Por Antonio Costa Gómez
Para qué multiplicar los ejemplos. Me basta con poner tres.
Busqué en el Google información sobre Correggio, un fascinante pintor italiano que se parece a Leonardo da Vinci y pintó la cúpula de la catedral de Parma. Y Google me dice “Tal vez quisiste decir Colegio”. Esta es la gran sabiduría de las máquinas. A la que queremos entregar nuestras vidas.
Reservé habitación en un hotel de El Escorial donde todo es impersonal y mecánico. El día anterior tenía gripe y escribí que no podía ir. Pero como lo entregaron todo a sus máquinas estas siguieron escribiéndome sin enterarse de nada, hablándome de tarifas y cuentas corrientes. Y al final el hotel me cobró setenta euros aunque no pude ir. Esta es la gloria de las máquinas. Nadie se ponía al teléfono y solo contestaba la máquina estúpida y sorda y repetitiva.
Presenté una queja en Atención al Cliente de mi banco por un trato muy descortés de una empleada. Y Atención al Cliente me contestó y yo acepté la contestación. Pero siguieron las máquinas escribiéndome y hablándome de mi reclamación como si yo lo hubiera hecho otra vez, y atribuyéndome una reclamación en Valencia, donde no pongo los pies hace años. Y como no se puede hablar con personas las máquinas siguen repetitivas y rutinarias diciendo lo mismo. Y a ellas queremos entregar nuestro futuro y nuestra vida.
A veces creo que la humanidad sufre un ataque de idiotez mundial, que es el peor virus que puede atacarla.
Podría multiplicar los ejemplos, pero creo que bastan estos tres. Podría hablar de los semáforos que se ponen rojos para los dos lados, de las bibliotecas donde suenan los pitidos sin ningún motivo cuando entras o sales, de los ordenadores de la Administración que te mandan aquí o allá y al final te mandan al principio otra vez, de las alarmas que siguen sonando toda la mañana aunque no ocurre nada porque nadie las para, de los termostatos que ordenan calor aunque hace calor porque es tal mes del año. Las máquinas son rutinarias, sordas y simplonas. Y eso es lo que queremos.
Y los algoritmos implantan lo genérico y estereotípico en lugar de lo original y diferente, y lo uniforme en lugar de lo variado, y la rigidez en lugar de la flexibilidad. Y así nos volvemos.
Voy por la calle y una puerta se abre sin ton ni son solo porque algo pasó cerca, aunque nadie quiera entrar. Esa es la gran “inteligencia” de las máquinas.
Y ahora la Idiotez Artificial se basa en datos y reglas rígidas sobre esos datos. Cuando la vida es mucho más que eso. Es atmósfera, espíritu, contexto, un montón de matices y cosas imponderables. Pero lo mecánico es lo simplificado. Porque solo interesa la cantidad, lo masivo. La rapidez de cualquier manera.
Y así se implanta la parodia en lugar del original, la máscara en lugar del rostro, el sucedáneo en lugar de lo autentico, el plástico en lugar de la piel. La Taxidermia Universal. Y a la gente le vale esa falsificación de todo. Y ese desprecio sin fin a la Naturaleza. Porque los técnicos se creen todos más listos que la naturaleza. Y lo reducen todo a mecanismos, a programas, a códigos.
Y luego quieren que funcionemos igual que las máquinas, de manera repetitiva y simplona y solo produzcamos cantidad y cantidad. De manera obediente y sin cuestionar nada. Ni causar problemas. La escritora Elvira Navarro planteó eso en un texto muy lúcido: Exigen a las personas la misma docilidad y simpleza que a las máquinas. Y la verdad es que muchas personas ya funcionan como máquinas, de manera rutinaria y simple, sin escuchar la variedad insólita de la vida.
Mi banco quiere que domicilie el pago de mi piso y lo haga en el cajero sin molestar a los empleados. Pero les digo que no todos los meses me cobran lo mismo, que la vida es cambiante y las máquinas son fijas. Pero no se enteran. La tendencia es la tendencia.
Y así el modelo mecánico y rutinario se extiende a todo. La simplificación y la taxidermia se extienden a todo. Nadie es capaz de atender a la sorpresa, de escuchar algo que no esté previsto. Se simplifica todo de una forma miserable. Y por otra parte se complica paradójicamente. En lugar de empujar una puerta, de forma tan fácil, tienes que esperar a que funcione su célula fotoeléctrica. En lugar de pagar sencillamente en el super con dinero tienes que esperar a que le funcione a la gente su móvil, que encienda el programa o la aplicación, que encuentre el código, que funcione, que lo reinicie otra vez si no funciona, etc.
