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La tienda de los horrores – Rafi, un rey de peso

Publicado el 11 febrero 2012 por 39escalones

La tienda de los horrores – Rafi, un rey de peso

Si se traslada Un yanqui en la corte del rey Arturo de Mark Twain al tiempo presente, se la despoja de toda gracia y talento y se omite cualquier lectura crítica y sarcástica acerca de los sistemas de gobierno y las relaciones de la sociedad con la política, nos queda la novela de Emlyn Williams, probablemente de un involuntario tono infantil, en la que se basa este aborto fílmico, King Ralph, titulada en España, por si el ridículo no fuera ya suficiente, Rafi, un rey de peso, dirigida en 1991 por un tal David S. Ward, cuyo mayor éxito es sin duda una cosa llamada Abajo el periscopio (1995), otra ¿comedia? igual de espantosa que ésta.

El argumento se resume pronto: un accidente acaba con toda la familia real británica, por lo que el Estado tiene que exprimir el orden sucesorio para encontrar a un nuevo ocupante del trono, que no es otro que Ralph Jones (John Goodman), un obeso pianista de Las Vegas acostumbrado a la comida rápida, el lenguaje obsceno, la moda hortera, los programas de televisión y los pellizcos en el trasero a las coristas, vedettes y demás morralla de la ciudad del juego. Pero claro, las oportunidades que se le abren le obligan a trasladarse a Londres a asumir el trono, lo cual le fuerza a un cambio radical de hábitos y aficiones, orientado en todo momento por su cicerone en la corte, guía práctico, consejero y profesor de modos y maneras (Peter O’Toole). Esta necesidad de adaptarse a toda velocidad al estricto mundillo de la realeza, rodeado de lujos y riquezas pero también de obligaciones y servidumbres, centra las presuntas gracias de la película, que gracia, lo que se dice gracia, la tiene en el culo.

La película pretende asentarse sobre tres de los pilares básicos de la comedia de todos los tiempos. A saber: en primer lugar, el tema del “pez fuera del agua”, esto es, un personaje trasplantado por azar a un entorno no habitual repleto de situaciones en las que se siente extraño, ajeno, lo cual debe propiciar situaciones absurdas e hilarantes fundamentadas en la falta de comprensión y los equívocos constantes. Nada de eso sucede aquí, porque la sátira o la parodia quedan apartadas y son sustituidas por un pobre catálogo de gags visuales y de cutres imitaciones de slapstick que carecen de inteligencia, fuerza, vigor e interés, y que giran en torno a la adaptación a los nuevos ropajes, los actos oficiales y los necesarios discursos. Tampoco funciona como versión paródica de un Pigmalión de bajo perfil, dado que carece de agudeza en los diálogos y las situaciones generadas son más risibles que divertidas.

En segundo lugar, el “choque de culturas”: aquí la película gana algo de sátira al utilizar al americano seboso y wasp como vehículo para chotearse del envarado y patético panorama de la monarquía en general, y de la británica en particular, así como de un amplio espectro de estupideces y tonterías propias de los británicos, desde la gastronomía al absurdo ceremonial, con sus vestimentas a juego, de sus múltiples rituales y componendas. O’Toole encarna aquí a la tradición, mientras que Goodman es la mente ingenua, sincera y lúcida que se parte la caja con las chorradas a las que asiste y no se corta un pelo en ponerlas en evidencia. Se trata, en teoría, de poner la naturalidad, la sencillez y la igualdad por encima de las afectadas, falsas, impostadas e hipócritas formas de conducirse en sociedad por parte de la aristocracia. Lo cual no estaría mal si la perspectiva no fuera la de un tocino con camisa hawaiana, devorador de hamburguesas y con el tipo de encefalograma plano que pudo llevar a George W. Bush a la Casa Blanca y montar la que montó (y no nos referimos sólo a Irak, sino también a la crisis que nos ocupa, en lo cual ingleses y norteamericanos comparten culpabilidad, más allá de la diferencia de culturas).

Por último, el tercer pilar de la película es el “choque de caracteres”: del vulgar, zafio, maleducado y simplón Ralph a su estirado, elegante, frío y metódico instructor, un roce que lejos de echar chispas, no logra despertar en ningún momento la carcajada, yéndose inmediatamente a demarcaciones sentimentaloides de enfrentamiento, separación, posterior comprensión mutua y reencuentro en plan folletín sentimental, pero sin interacción real ni funcionamiento porque no se produce un intercambio cómico equilibrado entre ambos caracteres.

La escasez de ingenio en diálogos y situaciones, por más que la suntuosa ambientación resulte adecuada, y la búsqueda desesperada del sentimentalismo, suponen un lastre insalvable para una presunta historia que desaprovecha el teórico buen hacer de sus intérpretes, John Goodman, Peter O’Toole o John Hurt (que, suponemos, aceptaron sus personajes por el bien de sus cuentas corrientes), recuciéndolos a meros caricatos sin gracia. Igualmente, lo descabelladamente incongruente de la premisa, un supuesto accidente que habría acabado con toda la familia real británica y con toda la línea sucesoria al trono, algo de todo punto imposible, dado que su tentáculos se extienden a media Europa, incluida España (la familia real británica desciende de, entre muchos otros, el famoso Vlad el Empalador, conocido comúnmente gracias a la literatura como Drácula, y ha acumulado durante siglos en su filas a un amplio abanico de ladrones, asesinos, criminales y borrachos de toda índole, incluidas familias alemanas de tercera clase, nobleza arruinada que encontró en países como Rumanía, Bulgaria o Grecia un lugar donde reinar gracias a la violencia y al dedo de los británicos, alguna de cuyos miembros, fíjate qué cosas, ha terminado viviendo a cuerpo de reina gracias a los impuestos de los españolitos), y supondría la liquidación sincronizada de doscientas o trescientas personas, sitúa a la película, ya desde su misma entrada, en un territorio necesitado de fantasías, de ficciones, de simulaciones, que la historia no proporciona, y que no compensa con gags ni diálogos de calidad.

Vamos, lo que se dice una auténtica basura.

Acusados: todos
Atenuantes: al menos se ríen de los tópicos ingleses
Agravantes: no se ríe como debiera de los tópicos norteamericanos
Sentencia: culpables
Condena: pasar un fin de semana con Urdangarín y su esposa, a fin de salir en cueros en el más puro sentido de la expresión


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