Revista Psicología

La Terapia Gestalt no es una pseudociencia ni una mala ciencia

Por Clotilde Sarrió Arnandis @Gestalt_VLC

Como Terapeuta Gestalt me he sentido molesta por algunas opiniones vertidas en el artículo La mala ciencia de la Terapia Gestalt ” publicado en Psyciencia el 2/3/2018. Por ello, y sin ánimo de entrar en polémicas, respondo con un artículo y no a través de un comentario que, por lo general, tienden a ser breves y a veces encrespados.

La Terapia Gestalt no es una pseudociencia ni una mala ciencia

La Terapia Gestalt no es una pseudociencia ni una mala ciencia

No es la primera vez que tengo que responder a alguna crítica contra la Terapia Gestalt (TG), por lo general dictámenes descalificadores fundamentados en planteamientos encorsetados de quienes esgrimen la metodología científica como único marchamo de calidad para ponderar una terapia psicológica, y sobre todo quienes niegan validez y metodología científica a cualquier psicoterapia que no se ajuste al racionalismo de la terapia cognitivo-conductual (TCC).

Es este un cliché monotemático que reaviva el recurrente problema de la psicología cuando se confronta la razón con las emociones (cognición versus emoción/afecto), algo que los cognitivos estrictos resuelven desde un racionalismo basado en el estoicismo filosófico de Epicteto, que considera que todos los estados mentales (incluidas las emociones) están condicionados por los juicios que de ellos hace el ser humano. Dicho de otro modo, la terapia cognitiva sublima a la razón frente a las emociones y contempla que las personas sufren por la interpretación que se realizan de los sucesos y no por estos en sí mismos. Este es uno de los motivos —tal vez el principal— que separa a la TCC de las corrientes psicoterapéuticas humanistas.

Pero hay también otro aspecto que la terapia cognitiva esgrime para diferenciarse de las demás, y es considerarse como la única avalada por la metodología científica. Lo que no deja de ser cierto —cierto que se la considere así, no que sea la mejor psicoterapia—, pero de ahí a execrar a cualquier otra terapia psicológica e incluir a la Terapia Gestalt en el mismo saco que las falsas terapias y considerarla una pseudociencia, hay un abismo que sólo se podría entender en base a un rechazo obsesivo, a un absoluto desconocimiento de la TG, a una jactanciosa soberbia de creerse en posesión de la verdad, o también al frecuente vicio de la generalización basada en la ignorancia.

Sólo soy una terapeuta gestalt a quien le apasiona su trabajo, y no me considero en absoluto relevante siendo que la Terapia Gestalt cuenta a nivel internacional con eminentes personalidades de reconocido prestigio entre los que destacaré a: Jean Marie Robine, Brigitte Lapeyronnie-Robine, Gianni Francesetti, Dan Bloom, Margherita Spagnuolo Lobb, Gordon Wheeler, Sylvia Crocker, Philip Lichtenberg, Michael Vincent Miller y Ruella Frank, cuyos artículos, libros y trayectoria académica hablan por si solos del prestigio de una terapia seria, eficaz y con un marco teórico que nada tiene de «mala ciencia» como algunos detractores preconizan.

Si me he decidido a escribir este artículo-réplica es para desmentir varias falsedades vertidas en “La mala ciencia de la Terapia Gestalt”, falsedades que con ánimo conciliador preferiría considerar como errores que deben ser aclarados.

Otro motivo es por mi condición de colaboradora habitual en Psyciencia, una publicación en la que me siento cómoda y respetada, y a la que agradezco que nuestra interrelación sea tan entrañable y fluida.

Y ya como tercer motivo, escribo esta réplica porque en el artículo al que contesto aparecen cinco enlaces a otros tantos artículos de mi autoría: Fritz Perls ;  ideología religiosa (denominado así por el autor del artículo);  darse cuenta o awareness ; mindfulness . Todos estos artículos han sido publicados en Psyciencia, y en ellos dejo constancia de mi posicionamiento ecléctico, abierto y también crítico con algunos aspectos de la Terapia Gestalt. Queda así patente mi ausencia de vinculaciones prosélitas y de mi mentalidad tanto abierta como respetuosa con otras corrientes ajenas a la Terapia Gestalt.

