Revista Cine

La tienda de los horrores: Sin reservas (Scott Hicks, 2007)

Publicado el 19 junio 2013 por 39escalones

sin-reservas_39

Una de las costumbres más irritantes del Hollywood moderno es su innecesario e invariablemente fracasado canibalismo cinematográfico, entendiendo por tal el fusilamiento de una película extranjera de gran calidad y éxito de público y el consiguiente remake con intérpretes de la casa en la creencia absurda de que estas historias necesitan traducción “estética” para su fácil y cómoda asimilación por parte del público doméstico, lo cual no es sino una excusa barata con que intentar camuflar su auténtico sentido: paliar la escasez de ideas de una fábrica de sueños cada vez más pobre y miope, estrenar un producto ya probado en la taquilla, es decir, con riesgo controlado, y dar trabajo a sus estrellas más sobrevaloradas y alimenticias. Son incontables las películas, por ejemplo, europeas, que han sufrido esta transformación, especialmente las comedias francesas e italianas, pero no sólo. Un caso flagrante es el de la maravillosa cinta alemana Deliciosa Martha (Bella Martha, Sandra Nettelbeck, 2001), convertida por obra y gracia de Castle Rock Ent. en una mierda llamada Sin reservas (No reservations, 2007).

De entrada, sólo cabría un mayor absurdo: que la película se desarrollara en un restaurante inglés, probablemente la peor gastronomía del mundo para hallar viandas con que procurarse placeres del paladar. Estados Unidos, fuera de los importantes y caros restaurantes fundamentados en cocina extranjera, no es una elección mucho mejor. Pero claro, como todo en Hollywood tiene que tener la pátina del sentimentalismo machacón y la sofisticación del sueño americano de los osos amorosos, el restaurante en que trabaja Kate Armstrong (Catherine Zeta-Jones) está en pleno Manhattan, y es un lugar de lo más exclusivo y à la mode. Este es el primer bajón respecto al original alemán. En aquella cinta, el restaurante se encontraba en Hamburgo, y se trataba de un local recogido y pulcro cuya fama se debía precisamente al buen hacer de su cocinera jefe (Martina Gedeck), una mujer normal y corriente con apariencia normal y corriente y con problemas normales y corrientes de los que suele tener la gente normal y corriente. Scott Hicks, director que no es del todo patán (es obra suya, por ejemplo, la estupenda cinta australiana Shine) opta por esa ostentosa puesta en escena de diseño y lujo en la que se incluye a la protagonista, Zeta-Jones (bipolar y, según las recientes y controvertidas declaraciones de su esposo, Michael Douglas, propietaria de un chorrete cancerígeno…), que actúa como parte de la decoración, poniendo morritos, luciendo modelitos y posturitas, y diciendo chorradas constantemente.

La cosa no mejora cuando entra en acción su partenaire, Aaron Eckhart, que interpreta al cocinero suplente que la gerente del restaurante (la excelente Patricia Clarkson, en uno de sus personajes más vergonzosos) contrata para sustituir a Kate cuando tiene noticia de la muerte de su hermana y debe hacerse cargo de su sobrina (Abigail Breslin). En la cinta alemana original este papel, el de un cocinero italiano guasón, simpaticón, bon vivant pero sensible, tierno, inteligente y buen profesional, venía interpretado estupendamente por el italiano -qué casualidad- Sergio Castellitto. Hicks y compañía deciden no cambiar ese aspecto del guión, es decir, conservar el origen italiano del personaje, pero le dan el papel a un actor en las antípodas de lo italiano, el tal Eckhart, más voluntarioso que buen intérprete. Para rematar la jugada, ahí está Abigail Breslin, rostro demasiado conocido del que uno espera todo el rato una coreografía en plan Miss Sunshine más que los pucheros que se pasa haciendo casi todo el rato. Este clarísimo error de reparto, que condiciona toda la trama para hacerla increíble, postiza, falsa, es el primer problema de la película.El segundo viene constituido por su nulo espíritu autónomo. Convertida en mera fotocopia “coloreada” del original alemán, los personajes carecen de dimensión, las situaciones de frescura, y la puesta en escena, como se ha dicho, imbuida de ese cine-espectáculo hollywoodiense que busca más apabullar con el lujo y la estética que sensibilizar y conmover al espectador, ha perdido todo atisbo de sencillez, originalidad y frescura de los que gozaba la película de Nettelbeck. Si en la película alemana casi podían palparse los olores, sentir el calor de los vapores, en la película yanqui todo es de postal, como esas fotos de los platos de papas bravas que hay en los bares y que no se parecen en nada al que luego te sirven. Ese detalle precisamente, la frescura, es la nota diferencial máxima. En la película original uno cree estar viendo un pedacito de vida ajena perfectamente verosímil, natural, dramático y agridulce, incluso con sus momentos de relajación, calma y humor. En la cinta de Hicks uno asiste continuamente al festival llamado ”poner caritas”, del que la mayor plasmación es Zeta-Jones, un verdadero horror, un espanto de actriz que no logra imprimir a su personaje ni el más mínimo rasgo de naturalidad que le impida limitarse a ser una simple percha.

Por último, la cuestión principal, la lucha de sexos y el antagonismo inicial luego convertido en amor apasionado, tampoco funciona debido a la nula química entre la pareja protagonista y, sobre todo, por culpa de un guión sentimentaloide, plano y facilón, que hace apología de la ñoñez y del sentimentalismo de manual en el dibujo de las situaciones y en la evolución de los personajes, con innecesarios y burdos interludios musicales que ilustran las imágenes de los personajes en solitario, sin lograr trasladar al espectador la verdadera emoción, tensión o tristeza que éstos sienten porque sólo interesa su apariencia, no su autenticidad. De los intentos de guardar el equilibrio con el contenido humorístico mejor no hablamos, porque lo más descacharrante de la cinta es asistir a los penosos intentos de Aaron Eckhart por parecer italiano, no menores que los de Zeta-Jones por parecer cocinera (y eso que dijo, en una de esas ridículas y estúpidas entrevistas imbéciles que suelen acompañar a los DVD como extra, que se había “preparado” asistiendo a la cocina de un restaurante de lujo de Manhattan durante seis meses… Si Stanislavsky levantara la cabeza haría un sofrito con sus tripas…).

En suma, manifiesto cagarro pre-cocinado que en la forma no es más que una mala imitación involuntariamente autoparódica, y que en el fondo empacha por dulzona con su sentimentalismo de gelatina, y aburre por la falta de vibraciones creíbles y transmisibles en los dramas y emociones que presenta.

Acusados: todos

Atenuantes: ninguno

Agravantes: dura más que la cinta original

Sentencia: culpables

Condena: una ducha en tarta de cacumen sueca para todos


La tienda de los horrores: Sin reservas (Scott Hicks, 2007)

Volver a la Portada de Logo Paperblog