“No es tan difícil hacer dinero cuando solo hacer dinero es lo que se pretende.” Es quizá una de sus frases favoritas de Ciudadano Kane. Para muchos, una de las mejores películas de la historia. Orson Welles siempre dijo que su gran aportación al cine con Ciudadano Kane fue la ignorancia. Sencillamente porque no sabía lo que estaba haciendo. Sea como fuere la película de Welles –a quien la Filmoteca de Valencia dedica un ciclo en mayo con motivo del centenario de su nacimiento- es una cinta de culto, irrepetible.
Siempre que tiene ocasión, se la encasqueta a sus alumnos de Mass Media porque enseña muchas cosas. La primera, perdón por la obviedad: que el dinero no puede comprarlo todo. Que hay cosas que nos superan como el amor, la pérdida y, sí, la felicidad. Y la segunda, porque retrata a la perfección a una de las figuras más relevantes del New Journalism, William Randolph Hearst, y la relación más descarnada entre los medios y el poder.
Aunque el cuarto poder ya no es lo que era, la influencia de los medios, sobre todo audiovisuales, en el imaginario colectivo es demoledor. El otro día asistía divertida a una pelea entre su sobrina y un niñato –le permitirán que como buena periodista en esto también sea parcial- en ese gran patio de vecinas que es Facebook.
Como buenos jóvenes se enzarzaron en una discusión entre Podemos y Ciudadanos. El chico, para zanjar la discusión, calificó a la niña de comunista chavista. Probablemente aquel indocumentado no sabe exactamente por dónde queda Caracas pero comprobar cómo el discurso de la caverna mediática ha calado para insultar a lo desconocido da miedito. Pero para miedo de verdad, la adaptación de Welles de El Proceso, de Kafka. El juicio a un hombre que desconoce cuál es el delito por el cual está siendo procesado. Vayan.