Finalmente la salida pública del coronel Alejandro Castro Espín, el delfín de la corona, no se hizo esperar. Primero se le vio recibiendo al pie de la escalerilla del avión a los tres espías restantes el pasado 17 de diciembre. Ahora se le ve acompañando a papá en la magna reunión y, sobre todo, presentándoselo –de alguna forma– al presidente Obama, cuando el que debía encontrarse allí seria el vicepresidente Díaz Canel, quien se supone que tendría que asumir la presidencia en el 2018, una vez que Raúl Castro termine su segundo mandato, y casi sesenta años de su familia.
Como habíamos previsto, pura deducción, el simple teorema de la desvergüenza castrista: no confían ni en títeres. Lo único que había que descubrir era la manera y el momento que adecuarían para hacer pública la exhibición del príncipe.
Más Castro a la vista, avisaría el grumete desde el palo mayor, solo que en este caso, la nave se encuentra encallada en la costa desde hace seis décadas y no encontramos la maniobra conveniente para el desarrollo y libertad del pueblo de Cuba.
A quién más se me parece este Alejandro Castro Espín es al dictador ruso Vladimir Putin; coinciden en una parecida trayectoria militar y de espionaje.
La vida de los cubanos parece una melodramática telenovela a la que se le amplían capítulos y temporadas sin que su fin logre resolverse.
Ángel Santiesteban-Prats
12 de abril de 2015
Prisión Unidad de Guardafronteras
La Habana