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La tienda de los horrores – Driven (2001)

Publicado el 17 noviembre 2012 por 39escalones

La tienda de los horrores – Driven (2001)

Probablemente el planeta sería mejor sin el cine de Renny Harlin, director finlandés afincado en Hollywood que ha perpetrado basura en serie del tamaño de Pesadilla en Elm Street 4 (1988), La jungla de cristal 2: alerta roja (1990), Máximo riesgo (1993), La isla de las cabezas cortadas (1995), Memoria letal (1996), Deep blue sea (1999) y una larga ristra de bodrios y mediocridades realmente insoportables paridas en esta primera década del siglo XXI, fundamentalmente petardos de terror barato o de acción digitalizada con niños bonitos de neuronas imperceptibles. La filmografía de este impresentable se ha visto condicionada, o empeorada todavía, por dos factores: su amistad con Sylvester Stallone, uno de sus ¿actores? fetiche, y su matrimonio con Geena Davis, para la cual diseñó especialmente dos o tres títulos de acción que constituyeron primero un colosal fracaso de taquilla y un fiasco de inversión multimillonaria, y después un sonado desastre conyugal… Curiosamente, tras su separación, ni uno ni otro reflotaron su carrera: Geena Davis siguió sin despegar como actriz tras sus esporádicos éxitos a finales de los ochenta y principios de los noventa (tanto fue así que dejó de lado el cine por su afición al tiro con arco, modalidad deportiva en la que llegó a representar a Estados Unidos en los Juegos Olímpicos), y Renny Harlin siguió haciendo su mierda sin un ápice de mejora. Una de sus mierdas más representativas es Driven (2001), bodrio entre los bodrios ambientado en las carreras de coches -no se sabe muy bien de Fórmula Qué…- que es tan mala y requetemala que bien podría conseguir dos efectos en uno simultáneamente: tanto podría encogerle el cuello a Fernando Alonso como hacerle brotar el pelo a Antonio Lobato.

Harlin y Stallone son tan amigos que el director aceptó una porquería de guión del ¿actor? para este proyecto, en el cual abundan las notas características del cine de ambos, destacando, como siempre, esas frases entrecortadas, de monosílabos, de oraciones breves que Stallone repite en todas sus películas, no porque interprete a personajes lacónicos, sino porque ni su cerebro ni sus escuálidas dotes interpretativas, o lo que sean, le permiten decir algo más sin parecer idiota -y aún así consigue parecerlo-. Como está escrito con encefalograma plano, la historia es la cosa más superficial, tonta y ridícula del universo, pésimamente interpretada por la colección de niños bonitos elegida en el casting y cuya finalidad parece ser únicamente no eclipsar, ni en cuanto a presencia ni en cuanto a capacidad dramática, al amigo Sylvester, el gran coloso del clembuterol. Vamos allá: Jimmy Bly (Kip Pardue -¿cómo se puede ser actor llamándose Kip Pardue? ¿Qué puñetas significa Kip Pardue? ¿Kip Pardillo?)- es un jovencito piloto de carreras que en su etapa principiante ya está a punto de ganar el campeonato de no se sabe qué -no es Fórmula 1, no son las 500 millas, no se sabe qué es, aunque acuden a carreras por todo el mundo y los bólidos parecen ser más potentes que los de Schumacher, Vettel, Webber, Hamilton y compañía-, pero que, por culpa de la presión, de la emoción y de que es un pazguato, está a punto de echarlo todo a perder a raíz de sus ataques de ansiedad, nervios y gilipuertez, provocados, acrecentados y nunca solucionados por su hermano y representante (Robert Sean Leonard, que no para de poner caritas de ñoño llorica pringado, como en toda su carrera, por cierto). Su máximo rival, Beau Brandenburg (Til Schweiger), anda por uno igual, porque su chica Sophia (Estella Warren, que es eso justamente, una Warren como no hay dos…), culo de mal asiento, lo abandona por el guaperas del Kip Pardillo-Jimmy Bly. Este par de capullos ponen de los nervios a Carl Henry (Burt Reynolds), el promotor del equipo de Jimmy -el personaje va en silla de ruedas, bien porque quieren vincular su pasado a algún accidente en la pista o bien porque Reynolds no soportaba participar en esta basura sin que le flaquearan las piernas-, que contrata a Joe Tanto (insistimos, Tanto, no Tonto -si se llamara Tonto su segundo apellido sería “Del Culo”-), un antiguo piloto suyo que sucumbió al vértigo del éxito antes de convertirse en verdaderamente grande, para que asesore, acompañe, reconforte y manipule las carreras para que el Pardillo gane, aunque sea echando del equipo al otro piloto, Memo (no es coña, la peli está llena de tontos hasta en sentido literal) Moreno (nada que ver con quien escribe, desde luego), que curiosamente es la actual pareja de la ex mujer de Tonto, digo de Tanto (Gina Gershon, siempre perturbadora, aunque en esta ocasión su máxima contribución a la cinta consista en embutirse unos vaqueros de cinco tallas menos…). O sea, que tenemos a un pendón que duda entre el Pardillo y el Beau-Bo, a un promotor sin escrúpulos, a un Tanto-Tonto que intenta corromper las carreras -deportivamente hablando- para que el Pardillo no se haga pipí dentro del coche, a un Memo al que echan del trabajo, y a su mujer, calentorra perdida, extrañamente fiel dado el percal de la cinta.

