Revista Cine

La tienda de los horrores – Cosmos mortal (Alien predator, Deran Sarafian, 1985)

Publicado el 05 junio 2015 por 39escalones

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Este infame subproducto de ciencia ficción, ya de por sí insólito a nivel de financiación (está coproducida entre España y Puerto Rico), constituye una auténtica cochambre dentro del género fantástico, una absoluta aberración cuya absurda concepción solo viene superada, y empeorada, por unas interpretaciones bochornosas y un infecto acabado general. Pese a ello, su director, Deran Sarafian, consiguió saltar a Hollywood -suyo es ese otro impresentable bodrio titulado Velocidad terminal (Terminal velocity, 1994), con Charlie Sheen, Nastassja Kinski y James Gandolfini- y hoy es un prolífico director de capítulos de series de televisión.

En el caso de Cosmos mortal, cuyo título comercial en inglés es Alien predator o Alien predators, por más que la propia película contenga un subtítulo en inglés listo para su uso, The falling, asistimos a una risible amalgama de temas fantásticos y terroríficos anteriormente filmados. En concreto, se trata de un batiburrillo de La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the body snatchers, Don Siegel, 1956), La cosa (The thing, John Carpenter, 1982) y sus versiones anteriores, Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979) y, en menor medida, El diablo sobre ruedas (Duel, Steven Spielberg, 1971), aunque la mezcla sin sentido, talento ni medios produce una cataplasma difícil de tragar, y más teniendo en cuenta que el entorno donde transcurre es la madrileña ciudad de Chinchón (convertida en Duarte en la película).

Resulta que una sonda espacial fue a estrellarse en Duarte a su regreso de una misión secreta, y unos microbios extraterrestres que trajo consigo anidan en el interior de los seres vivos terrícolas, a los que exprimen y convierten en una especie de autómatas hasta que, ya maduritos, salen disparados de sus cuerpos y se aprestan a colonizar a otros seres, y así todo el rato. Tres excursionistas americanos de viaje por Europa (viajan en una autocaravana Iveco, ojo al detalle) se topan con la tostada, y se ven prisioneros en Duarte (donde había un centro de investigación de la NASA, como si nada), cuya población está poseída por el extraño mal (o eso parece, porque vecinos aparecen dos, y mientras una parece que ha metido la lengua en un ventilador, el otro aparece enmascarado, no se sabe si por exigencias del guion o de la vergüenza de salir en semejante mierda). Con ayuda de un científico americano (Luis Prendes, nada menos) se disponen a combatir a los bichos que, no obstante, son muy inteligentes. No solo intentan cortar la única salida del pueblo (un puente que bloquean y amenazan con explosionar), a pesar de que eso cuadra poco con sus intentos por colonizar el mundo, sino que están motorizados: un camión Pegaso y un SEAT de cuatro puertas no dejan de hostigar a los muchachitos, que corretean por ahí para huir (especialmente lamentable es la secuencia en la que el SEAT arroja contra una tapia a un Land Rover…).

La película, de tan mala que es, hace hasta gracia. Las secuencias de acción, completamente ridículas pero convenientemente exaltadas mediante un abusivo uso de la música de sintetizador, carecen de emoción, sentido y una adecuada sincronización que el montaje consigue incluso empeorar (la secuencia en la que el Pegaso escacha contra la pared al vecino de la máscara, o el momento en que el SEAT salta por encima de una barricada, que no se sabe qué hace allí más que para que el SEAT salte, para estrellarse contra el suelo y estallar). El diseño artístico es penoso, por no decir inexistente, y las tomas nocturnas, bien sumidas en la niebla o sumergidas en la oscuridad, difícilmente permiten ver algo (lo cual, hasta cierto punto, se agradece).

Concebida con pretensiones de difusión internacional (se rueda en inglés, y se cuenta desde el punto de vista de los turistas norteamericanos, con ciertos ribetes de trama conspiranoica apuntados por Luis Prendes, que se dobla terriblemente a sí mismo), da la impresión de que el presupuesto (relativamente generoso por parte norteamericana, a través de Puerto Rico, eso sí) se ha ido en el maquillaje de los tres bichos infectos que aparecen en el metraje, y que el resto se ha hecho con el atrezo y el material sobrante de un chino después de Halloween. De narrativa tan caprichosa como marciana (todavía es peor el intento de subtrama sentimental de triángulo amoroso de los protagonistas que la ineficaz intentona de terror extraterrestre), la conclusión ya es de traca, con ese final abierto que invita a pensar en la apocalíptica alienígena de Europa, y lo mejor que puede decirse de ella es que es corta (apenas 86 minutos).

A la vista del resultado, se entiende que España y Puerto Rico no hayan colaborado más a menudo en la coproducción de películas, aunque cabe pensar en los procelosos mundos de los despachos de producción de cine de serie B que permitieron la existencia de esta castaña, solo apta para quienes quieran descacharrarse de risa con una pésima comedia involuntaria.


La tienda de los horrores – Cosmos mortal (Alien predator, Deran Sarafian, 1985)

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