(Por María Cristina Rosas) Byung-Chul Han es el filósofo de moda. Oriundo de Corea del Sur, cambió su residencia en el país asiático para asentarse en Alemania. Inicialmente estudió metalurgia en Seúl, pero seguro de que ésa no era su vocación, se decidió por la literatura y la filosofía. Actualmente es docente en la Universidad de las Artes de Berlín y su fama obedece a la publicación de cuatro libros o ensayos, todos ellos pequeños, con tamaños que oscilan entre las 80 y las 100 páginas. Estos libros o ensayos, no por ser pequeños son sencillos de leer, dado que sus temas son muy profundos y trascendentes. Así con Han, la filosofía, que se ocupa de casi todo lo que ocurre en el mundo, encuentra renovados bríos en aras de explicar los retos que ahora enfrentan los seres humanos.
¿Qué temas son recurrentes en sus reflexiones? El impacto de las nuevas tecnologías en las sociedades y la manera en que éstas interactúan. Otra consideración suya versa sobre el poco tiempo que las personas dedican al ocio, debido a que en sus jornadas cotidianas se explotan a sí mismas, al punto del agotamiento, lo que irónicamente, en lugar de mejorar su productividad y competitividad, propicia la frustración, la depresión y un enorme cansancio.
Otro aspecto abordado en los ensayos de Han es el narcicismo y el exhibicionismo exacerbados de los usuarios de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). En el mundo virtual en el que las fronteras se han desvanecido, los individuos están tan aislados, cansados y deprimidos, desaparece la experiencia erótica, aquella en que el amor –siempre revolucionario– llevaba a tomar en cuenta y a considerar el sentir y la experiencia del “otro”, de un ser distinto, como parte de una necesaria interacción que hoy tiende a desaparecer. Así, ya no son importantes los demás, sino el “yo”, por lo que se niega de manera implícita a l (os) “otro” u “otros”. Ahora la alteridad cede paso al individualismo, y cada quién se exhibe en sus opiniones, pensamientos, aspiraciones y deseos, sin comunicarse ni convivir con los demás. No sobra decir que la comunicación y la interacción son la base de la sociedad, por lo que el triunfo del individualismo está trasformando a las comunidades, al menos en su configuración tradicional.En su ensayo más reciente (En el enjambre), Han analiza el “enjambre digital” integrado por individuos aislados, sin alma, desprovistos de la capacidad de actuar como colectividad. Cada internauta se pronuncia en la red sobre los aspectos más variados, importantes y triviales, y la posibilidad de que las comunicaciones ahora sean instantáneas, inhibe la posibilidad de pensar. Han destaca que los silencios que las personas necesitaban para reflexionar y emitir una opinión razonada se han perdido. Hay una suerte de “ansiedad digital” en que se abordan muchas temáticas y todos quieren decir algo sobre cualquier cosa, si bien lo que se comenta generalmente evade los problemas de fondo, al igual que las soluciones posibles y viables, las que, naturalmente, no pueden ser instantáneas.
Lo expresado por Han remite a la manera en que se están configurando sociedades disociadas con individuos que piensan poco y actúan menos. Los tiempos en que, por ejemplo, un filósofo hacía una aseveración, muchas veces retadora, para obligar a los demás a pensar, criticar, profundizar en el análisis y/o hacer un planteamiento alternativo, ya forman parte de la historia.
René Descartes sentiría frustración en el mundo de hoy. En El discurso del método, Descartes refería“…en seguida advertí que mientras de este modo quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, quien lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad: yo pienso, por lo tanto soy, era tan firme y cierta, que no podían quebrantarla ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que estaba buscando”.
Cogito ergo sum… pienso luego existo. Éste es un principio fundamental de la filosofía moderna. Recuerda a la humanidad que lo que diferencia a las personas de otras especies es la posibilidad de razonar para poder existir o dar sentido a la existencia. La sentencia de Descartes sugeriría un acto individual [pienso], pero en realidad el pensar supone una interacción social, si no por otra razón, porque es en el seno de la sociedad que se genera y reproduce –y destruye– la vida humana [existencia].