Dice el artículo de “La mala ciencia de la Terapia Gestalt” que es cuestionable su eficacia en base a que «los estudios de eficacia de la TG son escasos y de baja calidad metodológica», un argumento que en cierto modo comparto, pues en múltiples ocasiones he lamentado que en los orígenes de la Terapia Gestalt, cuando comenzó a decaer el interés por el psicoanálisis mientras emergían nuevas corrientes psicoterapéuticas, la línea humanista e intelectual de la Terapia Gestalt (que tanto la alejaba del conductismo y de otras nuevas corrientes) mostró muy escaso interés por la realización de artículos científicos que validaran a esta terapia ( aunque sí incontables publicaciones ), tal vez por la inercia a no focalizar la atención en cuantificaciones en una corriente tan vinculada a lo que no es directamente observable o medible.

Esta circunstancia ha determinado que la Terapia Cognitivo Conductual sea el único tipo de psicoterapia cuyos resultados son validados por el método científico. Pero fijémonos bien, ser validados no significa ser los únicos válidos. Con esto se entiende que la eficacia de la TCC tiene el aval de gran cantidad de trabajos clínicos realizados con pacientes, algo que escaseó (y sigue escaseando) en la Terapia Gestalt y que ha condicionado que adolezca del aval científico del que tanto alardea la TCC, pero no es motivo suficiente para negar de pleno su eficacia y validez como terapia, que la tiene, tanto como contrastada está por la evidencia clínica.

La inadvertencia de los psicoterapeutas de la Gestalt para realizar y publicar trabajos ajustados al método científico que validen lo que la práctica clínica confirma, se ha utilizado como un arma arrojadiza por el sector más radical de la TCC en un intento de apropiarse en exclusiva de la psicología clínica.

En el artículo al que respondo, se critica también «que los artículos disponibles de Terapia Gestalt incluyen en ocasiones aproximaciones humanistas globales, y en otras alguna técnica gestalt concreta, habiendo una tremenda variación en la técnica o metodología de gestalt aplicada», algo que resulta obvio si consideramos que hay distintas orientaciones —o escuelas— en la Terapia Gestalt del mismo modo que las encontramos en otras ramas de la salud mental.

Pondré como ejemplo los distintos enfoques terapéuticos con los que los psiquiatras de distintas tendencias que utilizan o descartan algunos tratamientos como la utilización o no de litio o de antipsicóticos en depresiones resistentes; la preferencia por uno u otro ISRS en los TOC; y así, tantos y tantos protocolos con los que distintos equipos médicos podrían aplicar distintos tratamientos a un mismo paciente sin que necesariamente uno de ellos fuera el único válido y el resto tuviera que descalificarse.

Censurar la «tremenda variación en la técnica o metodología de gestalt aplicada» no es un argumento de consistencia para incapacitar a la Terapia Gestalt, ni para desautorizar a ninguna disciplina, pues las discrepancias son muestras de la pluralidad de criterios, pero no premisas de las que se concluya que todo lo que se aleje de una tendencia debe condenarse como anatema o pseudociencia.

A este efecto, remito a un apartado de “La mala ciencia de la Terapia Gestalt” donde se cita la « terapia de diálogo con la silla vacía », artículo en el que argumento mi disensión con esta técnica sin por ello descalificar a quienes la utilizan. Insisto pues en la importancia de contemplar las discrepancias como una muestra de pluralidad de criterios que enriquece y dignifica la heterogeneidad de cualquier actividad.

Aunque no sea este artículo el contexto más propicio para describir qué es, en qué se fundamenta y cuales son las vertientes de la TG, bueno sería matizar que se trata de una psicoterapia humanista (que algunos incluyen dentro de la psicología existencial) en la que encontramos dos tendencias (o escuelas) bien definidas.

Una de ellas es la escuela ateórica, conocida como de la Costa Oeste, surgida en California a finales de la década de 1950 y principios de la de 1960, a partir del momento en que Frtiz Perls comenzó a considerar la Terapia Gestalt como una forma de vida más que como un modelo de terapia ajustado al sustrato teórico nacido en 1951.

