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La tienda de los horrores – La corrupción de Chris Miller

Publicado el 24 septiembre 2011 por 39escalones

La tienda de los horrores – La corrupción de Chris Miller

El caso de Juan Antonio Bardem es para mirarlo. Convertido por derecho propio en uno de los cuatro miembros del “Club de la B” del cine español (junto con Buñuel, Berlanga y Borau), autor de algunas de las más recordadas y mejores películas españolas de todos los tiempos (Esa pareja feliz, Cómicos, Muerte de un ciclista, Calle Mayor), es imposible separar su decadencia como realizador de su compromiso y su militancia ideológica con la izquierda comunista. Tras sus mejores obras, empeñado en hacer cine en España alejado de las coordenadas catetas y folclóricas del cine populista de la dictadura y sin traicionar a sus ideas, poco a poco el único hueco que le fue quedando fue el de las coproducciones con estrellas internacionales en decadencia, productos alimenticios inmersos en los clichés de los distintos géneros más ligados a las modas comerciales de cada época. Este camino abierto ya en los sesenta, tuvo su eclosión en 1973 con dos películas de terror, La campana del infierno y esta La corrupción de Chris Miller, subproducto a incluir dentro del subgénero de cine de terror gótico-psicológico con tintes eróticos. Con un guión que es un espanto, cayendo en cada uno de los tópicos del género, sólo algunos ecos de la pericia de Bardem como narrador consiguen hacer superar a la película la barrera del horror en fotogramas y poder ser considerada una curiosidad.

La trama no hay por donde cogerla. Chris Miller (Marisol, mito de una época aquí ya crecidito) es una joven traumatizada que vive esperando ansiosamente la llegada de una carta de su desaparecido padre, al que cree todavía vivo en alguna parte. Lo que sabemos de ella, deducido de lo que se puede leer entre líneas en el diálogo y de lo que se ve en algunos perturbadores flashes del pasado ofrecidos en momentos de gran tensión psicológica, es que vivió desde niña con sus padrastros, que él la violó, y que actualmente ella (nada menos que Jean Seberg, que se las trae…), al mismo tiempo que intenta volverla loca (no se sabe muy bien por qué o para qué) es además su amante nocturna, en una apelación al morbo lésbico-incestuoso propia de la época pero que más forzada e inexplicada no puede ser. La cuestión es que este tira y afloja mental en el marco de una gótica mansión de, adivinamos y más adelante confirmamos, el norte de España (por más que todos los personajes principales tengan nombres extranjeros, lo cual choca mucho con los tricornios de la Guardia Civil, las localizaciones urbanas y los vehículos que se ven más adelante en la trama) estalla con la llegada de un forastero, Barney (Barry Stokes), un muchacho con los pelos propios de los setenta y pantalones paqueteros que arrastra una personalidad cruel y violenta desde el notable prólogo de la película, una orgía de sangre y destrucción criminal que promete más de lo que la película está dispuesta a dar. El muchachote, nada más llegar, le bate la clara a la madrastra, que hace a todo, y a partir de ahí nace un juego de tensión y odio en el que, pretendidamente, la violencia, la guerra psicológica y la atracción sexual, real o fingida, planea constantemente y amenaza la vida de los personajes.

La película apela a todas las clases de morbo que puede con tal de hacer avanzar su caprichosa trama a golpe de impacto en el espectador. Éste, no sólo asiste a unas buenas dosis de zumo de tomate, sino que también tiene la oportunidad de contemplar a Marisol tomando el sol (valga la rebuznancia) en top-less, trotando por el campo en ropa semitransparente, o bien con amplios escotes que dejan poco a la imaginación. Igualmente, los diálogos cargados de doble sentido, las insinuaciones de la relación con su madrastra (“esta noche, aunque te llame, no vengas a mi cama”, por ejemplo) y el triángulo sexual establecido con Barney, se unen a la “intriga” (que haberla, la verdad, no la hay precisamente) superpuesta de la verdad de lo que pudiera haberle ocurrido a la auténtica familia de Chris, así como de la investigación policial (o picoleta, según) acerca de quién ha cometido los asesinatos que recientemente se han registrado por los alrededores.

Muy influenciada por Psicosis en cuanto a la construcción de situaciones y personajes (mansión aislada, madre-madrastra autoritaria e hija-hijastra sumisa, recién llegado, crimen sanguinolento, cambio de historia a mitad de metraje, etc.), más que de influencia habría que hablar de copia y reelaboración para crear una trama distinta a partir de ella. Todo en el guión queda en el aire, cogido con alfileres, ignorado o insuficientemente explicado, presentado de manera arbitraria no en función del interés que pueda despertar en el público o de la creación de una trama compleja que tenga razón de ser, sino en las posibilidades de morbo que se pueda explotar. Las pesquisas policiales aparecen muy brevemente, de manera salpicada e inconexa, casi azarosa, casi “cuando viene bien porque no sé qué otra cosa contar”, sin que se pueda hablar puramente de una subtrama. Igualmente, los enigmas sobre el pasado de Chris quedan en el aire, sin que se nos diga nada de lo anterior, ni se dé explicación alguna, y sin que tampoco en ese aspecto, especialmente en la relación con su madrastra, la trama llegue a ninguna parte. El sexo se limita a servir en última instancia como detonante de una orgía de sangre proveniente de los taumas de Chris, a la que se une su madrastra en un final rodado a cámara lenta en el que Bardem se recrea en los pormenores de una muerte cruel y violenta, sin escatimar planos de sangre, ojos desorbitados, muecas de horror, rostros de ensañamiento psicopático y cuchillos hiriendo la carne.

Correcta en cuanto a puesta en escena, previsible en lo musical, con una partitura irrelevante desde el punto de vista de su entrega a los sustos y a los giros de guión todavía más previsibles, se trata de la típica película que, debido a su autoría por parte de uno de los más importantes cineastas españoles, la aparición en el reparto de Marisol, como bollycao de sexualidad a flor de piel, y de la malograda Jean Seberg (que se suicidó seis años después -no parece que haber actuado en la película tuviera por tanto algo que ver en ello), y la conclusión orgiástica de sangre y muerte, puede ser considerada “de culto” por algún chiflado.

Acusados: todos
Atenuantes: al menos a alguno lo liquidan, y no de manera suave y plácida precisamente
Agravantes: la búsqueda descarada del morbo, la provocación y la repulsión
Condena: culpables
Sentencia: a Bardem y Seberg: se les suspende la pena (bastante tienen); Marisol: ver todas y cada una de sus películas de niña-prodigio comentadas por Parada y su ex pianista; Barry Stokes, si es que vive, que alguien le ponga pronto remedio a eso…


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