Lo dicho por Descartes generó importantes debates, por ejemplo, de parte de quienes lo acusaban de plagio, por considerar que su famosa sentencia ya había sido expresada previamente por Agustín de Hipona, o bien por Avicena. El debate también sucedió a la obra de Descartes de la mano de ilustres pensadores como Nietzsche y Jean Paul Sartre. De hecho, el existencialismo constituye una reacción a la filosofía clásica y tuvo en la obra de Descartes mucha materia prima para discurrir en torno al significado de la vida. Lo anterior no significa que, en las condiciones actuales, la posibilidad de debatir los planteamientos de un filósofo contemporáneo como Han, esté cancelada. La polémica entre éste y uno de sus mentores, Sloterdijk, es frecuente y permite reivindicar la importancia de la filosofía ante los retos del mundo del siglo XXI. Pero lo que diferencia a la época actual de las de pensadores como los citados en el párrafo precedente es el contexto social en que se desarrolla (ba) n.
Hoy, como bien lo refiere Han, prevalecen las sociedades urbanas, que han generado estilos de vida en función a la premura por llegar a la escuela o al trabajo. Esas sociedades consumen y generan una enorme cantidad de desechos que han puesto a la Tierra al borde del colapso. No hay tiempo para preparar alimentos nutritivos: se come lo que se tiene a la mano, por más daño que haga a la salud. Los padres, en las generaciones precedentes, lavaban pañales para reutilizarlos, mientras que ahora se compran, se usan y se tiran por millones –y conste que no son biodegradables– en el nombre de la comodidad. El esparcimiento ya no tiene lugar entre personas, sino frente a la televisión, una computadora o una tableta, en la soledad de una habitación. Las cosas se ven pero no se tocan. La cultura del desecho es parte de un estilo de vida. En México, por ejemplo, todos los que poseen un aparato de televisión analógico deberán desecharlo para adquirir uno digital, o ya no podrán recibir la señal con sus programas favoritos. En un escenario similar, los que poseen computadoras con un sistema operativo que funcionaba –y lo hacía muy bien– hace un par de años, deben comprar otro, y claro, otra computadora que lo soporte. Con los teléfonos inteligentes pasa lo mismo. Las empresas de las TIC obligan a los usuarios a desechar los que poseen para que adquieran los de moda.
La sociedad de la enfermedad
Si “el hombre es lo que come” seguramente ahí radica la explicación de por qué está tan enfermo. Antaño, los alimentos eran naturales. Hoy todo los sustituye: el café “descafeinado”, la leche “deslactosada”, el “sustituto de azúcar”, productos “bajos en sodio”, “sin colesterol”, “bajos en grasas”, agua “sin minerales”. Y por eso hay que consumir complejos vitamínicos. Y pese a todo eso, las personas están muy enfermas, porque son sedentarias y entonces padecen sobrepeso, obesidad, hipertensión y/o diabetes. Por lo tanto, para paliar los efectos de la obesidad y la diabetes, hay toda una industria que ofrece alimentos y vitaminas “especiales” pese a que la obesidad y la diabetes se siguen propagando sin control. Cualquiera que haya entrado a una farmacia se topará con anaqueles repletos de glucómetros y complejos vitamínicos diseñados ad hoc para el paciente diabético. Y si la persona padece hipertensión, también puede encontrar medicamentos que ya forman parte del cuadro básico. Asimismo, el diabético debe usar ropa especial, calcetines y zapatos con ciertas características, que no son baratos. Cierto, los avances en la medicina han logrado poner freno a diversas enfermedades infecciosas y, en consecuencia, la mortalidad se ha reducido y la esperanza de vida ha aumentado. Con todo, la gente, aunque vive más, está sola y muy enferma (el Distrito Federal tiene a la mayor cantidad de personas mayores de 60 años a nivel nacional, un millón 150 mil, de los cuales el 13%, o bien, 149 mil, viven solos. Vivir solo puede ser una elección, pero no ocurre en todos los casos. Si a ello se suma la larga lista de enfermedades no transmisibles que suelen padecer quienes viven más y cuyos tratamientos son costosos, el panorama es poco halagüeño.
