La francesa Coralie Fargeat debutó en la gran pantalla en 2017 con el largometraje “Revenge”, que obtuvo una aceptable acogida y que, de una forma descarnada, reflejaba la venganza (algunos lo calificarían de justicia) ante el comportamiento violento y machista de tres varones. La cinta le reportó el premio a la mejor dirección en el Festival de Cine de Sitges de aquel año. Ahora, en su segunda película, aborda el tema del envejecimiento, especialmente el femenino, y de las consecuencias derivadas de unas exigencias estéticas más allá de lo razonable. Este trabajo ya se ha proyectado en los certámenes de Cannes, San Sebastián y Toronto, cosechando de nuevo unas críticas mayoritariamente positivas.
La cineasta francesa posee una innegable habilidad para la narración cinematográfica, así como capacidad inventiva para trasladar a imágenes sus planteamientos de manera cruda y visceral. En ese sentido, logra captar la atención del espectador y, ya a título personal, su estilo contundente y desconcertante me genera bastante curiosidad. No obstante, a medida que avanza el metraje, la coherencia entre la crítica y la sátira o, más bien, entre la caricatura para poner el dedo en la llaga y la reflexión subyacente, comienza a tambalearse. Al final, el film termina resultando disparatado, si bien ello no ha de considerarse necesariamente un demérito en el Séptimo Arte. En cualquier caso, se evidencia la moralina como objetivo y cierta contradicción en el mensaje.
Una mujer famosa, cuya etapa de juventud va quedando cada vez más lejos, se ve relegada en su trabajo y ninguneada por un jefe grosero y zafio. Ante tal situación cae en una espiral enfermiza, tratando de evitar lo inevitable: se hace mayor. La casualidad o el infortunio le conducen a consumir una enigmática sustancia que conlleva una transformación temporal en una mejor versión de ella misma que, en definitiva, la rejuvenece. Las reglas parecen sencillas, pero no negociables. Si acepta la inyección con la cura milagrosa, transcurrirá una semana en ese cuerpo rejuvenecido y otra en su cuerpo real, y así sucesivamente. Pero si ese ritmo se quiebra, las repercusiones se tornarán nefastas.
“La sustancia” coquetea con una suerte de ciencia ficción que, a mi juicio, no combina demasiado bien con sus pretensiones iniciales. Lo que queda fuera de toda duda es que lleva al límite la recreación de los personajes, de modo que lo grotesco y lo aberrante alcanzan un nivel que, en ocasiones, deviene en delirio yhasta en desquiciamiento. Sospecho que psicólogos y psiquiatras podrán recurrir a esta historia para explicar diversas patologías. Por lo que a mí respecta, me intrigó e, incluso, me sorprendió (circunstancia nada sencilla), pero me dejó un último regusto de indiferencia ese regocijo en el absurdo, que me impidió conectar a fondo con la narración. Juzgo la propuesta original, insólita e interesante, pero tanto esfuerzo por extremarla impide que destaque ni como comedia, ni como drama, ni como ciencia ficción.
Encabezando el reparto se halla Demi Moore, célebre actriz de las décadas de los ochenta y noventa gracias a éxitos como “Ghost (Más allá del amor)” o “Algunos hombres buenos”. Lleva a cabo una notable interpretación, relanzando así una carrera estancada desde hace tiempo. Junto a ella figura la joven Margaret Qualley, hija de Andie McDowell, quien ha participado en “Érase una vez en... Hollywood”, “Dos buenos tipos” o la serie televisiva “La asistenta”. Ambas forman un tándem efectivo a las órdenes de Fargeat. Les acompañan Dennis Quaid (“El chip prodigioso”, “Lejos del cielo”, “Un domingo cualquiera”), Oscar Lesage (La gran juventud”) y Christian Erickson (“Juana de Arco, de Luc Besson”, “El último duelo”).