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La tienda de los horrores – El club de las primeras esposas

Publicado el 13 noviembre 2010 por 39escalones

La tienda de los horrores – El club de las primeras esposas

Ya se ha comentado aquí alguna vez: nada peor que una comedia que no hace reír ni al gato. Si pretende además ir de transgresora y se queda en un mero vehículo de propaganda de valores ultraconservadores, la cosa adquiere tintes de engaño deliberado. Pero si además va condimentada con la típica dosis de moralina made in USA tan querida por aquellos lares como odiosa cuando el almíbar empieza a desbordarse por la pantalla, el resultado es una pura catástrofe. Así ocurre con este engendro, un supuesto homenaje a las comedias sofisticadas de los años 30 y 40, titulado El club de las primeras esposas y dirigido por Hugh Wilson, un tipo especializado en cine infantil y juvenil (toda una declaración de intenciones) cuyo mayor logro en la vida fue regir en 1984 Loca academia de policía. El problema de inicio es de concepto: el homenaje a las comedias locas del Hollywood clásico intenta fotocopiar buena parte de los aspectos que las hicieron míticas (ambientes acomodados, estereotipos, premisas argumentales, gags), pero Wilson se olvida de los dos aspectos que hicieron al género inolvidable: el humor y la inteligencia. Así, Wilson elabora un subproducto de hora y tres cuartos de duración en el que la gracia permanece diluida en situaciones presuntamente desternillantes cuyo ausente ingenio quiere descansar en el fallido trío protagonista, nada menos que las “cómicas” Bette Midler, Diane Keaton y Goldie Hawn (el cartel es digno merecedor de la pena de destierro para su autor).

El trío calavera da vida a tres mujeres maduras ricas y divorciadas que en el funeral de una amiga común se percatan de que sus millonarios maridos las abandonaron por mujeres mucho más jóvenes y apetitosas que ellas. En una reacción típicamente propia de un guión escrito por una mentalidad sin cuajar, ellas se resisten a aceptar esa situación (a pesar de la fortuna particular y la labor de esquilmado constante sobre la fortuna de sus ex esposos a través de las cuantiosas pensiones de divorcio) y pretenden elaborar un minucioso plan de venganza que ridiculice, empobrezca y avergüence a sus antiguas parejas, que las deje solas y sin un dólar. La estupidez de la premisa, demasiado ridícula incluso para una comedia bufa, está clara, y la ínfima calidad del producto, también: las mejores comedias siempre hablan de temas muy serios, no de mamarrachadas para niñas de doce años. Igualmente queda telegrafiado el error de premisa de Wilson y su ¿guionista? Robert Harling: ¿cómo no iban a abandonar esos hombres a tres loros semejantes? Wilson y Harling, que pretenden hacer comedia con el despecho de estas tres elementas, dificultan la necesaria labor de empatía con su situación por parte del público creando tres personajes insulsos, frívolos, estúpidos, cuya comicidad radica en su tremenda idiotez intrínseca, a los que además se intenta dotar de cierta legitimidad moral. Así, que tengan o no éxito en su plan trae al público al fresco, pero sus maniobras para conseguirlo, presuntamente graciosas, son contempladas, además, con tanta indiferencia como hastío. Las tres, además, están muy por debajo de lo que significa ser gracioso, en lo que supone un mal habitual en el cine americano: ni la Lucille Ball de los viejos tiempos, ni Whoopi Goldberg, ni otras presuntas “cómicas oficiales” del cine de Hollywood resisten el salto al exterior de su propio país. Ni que decir tiene que Midler (habitual de comedietas ochenteras de medio pelaje, una actriz francamente antipática), Keaton (cuya caracterización como “mejor actriz cómica” de América hay que agradecer a la amistad de Woody Allen, que siempre dotó a los personajes que ella interpretó de un carisma y una personalidad de los que la actriz carece) y Hawn (que lleva viviendo toda la vida de su personaje en Loca evasión, de Spielberg, personaje que ha repetido hasta en la saciedad en versión tontificada, desde La recluta Benjamín hasta en ese engendro que tiene por hija), no están a la altura, y bucean en los chistes de corte feminista como única vía de contrapeso a un humor visual que no funciona y que hace del griterío su leitmotiv.

Así, la película, boba hasta decir basta, convierte su supuesto homenaje a los años treinta y cuarenta en un alegato “feminista” que, de puro gastado, de hortera, convencional y simplón, termina justificando la tesis totalmente contraria gracias a su abusivo empleo de la moralina y al dibujo de tres protagonistas tan memas que, además, sirven de motivo a la exposición de opiniones muy estrictas, banales y “modélicas” sobre conceptos como el matrimonio y la familia. En cuanto al resto del reparto, mientras encontrarse con Stockard Channing y, sobre todo, Maggie Smith, reconforta algo el tiempo perdido en esta basura, la aparición de esa cosa llamada Sarah Jessica Parker (nunca jamás ha estado menos justificada la fama de una “actriz”: ni por talento, ni por calida artística, ni por carisma ni por presencia física debió aparecer nunca jamás en una pantalla) posiblemente aumente el riesgo de padecer algún tipo de enfermedad cardiovascular, incluso de obstrucción intestinal o bien todo lo contrario.

Vendida como una de las mejores comedias de los noventa, queda hoy como una memez sin parangón, difícilmente justificable, que sigue las pautas de la comedia familiar estilo Disney, es decir, al mensaje moral a través de la patochada cuidadosamente diseñada. No es de extrañar que Hugh Wilson se haya dedicado a lo único que se le da más o menos (más bien menos) bien: los niños (tontos).

Acusados: todos
Atenuantes: Maggie Smith y la escena del montacargas
Agravantes: todo lo demás
Sentencia: culpables
Condena: práctica de una lobotomía con serrucho


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