“En México el número de pacientes mayores de 65 años en el año 2010 fue de 7 millones, esperando que sean 28 millones en el año 2050. La prevalencia de demencia crece exponencialmente de los 65 a los 85 años, duplicándose cada 5-6 años y estabilizándose a partir de los 85-90 años. La prevalencia de demencia se incrementó con la edad de 5% en aquellos de 71-79 años de edad a 37.4% en aquellos de 90 años y mayores. El único estudio de base poblacional realizado para la evaluación de la demencia en México indica que una prevalencia de demencia en ancianos de 8.6 y 8.5% para las áreas urbana y rural, respectivamente”. Así, no parece tan importante que las personas de 60 o más años vivan solas por elección o porque sus familiares los olvidaron. Este grupo de población es probable que haya sido olvidado y que, al mismo tiempo, tienda a olvidar.
Tal vez las enfermedades infecciosas parecen cosa del pasado (aunque la lepra, la tuberculosis, el VIH/SIDA, el sarampión y ahora el ébola siguen causando la muerte de millones de personas en el planeta). Hay que debatir hasta dónde el miedo al contagio también propicia el aislamiento y la soledad. Es posible que ése sea el precio que los seres humanos han debido pagar por el miedo a enfermarse.“La violencia viral, que sigue rigiéndose por el esquema inmunológico del adentro y el afuera, o de lo propio y lo extraño, y que además presupone una singularidad o una otredad contrarias al sistema, no sirve para la descripción de las enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención por hiperactividad o la enfermedad de Parkinson. La violencia neuronal no parte de una negatividad extraña al sistema. Más bien es sistémica, es decir, consiste en una violencia inmanente al sistema” que el propio individuo genera por sí mismo, según Han.
La sociedad en la red
Las TIC, se dice, existen para facilitar la comunicación y la información. Eso es maravilloso. Sin embargo, antaño las personas acudían a reuniones con amigos y familiares para el esparcimiento, es decir, debían hacer un traslado físico, de un lugar a otro. Hoy basta con un teléfono inteligente para enviar un frío mensaje. En otros tiempos, los estudiantes y los científicos acudían a las bibliotecas. Hoy trabajan en línea. Actualmente las investigaciones de laboratorio sustituyen a las investigaciones de campo. Los libros virtuales son más consumidos que los libros impresos.
La inseguridad de las zonas urbanas lleva a que las personas permanezcan en sus casas. Ya nadie quiere salir a la calle, sea para ejercitarse, para caminar o para una reunión, porque teme un asalto, un secuestro o ser víctima de la violencia. Las sociedades urbanas ya no son gregarias y ello también explica la pérdida de solidaridad ante problemas comunes. Parece que ya todos se acostumbraron a las noticias sobre la violencia. El nivel de tolerancia, resignación y tal vez desinterés hacia las patologías sociales se elevó de manera exponencial, no así las propuestas para solucionarlas.
La sociedad del consumo
Eduardo Galeano, una de las mentes latinoamericanas más lúcidas, lo dice muy bien: “el shopping center, o shopping mall, vidriera de todas las vidrieras, impone su presencia avasallante. Las multitudes acuden, en peregrinación, a este templo mayor de las misas del consumo. La mayoría de los devotos contempla, en éxtasis, las cosas que sus bolsillos no pueden pagar, mientras la minoría compradora se somete al bombardeo de la oferta incesante y extenuante. El gentío, que sube y baja por las escaleras mecánicas, viaja porel mundo: los maniquíes visten como en Milán o París y las máquinas suenan como en Chicago, y para ver y oír no es preciso pagar pasaje. Los turistas venidos de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua del prócer en la plaza.
Beatriz Solano ha observado que los habitantes de los barrios suburbanos acuden al center, al shopping center, como antes acudían al centro. El tradicional paseo del fin de semana al centro de la ciudad tiende a ser sustituido por la excursión a estos centros urbanos. Lavados y planchados y peinados, vestidos con sus mejores galas, los visitantes vienen a una fiesta donde no son convidados, pero pueden ser mirones. Familias enteras emprenden el viaje en la cápsula espacial que recorre el universo del consumo, donde la estética del mercado ha diseñado un paisaje alucinante de modelos, marcas y etiquetas.
