Desde muy pequeños aprendemos la relación de causa-efecto, si empujamos una pelota esta se desplaza, si soltamos un juguete cae al suelo… si a esto le sumamos un refuerzo tendríamos el principio del Condicionamiento Operante… suelto un juguete… cae… mama se enfada porque se ha roto, tras varias repeticiones es posible que ya no nos queden ganas de romper más juguetes.
Pero este condicionamiento está también en la base de nuestras supersticiones adultas… tengo un examen importante…. Estreno calzoncillos… bordo el examen… estos son mis calzoncillos de la suerte y me los pondré en todos los exámenes del cuatrimestre.
Unas pocas conexiones accidentales al azar entre un ritual y consecuencias favorables son suficientes para mantener una conducta.
Skinner realizó en 1948 un experimento que es conocido como La superstición de la paloma. En dicho experimento se introducían en una caja llamada caja Skinner a palomas hambrientas. Dentro de la caja a las palomas se las proporcionaba comida a intervalos regulares sin que ellas tuvieran que emitir ninguna conducta específica para conseguirla. Pues bien, una de las palomas aprendió a dar vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj alrededor de la caja, otra paloma pegaba su cabeza a una de las esquinas superiores de un modo muy característico, otra desarrolló la respuesta de sacudir la cabeza. Cada paloma desarrolló una respuesta propia, idiosincrática.
La comida habría reforzado alguna conducta emitida aleatoriamente por la paloma en algún momento, de manera que la paloma habría “aprendido” que dicha conducta era la causante del suministro de comida.
Es importante advertir que este procedimiento no es, en rigor, un procedimiento de Condicionamiento Operante, es un procedimiento de Condicionamiento Clásico y que la literatura científica ofrece experimentos cuyos resultados invitan a cuestionar la conclusión que obtuvo Skinner.
Sea como sea, la superstición es una conducta más o menos habitual en el comportamiento humano.