La segunda tendencia es la escuela teórica, conocida como de la Costa EsteNew York Institute for Gestalt Therapy: NYIGT ), que tras la escisión propiciada por Perls se mantuvo fiel al marco teórico contenido en la publicación de Terapia Gestalt: Excitación y crecimiento de la personalidad humana  —1951— ( Gestalt Therapy: Excitement and Growth in the Human Personality ), amplio compendio conocido también como PHG.  A partir de este momento la Terapia Gestalt se expandió ampliamente, aunque sin hacer ningún esfuerzo por introducirse en los centros académicos. Mientras tanto, la corriente cognitiva de mediados del siglo XX utilizaba las universidades como plataforma y se alineaba con el método científico, algo que los gestálticos no consideraron prioritario y que hoy les pasa factura al recibir del cognitivismo los ataques con los que pretenden desprestigiarla al tildarla de pseudociencia.

Una lamentable consecuencia de esta confrontación conlleva que, si las enfermedades mentales ya de por si sufren un ancestral estigma que repercute en quienes las padecen, y la psiquiatría y los psicofármacos son objeto de ataques por parte de la antipsiquiatría (en la que militan muchos psicólogos contrarios a administrar química a los pacientes), sólo nos falta que también los profesionales de la psicoterapia se juzguen y cuestionen entre ellos, y que los muchos psicólogos cognitivo-conductuales que tras varios años de formación llegan a convertirse en terapeutas gestalt, sean descalificados por la ortodoxia omnisciente de sus compañeros de profesión quienes los tildan de acientíficos adscritos a una pseudociencia.

Seamos claros y valientes. Yo al menos voy a serlo, como también seré crítica al manifestar que el método científico no puede —ni debe— ser utilizado como patente de corso para validar cualquier práctica —sea la que sea— sin antes reconocer que es un método susceptible de falibilidad, subjetividades en su interpretación, manipulación y sometimiento a intereses ajenos a la ciencia como, por ejemplo, los intereses económicos.

En este sentido, un gran porcentaje de la profesión médica es muy crítica al valorar los resultados de ciertos trabajos científicos que cumplen todos los requisitos para serlo —para ser científicos— y que ponderan la bondad de nuevos fármacos. Trabajos tras los cuales muchas veces se esconden sesgos apenas detectables que benefician intereses espurios de la industria farmacéutica.

También es un hecho frecuente que las diferencias entre fármaco y placebo en los trabajos científicos a doble ciego es muchas veces mínima, un detalle cuantitativo en el que la industria farmacéutica no suele enfatizar al centrarse sólo en que los estudios presenten más respuestas favorables al fármaco que al placebo. Todo ello, sin alejarse un ápice de los criterios de la metodología científica de investigación.

Podría incidir en otros detalles como el vicio cultural según el cual a nada se le otorga seriedad ni credibilidad si no está validado científicamente. También la obsesiva cuantificación que convierte en científico sólo aquello susceptible de transformarse en meras estadísticas. Y sobre todo el problema cultural de sublimar la prueba científica como sinónimo de una verdad única y excluyente de cualquier otro planteamiento o enfoque de una hipótesis.

Con todo ello, al final se corre el peligro de confundir algo tan frágil como una mera conjetura estadística, con una prueba contundente de verdad absoluta y única que tanto valdría para la validación de un fármaco o de una terapia, como para negar la bondad y condenar al resto por simple exclusión metodológica.

A título personal, intento ser siempre objetiva, realista y honrada al exponer mis preferencias y criterios. Motivo por el cual también exijo que los demás lo sean conmigo y con aquello en lo que creo. Por ejemplo, no tengo ningún reparo en admitir que muchos trabajos científicos –metodológicamente correctos— equiparan la utilidad de las psicoterapias (incluida la cognitivo-conductual) frente a placebo ( An analysis of psychotherapy versus placebo Studies ), y no por ello me siento agredida, dejo de creer en los beneficios de mi trabajo como terapeuta gestalt, ni tampoco se me ocurre iniciar una cruzada para desprestigiar la metodología científica de unos trabajos por mucho que estos cuestionen la utilidad de mi actividad profesional.