“La cultura del consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso mediático. Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. Hoy que lo único que permanece es la inseguridad, las mercancías, fabricadas para no durar, resultan tan volátiles como el capital que las financia y el trabajo que las genera. El dinero vuela a la velocidad de la luz: ayer estaba allá, hoy está aquí, mañana quién sabe, y todo trabajador es un desempleado en potencia. Paradójicamente, los shoppings centers, reinos de la fugacidad, ofrecen la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos resisten fuera del tiempo, sin edad y sin raíz, sin noche y sin día y sin memoria, y existen fuera del espacio, más allá de las turbulencias de la peligrosa realidad del mundo”.
Las personas son bombardeadas por el mercado, el cual les dice qué comer, cómo vestir y qué hacer en sus ratos de ocio. El mercado genera imágenes con cámaras digitales y con Photoshop sobre el éxito. Una persona exitosa es delgada, bonita, sin ropa y hasta ¡sin ombligo! Asimismo, las cámaras digitales y el Photoshop generan la imagen de la eternidad: en una fotografía se puede observar a una persona exitosa que no envejece, que no se enferma y que no cambia: siempre es igual (Han se refiere a ello como “el infierno de lo igual”). Las Barbies y los Kents, de la vida real se niegan a sí mismos al haber asumido como estilo y objetivo de vida, convertirse en Barbie y Kent quizá con la expectativa de la vida eterna, porque lo más importante es la apariencia y solo eso.
Otro fenómeno muy en boga es el de las selfies, la imagen del “yo”. Fotografiar un paisaje es aburrido y carece de sentido e interés en el mundo moderno. Fotografiar al “yo” es lo de hoy, porque solo el “yo” es lo que importa, no los “otros”.
La soledad afecta no solo a la solidaridad, sino al compromiso. Hoy todo mundo se pronuncia por “relaciones abiertas”, donde, si las cosas “no funcionan”, basta con un divorcio express. El amor se torna efímero frente al individualismo. Como el “otro” dejó de importar, el individuo recién separado, divorciado o viudo se refugia en su teléfono inteligente o en su tableta, y se pierde en la serie o la película de moda. Gracias a las TIC las personas tienen conocimiento sobre el sufrimiento humano en las más diversas latitudes y cuando ocurren una epidemia, un avionazo, una inundación o un terremoto, abundan los comentarios de consternación, indignación y a los pocos minutos, las personas regresan al aletargamiento y cansancio del que habla Han.
La sociedad disociada
¿A dónde se dirige el mundo? En La sociedad de la transparencia, Han postula que “Google y las redes sociales, que se presentan como espacios de libertad, se han convertido en un gran panóptico, el centro penitenciario imaginado por Bentham en el siglo XVIII, donde el vigilante puede observar ocultamente a todos los prisioneros. El cliente transparente es el nuevo morador de este panóptico digital, donde no existe ninguna comunidad sino acumulaciones de Egos incapaces de una acción común, política, de un nosotros. Los consumidores ya no constituyen ninguna fuerza que cuestionará el interior sistémico. La vigilancia no se realiza como ataque a la libertad. Más bien, cada uno se entrega voluntariamente, desnudándose y exponiéndose, a la mirada panóptica”.Byung Chul-Han es un personaje singular, producto, a final de cuentas, de la globalización: tal vez en otros tiempos, su pensamiento no habría trascendido más allá de las aulas de la Universidad o de algunos cafés. Claro que el medio no es el mensaje, y lo que Han piensa sobre los problemas del mundo de hoy es un mensaje que explica lo que ocurre, con vistas a dilucidar lo que se podría hacer para modificar la situación.
Las sociedades del siglo XXI siguen pugnando por la libertad para vivir como ellas lo decidan. Sin embargo, cuando las personas tienen libertad para hacer lo que quieren, decía Francois Sagan, por lo general comienzan a imitarse mutuamente. La imitación parte de los “modelos” a los que las sociedades están expuestas, en gran medida, por obra y gracia del mercado. Luego entonces, se aspira a ser o a tener, pero al final ni se es ni se tiene, y el cansancio continúa. Hoy pensar parece un lujo que solo unos cuántos pueden realizar, y de todas maneras, todos están tan cansados que ni siquiera lo intentan. “¿Pensar? ¿Para qué?” Por lo tanto, parafraseando a Descartes, tal parece que la sentencia adecuada, al menos por ahora, es “no pienso, luego no existo.” Lo que conviene aclarar, sin embargo, es que las sociedades no dejarán de existir, porque el mercado las necesita para que consuman los productos que genera.