La película, reiterativa hasta decir basta -se trata de una sucesión de carreras, todas iguales, narradas constantemente por una insoportable voz en off que va contando lo que va ocurriendo, tal es la impericia y la incompetencia de Harlin para contar visualmente lo que pasa, consiste en una colección de tomas videocliperas en la que no dejan de aparecer coches, chicas guapas, música atronadora y motores rugiendo durante casi dos horas. Lo dramático está ausente: no hay humor, no hay dramatismo, no hay conflicto más allá de un montón de obviedades vacías contadas con toda superficialidad, sin profundidad ni talento alguno, sin personajes más allá de la percha cubierta con el mono de competición. Es decir, la acción por la acción, la nada absoluta, sin sentido, sin por qué, en algunos momentos, verdaderamente risible, como la toma en la que los dos rivales, que encabezan una carrera que se disputa en Alemania, paran sus coches, salen corriendo del circuito y auxilian a otro piloto, Memo cómo no, que ha tenido un grave accidente. Por supuesto, los dos son tan guays y divinos de la muerte que llegan antes que los servicios de asistencia y los equipos médicos, y, por supuesto, salvan al Memo. La película puede ser espectacular para quien guste mucho de los deportes de motor -o de los no deportes de motor, mejor dicho-, pero cinematográficamente hablando es un cagarro de aúpa, aburridísima, anodina, intrascendente, una constante sucesión de fotogramas “bonitos”, todo súpermoderno, súperguay, todos súperguapos y “súperalamoda”.

De entre tanta bazofia, destaca la presencia de Gershon y la actuación de Burt Reynolds, y también la carrera que el Pardillo y el Tanto-Tonto hacen por las calles de la ciudad en sus bólidos tras un acto de promoción; la premisa y la conclusión de la carrera son realmente estúpidas, un atentado contra la inteligencia, pero el transcurso de la persecución y la espectacularidad de las imágenes bien vale un visionado de este fragmento. Nada más.

El resto es una cinta únicamente potable para chotearse de los personajes, carcajearse con unos diálogos tan pésimos, dichos con toda seriedad y con la búsqueda de una trascendencia de baratillo de lo más ridícula, y un catálogo de poses, posturitas y miradas a cámara que son para echar la pota. De lo peor que ha pasado por esta sección, sin duda, obtuvo 7 premios Razzies en su edición correspondiente. Es posible que debieran cancelar esos premios, porque será difícil que puedan premiar cosas peores que esto.

Acusados: todos

Atenuantes: la secuencia de la persecución urbana; muy buena

Agravantes: parece el producto de un cerebro licuado

Sentencia: culpables

Condena: servir de pavimento en el campeonato mundial de carreras de apisonadoras marcha atrás


La tienda de los horrores – Driven (2001)

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