Pondré más ejemplos. Cualquier psiquiatra bien formado y honrado sabe que la hipótesis serotoninérgica de la depresión no está plenamente demostrada. Ni tampoco lo está que utilizar inhibidores selectivos de recaptación de serotonina sean la causa de la elevación de este neurotransmisor en los espacios intersinápticos que justificaría el beneficio de esta familia de antidepresivos.

Pues bien, sigamos siendo honrados y reconozcamos que también el mecanismo de acción de las psicoterapias es desconocido, y que la constatación de que una psicoterapia consigue mejores resultados que el placebo no implica conocer el mecanismo de acción que propicia que esa psicoterapia funcione.

Sin embargo, y pese a todo ello, se siguen utilizando antidepresivos ISRS y se sigue tratando a los pacientes con sesiones de psicoterapia. Y si se hace, es porque ambas herramientas terapéuticas son útiles según demuestra la evidencia, y no utilizarlas sólo porque el método científico no es contundente con el mecanismo que propicia su utilidad, sería tan descabellado como desacreditar a la Terapia Gestalt sólo porque carece de suficientes trabajos científicos que la avalen, algo que expongo con la misma humildad de la que adolece el artículo al que he intentado responder con esta exposición.

Ya para finalizar, considero una indignidad y una vejación calificar como pseudociencia a la TG, máxime cuando la diferencia entre ciencia y pseudociencia tiende más a ser el resultado de un consenso sociocultural que no una constatación de pruebas, algo que de entrada se da de bruces tanto con la lógica como con lo que podríamos entender por ciencia.

Según Pablo Malo Ocejo, en su artículo El Error de Descartes y de la Terapia Cognitiva ” «la terapia cognitiva (al igual que los) no es tan específica como se supone y además de trabajar las cogniciones hace muchas otras cosas. Así que una cosa es que un psicofármaco o una psicoterapia funcione y otra que funcionen por las razones que los psiquiatras o psicólogos ofrecen», algo que en modo análogo ha sido ya expuesto anteriormente.

Y sigue diciendo Pablo Malo que «… la conclusión que se impone es que la base teórica que sustenta la aplicación de la Terapia Cognitiva es mucho más débil de lo que sus practicantes preconizan. A día de hoy no hay ciencia suficiente que soporte sus presupuestos teóricos. Así que la terapia cognitiva no puede sacar pecho y mirar por encima del hombro a la psiquiatría [ni tampoco a otras modalidades de terapia, como es la TG

«… la intervención en un trastorno mental actuando sobre las cogniciones (y en esto vuelve a haber un paralelismo con lo que ocurre con los psicofármacos) tampoco es tan especifica como suponemos y en realidad estamos actuando a otros muchos niveles por lo que en el fondo no sabemos por qué se producen los cambios que apreciamos en el estado mental de la persona».

Podemos concluir que nadie se salva de ser cuestionado. Ni siquiera el método científico es inmune a una crítica o cuestionamiento de su infalibilidad.

Por ello, para que exista una pacífica convivencia entre distintos posicionamientos, escuelas, tendencias y disciplinas en cualquier ámbito del saber, de la ciencia, de la filosofía o hasta del arte, es imperativo hacer un ejercicio de humildad y autoevaluación antes de emprender un ataque contra alguien o algo que no esté en sintonía con las propias directrices y convicciones, y aun más si este ataque parte de la soberbia de creerse en posesión de la verdad desde un sectarismo que valora la validación, la metodología y la estructura del procedimiento por encima de los resultados obtenidos en el bienestar del paciente.

La no demostración de la eficacia de un procedimiento terapéutico no implica que éste sea ineficaz y aun menos una pseudociencia. Si la terapia cognitivo conductual hubiera prescindido de publicar trabajos científicos en las décadas precedente y hoy siguiera siendo tal cual es, no por ello se convertiría en una mala praxis falaz, engañosa o peligrosa. Del mismo modo, que la Terapia Gestalt no se prodigara en publicar artículos, no es razón para tildarla de pseudociencia. 


Clotilde Sarrió – Terapia Gestalt Valencia

Licencia de Creative Commons Este artículo está escrito por Clotilde Sarrió Arnandis y se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España 

Imagen: pixabay


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