Vivimos un papanatismo sin fin. La fe de carbonero en las máquinas es tan rígida como el integrismo en las religiones. Ya las frases que tenemos tan estúpidas “eres un máquina”, “las máquinas nunca se equivocan” revelan nuestro nivel de estupidez. El dios Moloch es la Diosa Máquina que lo simplifica todo, lo generaliza todo, lo falsifica todo. Y empobrecemos nuestra vida sin fin. Y estamos tan contentos.
Los procedimientos mecánicos lo colonizan todo y así nuestros cerebros acaban funcionando como máquinas, sin libertad, sin sorpresas, sin misterio profundo, con simplismo y con rutina. Y repetimos todo como robots y como algoritmos. Y nos generalizamos y nos volvemos todos iguales. Y ya no tenemos nada que intercambiar con otros porque los otros son igual que nosotros.
Y no hay ninguna capacidad de pensar porque solo hay una aplicación rutinaria de mecanismos. Y no hay ninguna inteligencia de verdad, porque la inteligencia es la capacidad de adaptarse a la vida cambiante y de comprenderla, no de aplicarle mecanismos rígidos que no se enteran de ella. Y así nos idiotizamos. Y nos rutinizamos y nos uniformamos.
Un tipo dice: las máquinas serán creativas, tendrán creatividad. Otro dice: las máquinas tendrán sentimientos. Es decir: los Triángulos tendrán Cuatro Lados. Porque una máquina siempre será una máquina. Una máquina es un aparato artificial que funciona según el programa que le pones. Y nada más.
Pero el papanatismo no tiene límites. Y renunciamos a nuestras funciones y nos rendimos. Y cedemos nuestro lugar a las máquinas. Porque a unos fabricantes les conviene no pagarnos ni respetarnos y prefieren poner máquinas que producen masivamente y sin preguntar. Y progresan esos fabricantes, pero no progresamos nosotros. Y sin embargo estamos contentos, hablamos de progreso. Y nos creemos todo, creemos la religión de la técnica que nos meten.
Y dicen que crean vida porque crean unos seres que se mueven según unos programas. Pero eso es una parodia de vida, es la simplificación de la vida. Es la máscara en lugar del rostro, es el exterior en lugar del interior. Es la eliminación del interior. Es la eliminación del espíritu. No creen en el espíritu porque no tienen espíritu. Y nos imponen esta alienación universal. Este despojo sin fin. Te despojan y estás contento y dices que progresas. Ya no sabes hacer nada, ni siquiera moverte, porque todo lo hace (de manera mucho más rígida) una máquina por ti. Y te vendes y no te recuperas. Y esta religión de lo masivo y lo mecánico les parece un progreso.
Y los pensamientos se fabrican con fórmulas y se sueltan de manera rutinaria. Como quien suelta comida prefabricada o visitas en grupo a las ciudades. Todo es masivo y rutinario. Es la idiotez sin fin.
No sabemos pensar, no sabemos sentir. No sabemos ni siquiera mover las piernas, porque se mueve el patinete. No sabemos mirar porque ya mira un guía por nosotros. No sabemos hacer nada solos por nosotros mismos porque ya no existe un “nosotros mismos”. Es una sociedad fascista e idiotizada. Donde todos leen lo mismo en las mismas épocas. Donde se nos lleva como rebaños por aquí y por allá. Donde se nos pastorea de manera industrial. Y si alguien no está de acuerdo lo acosamos y lo perseguimos. Y lo convertimos en un monstruo y en un bicho.
Porque es mejor seguir las fórmulas oficiales. Como le dice el Inquisidor al mismo Cristo en un pasaje de “Los hermanos Karamazov”. Le dice más o menos: no vengas con tus frases originales a inquietar a la gente, deja que sigan las frases oficiales y hagan las cosas con rutina. Así están más tranquilos. Puede que no se enteren de nada, pero están más tranquilos. Y el Inquisidor condena al mismo Cristo como hereje.
Y ahora la “Inteligencia Artificial” condena a la verdadera Inteligencia como inservible. Porque es libre, abierta, flexible, imprevisible, incontrolable, intuitiva, imaginativa. Todo cosas muy peligrosas, como Cristo en la novela de Dostoievski. Y en “El idiota” el príncipe Mischkin se proclamaba Idiota, pero era mucho más inteligente que todos los demás, y era el que de verdad se enteraba de todo.
Pero en la sociedad actual todo seguirá clichés y algoritmos y preguntas frecuentes y mensajes No Reply y grupos turísticos y tendencias de temporada y puertas con célula fotoeléctrica e imitaciones de la vida y máscaras y sucedáneos y manoseos transgénicos y generalidades.
Bienvenidos a la Idiotez.