Revista Cine

La tienda de los horrores – Bandidas

Publicado el 13 marzo 2010 por 39escalones

La tienda de los horrores – Bandidas

Cuando uno era chaval no era demasiado receptivo a los cambios. Los western de mujeres no le interesaban para nada. No los entendía. Uno esperaba ver su séptimo de caballería, sus indios asaltando el fuerte, sus partidas de póker, sus tiroteos al amanecer o en la calle principal de la ciudad, a John Wayne, James Stewart o Clint Eastwood, y fuera mandangas. Una obra maestra tan extraordinaria como Johnny Guitar de Nicholas Ray no tenía nada que ofrecer: era sombrío, había mucho diálogo y poca acción, y las protagonistas eran mujeres que, lejos de cantar o bailar en el saloon, disparaban y, sobre todo, hablaban y hablaban… Una forma de pensar bastante estúpida e infantil. Obviamente, Johnny Guitar era un western en toda regla, protagonizado por mujeres, dos personajes de carácter, y los hombres quedaban reducidos a meros títeres, a pobres desamparados necesitados de una Joan Crawford magistral, un iceberg en plena ebullición.

Sin embargo, hoy en día es la mentalidad infantil de siete u ocho años la que lleva a considerar una buena idea, novedosa o incluso admisible un western de mujeres como Bandidas, una de las películas más lamentables de lo que va de siglo, uno de los mayores traspiés (y mira que tiene) de la exitosa (en lo comercial y en lo personal, que no en lo artístico) carrera de Penélope Cruz en las Américas, una acreedora al título de truño del milenio. Como si a quien escribe le hubieran preguntado cuando era crío cómo sería para él un western protagonizado por mujeres, el dúo de directores noruegos (sí, dos, para hacer esto; escalofriante, ¿verdad?) Joachim Rønning y Espen Sandberg escogieron a nuestra Pe y a la mexicana Salma Hayek como protas de una película cuyo título debió ser Cuatro tetas y un destino.

Sara (Salma Hayek, actriz cuya carrera profesional no justifica tal apelativo) es una, por supuesto, atractiva aristócrata mexicana criada en Europa que vive a todo tren. María (Pe) es todo lo contrario, una marginada social, hija de un campesino, tempestuosa, inconformista, rebelde. Sus mundos son tan opuestos que jamás hubieran coincidido si una banda de forajidos no hubiera invadido sus tierras y asesinado a sus familias sirviendo a los intereses de los dueños del ferrocarril. Ellas y sus tetas, por supuesto, se alían para vengarse de los malos malosos, of course, para lo cual se convierten en elementos fuera de la ley, con atraco de banco incluido.

En este caso, como suele ser habitual, la intención de mezclar elementos tan variopintos y de tan distinta procedencia acaba con cualquier posibilidad de que algo funcione. El western, salvo contadas, contadísimas, excepciones, no se ha llevado bien ni con la comedia ni con el musical, ni tampoco con cuestiones como la guerra de sexos o el vodevil. Si a eso añadimos gotas de cine de acción no propias del western sino importadas de otras latitudes y una pretensión estética cercana al spaghetti-western, la cosa se pone mal de verdad. Y la película es realmente eso, un batiburrillo supuestamente gracioso, supuestamente romántico, supuestamente ingenioso, en el que las dos tordas en cuestión pululan por el oeste en un sucedido de aventuras inconexas y a cual más idiota, con escenas risibles y un montón de absurdeces entre los distintos espacios reservados para la acción, con un guión, si se le puede llamar así, no apto para público de una edad mental solvente, en el que el sentido del humor, si lo hay, está alojado en la cara interna de los glúteos.

Con un presupuesto desperdiciado en lujos de puesta en escena y en efectos para las escenas de acción, lo verdaderamente penoso es que, en aras de la puesta al día de un género, de su revitalización a través de la subversión de sus tópicos más reconocibles, se termina confeccionando un conjunto ridículo, donde la vuelta dada a las situaciones más comunes o previsibles del western deriva en lo estúpido, en los chistes sin gracia, en las réplicas sin ingenio, en el humor más plano, infantil, bobo y zafio que se recuerda, a medio camino entre las comedias para adolescentes con encefalograma plano y el más puro estilo Disney. Rutinario, gratuito, barato y superficial, no puede verse como western ni como comedia, ni tampoco como alegato en favor de la fortaleza de los personajes femeninos en el cine del oeste o incluso en el de acción a causa de su insoportable estupidez, de la que hace gala, incluso se recrea, a lo largo de sus, afortunadamente, breves noventa y poco minutos.

Otro “éxito” de Penélope Cruz en Estados Unidos consistente en distintos planos de escotes y tetas insinuadas en diferentes situaciones y ángulos de cámara; afortunadamente y a diferencia de otros emigrados, la actriz española no ha abandonado sus proyectos en Europa gracias a los cuales mantiene cierta reputación como actriz (excesiva, por otra parte). Porque a la vista de sus papeles en Hollywood y de las razones por las que se ha hecho famosa allí (esto es, con quién se ha acostado y demás) el camino que llevaba era el de convertirse en una nueva Sara Montiel que, tras cuatro peliculitas bochornosas en América, sobreviva contando una y otra vez la anécdota sobre los huevos fritos que le preparó a no sé quién en un rodaje en México. Mal, Pe, Bandidas, muy mal: esta película es lo que, comúnmente, se conoce como una mierda. Trabaja en Europa, o vuelve con el abuelo Woody. Hay que mantener cierta dignidad, mujer. Ah, y no repitas en el musical, que no es lo tuyo…

Acusados: todos
Atenuantes: ninguno
Agravantes: la tomadura de pelo, la apología machista que supone la película y el elogio a las tetas como vehículo de comercialidad
Sentencia: culpables de lesa humanidad
Condena: abrigo con forro de piel de cactus para todos


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