Un truño de dimensiones sobrehumanas difícilmente explicable y asimilable. Si esta misma semana nos ocupábamos de reseñar la, con todos sus defectos, quizá mejor adaptación de todo el compendio que constituyen las distintas tradiciones de los diferentes ciclos de la leyenda artúrica a la pantalla, nos ocupamos hoy de destripar el mayor despropósito que jamás se haya hecho al respecto (y eso que últimamente se han filmado algunos más con el mismo motivo y punto de referencia: Roma), esta La última legión, sublime bodrio basado en el best-seller (ya se sabe, libro superventas escrito por un tipo que por lo general no sabe escribir de otra cosa) de Valerio Manfredi del mismo título dirigido por Doug Lefler, cuya “extensa” filmografía se agota en Dragonheart 2 (ni siquiera la primera parte), de siete años antes.
Una vez más, se intenta aprovechar la época oscura entre la desaparición del dominio romano en Inglaterra y la llegada del régimen feudal para situar historias a medio camino entre el fenómeno histórico y la leyenda, y una vez más al autor se le va la flapa e intenta conectar esos episodios legendarios con hechos comprobados científicamente y opuestos en motivaciones, desarrollo y conclusión a la trama que nos cuenta en aras de esa casa de putas llamada entretenimiento, en la que, al parecer, vale todo. En esta ocasión, Manfredi, Lefler, De Laurentiis (el productor de esta fatalidad) y compañía identifican nada menos que a Rómulo Augústulo, último soberano del Imperio Romano de Occidente (476), depuesto siendo un crío por Odoacro (Peter Mullan), rey de los hérulos, un pueblo ostrogodo que ocupó Italia, con nada menos que Uther Pendragón, padre del legendario Artús o Arturo, cómete un huevo duro… Eso conlleva irse del tarro por completo echándole un morro de proporciones siderales y convertir a Merlín (Ben Kingsley), por ejemplo, en Ambrosinus, el consejero y preceptor de la familia del niño, y a Excalibur, la legendaria espada de Arturo, en un arma forjada siglos atrás para ¡¡¡Julio César!!! Pues hala, más leña al fuego: cuando Odoacro toma posesión de Italia, el emperador es recluido en la isla de Capri (fenómeno cierto históricamente), pero es Aurelius (Colin Firth), junto a un puñado de sus legionarios y ¡¡¡una joven guerrera india!!! (Aishwarya Rai, cuya necesidad en la historia aparentemente se limita a ser, además de la coartada romanticoide de turno en una película absolutamente estúpida, el hecho de colar en el elenco una presencia exótica) enviada por el emperador romano de Oriente a echar un cable a los buenos (aunque suponga traicionar para ello a sus superiores).
Así las cosas, la ristra de imbecilidades no termina ahí: los evadidos se van a Inglaterra en busca de la última legión fiel a Roma (a una Roma que no existía ya), cuyos miembros se han convertido en granjeros y comerciantes tras años de paz en el famoso Muro de Adriano (el emperador, no Celentano), que separaba la zona romana de la tierra de los escotos, jutos, etc. Pero los buenos no cuentan con que los ostrogodos, que pactan con los lugareños hostiles a Roma, van tras ellos para hacerles pupita mala… Vamos, que, lógicamente, el final intenta encadenar esta estupidez con el comienzo de la leyenda artúrica, con el Muro de Adriano convertido en Camelot y la espada clavada en el terruño. Una idiotez mayúscula.
Lo malo es que en este caso ni siquiera puede decirse que está bien hecha. El planteamiento, como ha quedado claro, es de una ridiculez supina, pero es que aspectos como los diálogos (verdaderamente risibles), las interpretaciones, por llamarlas de alguna forma, incluso de actores que se han anotado en el pasado puntos importantes (Kingsley, Firth), los errores palmarios en la confección del casting, y los aspectos visuales, imbuidos de todas modas tan corrientes hoy, desde el abuso de efectismos pirotécnicos hasta el estilo videoclipero (utilizado primordialmente, como viene siendo habitual en el cine reciente, para disimular las deficiencias de preparación o de coreografía de escenas de combate y batalla), en nada ayudan a considerar estimable un producto que hará sonrojar de vergüenza ajena a todo aquel espectador que no tenga menos de diez años de edad (física o mental).
Acusados: todos
Atenuantes: ninguna
Agravantes: la devastadora sensación de ridiculez que destila en cada fotograma
Condena: culpables
Sentencia: convivencias de una semana con la última promoción prejubilada de los tercios de la legión de Melilla, incluye pelo en pecho, oros colgando del cuello, procesión, desfile a toda mecha y confraternización íntima con las cabras del islote de Perejil