Revista Cine
Si pensamos en John Wayne, nos vienen a la cabeza un montón de grandes películas enclavadas en el género americano por excelencia, el western. Pero John Wayne no era sólo un tipo de duro al que el revólver y el sombrero de cowboy le sentaban como un guante, también era capaz de regalarnos papeles con una vis cómica que ya quisieran tener muchos de los que, hoy en día, se autodenominan comediantes. La película que ocupa esta entrada, La Taberna del Irlandés, es un claro ejemplo de este talento para la comedia que tenía el legendario actor.
Donovan (John Wayne) es un ex-combatiente de la Segunda Guerra Mundial que regenta una taberna llamada El Arrecife de Donovan en una paradisíaca isla de la Polinesia francesa. La apacible vida en este paraíso se ve sacudida por la llegada de dos personajes: Gilhooley (Lee Marvin) antiguo camarada del ejercito de Donovan al que le une una curiosa amistad y Amelia Dedham (Elizabeth Allen) una estirada bostoniana que viene en busca de su padre (Jack Warden).
Si os dáis un paseo por la red, veréis que esta película levanta más odios que pasiones. La verdad es que hay muchas opiniones que la consideran una película menor en la filmografía de John Ford, que es demasiado ligera y que, sobre todo, no le llega ni a la suela de los zapatos a Centauros del Desierto o El Hombre Tranquilo pero la realidad es que muy pocas películas tienen nivel suficiente como para compararse a estas dos obras maestras. A mí, tengo que decirlo, esta película me atrapó desde la primera vez que la vi y me gusta mucho, entre otras cosas, porque es un divertimento en el que quedaba claro que, después de más de 10 películas rodadas juntos, John Wayne y John Ford se tenían tomada la medida el uno al otro.
La principal fortaleza de esta película es el contar con un reparto tan atractivo que, además, tiene tan buena química entre sí. Las escenas entre John Wayne y Lee Marvin son dinamita pura, y no sólo porque casi siempre acaben a golpes entre sí, pero las escenas que comparten John Wayne y Elizabeth Allen no se quedan atrás. La verdad es que la tensión sexual que se plantea entre ambos personajes es de los pilares de la película y sus enfrentamientos dialécticos son dignos de cualquiera de las muchas comedias de lucha de sexos que hemos visto a lo largo de la historia del cine. Recomiendo especialmente la escena en la que ambos personajes se retan nadando, una delicia.
También hay que destacar un par de personajes secundarios porque, tan sólo con su presencia, le dan un punto exótico muy atractivo a la película. Me refiero a los interpretados por César Romero y Dorothy Lamour quienes, además de exotismo, aportan glamour y algunos de los momentos más cómicos de la cinta.
Hay un elemento, totalmente ajeno a la película en sí, que es esencial: el escenario. Desde el primer momento, planea en el ambiente la sensación de que en esta parte del mundo la vida tiene otro ritmo y John Ford es muy hábil poniéndolo de manifiesto desde el principio: con la música, con las localizaciones de ensueño… De esa manera nos sentimos igual que el personaje de Elizabeth Allen, quien, poco a poco, va cayendo bajo el influjo de la isla y sus gentes.
La Taberna del Irlandés no es ninguna obra maestra aunque yo ya he perdido la cuenta de veces que he visto esta película. Es cine clásico sin muchas pretensiones, bien hecho, divertido, entretenido y para lucimiento de sus protagonistas pero tiene encanto y viene de perlas para viajar al paraíso sin levantarse del sofá de casa. Recomendable por completo.