“Los inversores han decidido que las pérdidas son tan grandes que el producto está agotado”. Con estas palabras se finiquitaba ayer por la tarde un diario más, una voz menos. Aparte del drama humano individual para cada uno de los 60 profesionales que trabajaban en el diario ADN, que se precipitan de bruces en los últimos puestos de las listas del paro, hay otro drama diferente y colectivo: cuando un medio de comunicación muere tras un largo asedio a cargo del invisible pero letal cerco de la economía, algo muere también a nivel colectivo. Mientras el imputado Carlos Fabra celebraba que la suerte continúa de su parte, sonriéndole cada Navidad, a los trabajadores de ADN la suerte les hacía una mueca burlona: hoy viernes sale el último ejemplar de este diario gratuito. La edición digital también desaparece. No quedarán ni las brasas. Cada vez que desaparece un puente nos quedamos un poco más mudos, más sordos, más aislados y dejamos un poco de ser todos para ser un poco más yo, más egoístas, individuos incomunicados del sálvese quien pueda. Y las voces amigas son cada vez más tenues hasta que al final se apagan. Y por esa rendija es por donde nos ganan la batalla. No creo en la suerte, sí en el tesón, en el trabajo bien hecho, en la profesionalidad, en la experiencia que da sabiduría. Desde ayer, creo menos en la existencia de la suerte y más en la de los mercados.