselmänner de los campos de concentración. Los Muselmänner son los reclusos debilitados y tábidos que, como las personas que sufren una depresión aguda, se han vuelto totalmente apáticos y ya no son capaces ni de diferenciar entre el frío físico y la orden del celador.
Han vuelve a recurrir a Nietzsche cuando dice que hay que aprender a mirar, a pensar, a hablar y a escribir.
Aprender a mirar significa “acostumbrar el ojo a mirar con calma y con paciencia, a dejar que las cosas se acerquen al ojo” […]. Según Nietzsche, uno tiene que aprender a “no responder inmediatamente a un impulso, sino a controlar los instintos que inhiben y ponen término a las cosas”. La vileza y la infamia consisten en la “incapacidad de oponer resistencia a un impulso”, de oponerle un No. Reaccionar inmediatamente y a cada impulso es, al parecer de Nietzsche, en sí ya una enfermedad, un declive, un síntoma de agotamiento. […] En cuanto acción que dice No y es soberana, la vida contemplativa es más activa que cualquier hiperactividad, pues esta última representa precisamente un síntoma de agotamiento espiritual.
La hiperactividad es, así, una hiperpasividad, “estado en el cual uno sigue sin oponer resistencia a cualquier impulso e instinto”. Este tipo de actividad es todo lo contrario a la libertad, como escribe Nietzsche: “Los activos ruedan, como rueda una piedra, conforme a la estupidez de la mecánica”.
La contradicción permanente entre intenciones y resultados, entre lo que “podemos” y lo que realmente “obtenemos”, sumerge en la depresión a los menos “aptos” para este sistema de ilusiones de acción, o de acción ilusa.
El lamento del individuo depresivo, “Nada es posible”, solamente puede manifestarse dentro de una sociedad que cree que “Nada es imposible”. No poder poder más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión. El sujeto de rendimiento se encuentra en guerra consigo mismo y el depresivo es el inválido de esta guerra interiorizada.
Además de imposibilitar la contemplación, el “exceso” de positividad, y de su manifestación en la acción, es intolerante al “aburrimiento profundo que sería de cierta importancia para un proceso creativo”. Es lo que señala Walter Benjamin al referirse a este aburrimiento profundo como “el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia”. En general, el exceso de positividad impide los estados “negativos” que hacen posible el pensamiento profundo y permiten al ser humano ser algo más que una simple máquina de calcular:
La progresiva positivización de la sociedad mitiga, asimismo, sentimientos como el miedo o la tristeza, que se basan en una negatividad, es decir, son sentimientos negativos. Si el pensamiento mismo fuera una “red de anticuerpos y de defensa inmunológica natural”, entonces la ausencia de negatividad transformaría el pensamiento en un ejercicio de cálculo. […] el esfuerzo exagerado por maximizar el rendimiento elimina la negatividad porque esta ralentiza el proceso de aceleración.
La negatividad es, al contrario de lo que infiere la sociedad del exceso y del rendimiento, la auténtica acción en cuanto que abre los caminos de los cambios reales; la positividad, en cambio, los cierra porque impide cualquier acceso a la soberanía del individuo, a su centro.
La sociedad de rendimiento, como sociedad activa, está convirtiéndose paulatinamente en una sociedad de dopaje. Entretanto, el Neuro-Enhancement reemplaza a la expresión negativa “dopaje cerebral”. […] la vitalidad misma, un fenómeno altamente complejo, se reduce a la mera función y al rendimiento vitales.
La salud y el bienestar se convierten entonces en los únicos motivos de preocupación real; la voluntad se debilita por el agotamiento excesivo de un movimiento sin propósito.
Corresponde al cansancio que Handke, en el Ensayo sobre el cansancio, denomina el “cansancio que separa”: “[…] los dos estábamos cayendo ya, cada uno por su lado; cada uno a su cansancio más propio y particular, no al nuestro, sino al mío de aquí y al tuyo de allá”.
Es violencia en forma de cansancio, porque “destruyen toda comunidad, toda cercanía, incluso el mismo lenguaje”. A este cansancio que separa, Handke opone el “cansancio elocuente”, aquel que sólo surge de aminorar el paso e incluso parar y que, sólo entonces, es capaz de mirar y de reconciliar.
…es cualquier cosa menos un estado de agotamiento en el que uno se sienta incapaz de hacer algo. Más bien, se considera una facultad especial. El cansancio fundamental inspira. Deja que surja el espíritu.
Es un cansancio que crea comunidad sin necesidad de parentesco, sin necesidad de “vínculos familiares ni funcionales”, que toma conciencia de lo profundo. Es sólo entonces que se puede esperar algo de los seres humanos. Mientras tanto, mientras perdure el otro cansancio, inútil y destructivo, en su afán de positividad y en su ignorancia de los impulsos internos por que son manipulados, los individuos siguen girando como bestias salvajes en la rueda de la fortuna, animados unos por otros a persistir en esa vana ilusión de poder que cruza la historia como una maldición, resultado de esperpentos por cuyo impulso irracional nada puede crearse.
Y eso nunca ha podido cambiar.