Ya son casi setenta años de la definición de salud acordada por la Organización Mundial de la Salud en su constitución. Se definió la salud como el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Además se definió que la salud es un derecho humano fundamental.
El mundo ha dado muchas vueltas, somos el triple de gente que entonces y, en general, la salud ha mejorado para casi todos.
Los esfuerzos, sin embargo, no se han ido desarrollando de forma homogénea. El progreso de las ciencias biomédicas ha aportado enormes avances de la medicina que, aplicados a la salud, han salvado millones de vidas, curado incontables enfermedades y evitado o prevenido muchos millones más. La medicina de los últimos cincuenta años ha estado caracterizada por su eficacia. Por primera vez en la historia los médicos han visto recompensados sus esfuerzos con la curación y resolución de múltiples problemas de salud, después de siglos de dedicarse a contemplar la evolución de sus enfermos sin nada que ofrecer más allá de apoyo y consuelo. Nuevos métodos diagnóstico por la imagen o análisis bioquímicos han permitido precisar diagnósticos con exactitud. Antibióticos, cirugía resolutiva, hormonas que reponen las deficientes, anestesia, vitaminas, agentes quimioterápicos… ofrecen soluciones eficaces a lo que antes fue incurable.
A ello se suma la ingente labor realizada por los profesionales de los cuidados, enfermeras y técnicos, cada vez más competentes y dispuestos.
La salud mental también ha recibido atención y se ha beneficiado de los avances de la bioquímica y la farmacología. Y de una percepción más realista y humana de los trastornos mentales, antes sólo sometidos a la reclusión manicomial.
Sin embargo, tanto la salud física como la mental, han visto fallar su eficacia cuando las condiciones, el entorno social, no ha acompañado las soluciones a las enfermedades. La pata social de la salud ha sido la que menos se ha beneficiado del progreso.
Hasta cierto punto, la medicina ha mantenido la tendencia de ocultar su ineficacia atribuyendo a condicionantes sociales sus fracasos o impotencias. Cuando no se dispone de un buen remedio, se afirma que se trata de un problema social. Los ejemplos son múltiples, pero uno reciente y flagrante fue la eclosión de la infección por el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) al final de los años 70 del pasado siglo. Hasta que no se descubrió el agente causal se consideró un problema sociocultural o incluso étnico (las cuatro “haches”: heroinómanos, homosexuales, hemofílicos y haitianos). La enfermedad de Alzheimer o la obesidad son problemas sociales (¡).
No se puede negar que considerables avances sociales han contribuido a la salud y el bienestar de los ciudadanos de todo el mundo. El acceso a la vivienda digna, la sanitarización de las ciudades, las medidas de prevención de accidentes o la alimentación adecuada, han alcanzado a una parte cada vez más mayoritaria de la población mundial. En lo que se conoce como el primer mundo, Occidente, todos esos soportes a la salud de la población están prácticamente garantizados, aunque la recesión económica de los últimos pocos años lo haya puesto en crisis.
Es más bien en el manejo, diagnóstico y tratamiento de los aspectos sociales del enfermo donde se aprecian defectos, huecos, desfases, brechas que, de no salvarse, la atención a la salud se resiente.
Si se contempla la larguísima tradición, de siglos, de los profesionales de la medicina y la quizá formalmente no tan larga, pero indudablemente desarrollada ampliamente de los profesionales de la enfermería, la diferencia con profesionales auténticos y dedicados del trabajo social sanitario, no cabe duda que las diferencias de magnitudes son abismales. La proporción de profesionales de la salud en relación con profesionales del trabajo social sanitario dedicados a la atención sanitaria rara vez es de más de 1/250, aún en los países más desarrollados.
Desde aquí apostamos por ponerle remedio a esas diferencias desde el convencimiento de que es y será un factor determinante de la salud de las gentes en los años venideros. Esa es la razón de ser del Máster de Trabajo Social Sanitario que lleva a cabo la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Xavier Allué (Editor)