Cuando un ente normativo publica cambios que afectan el uso
y las costumbres de la gente, suele haber una respuesta social. Es el caso de la RAE (Real
Academia Española de la Lengua) cuando realiza cambios en las normas que
afectan el modo de escribir de las personas, buscando preservar la correcta escritura en nuestro idioma. Pero un cambio que ha levantado
tremendo vuelo y mucho polvo, el la supresión de la tilde en la palabra
"sólo" cuando puede ser remplazada por "solamente", y para
distinguirla de cuando se habla de "solo" por un tema de soledad o
falta de compañía.
Al parecer los puristas de las normas venían observando el hecho de que en este caso no se cumplía con los requerimientos de una tilde diacrítica, y por ello, de
acuerdo con la norma aprobada por las 22 Academias de la Lengua Española en
2010 en Guadalajara (México), la RAE estableció que esa tilde no es necesaria, y así lo publicó en la edición del 2010 de la
«Ortografía de la Lengua Española».
Hay que decir que más que una norma fue una
recomendación, pues su uso aún es opcional, ya que los miembros no llegaron a
un acuerdo sobre el tema, y la Academia permite usar la tilde “por costumbre”.
Sin embargo, la Academia Mexicana de la
Lengua sólo (porque no está sola pero sí lo hace solamente en ese caso) recomienda el uso de la tilde por razones didácticas y de claridad
comunicativa, y aunque considera que esto no contradice lo normado por la RAE, expresa la situación con la que se encuentran diariamente escritores y redactores en todo el mundo: ¿soy fiel a la norma o soy fiel a mis lectores a los que debo claridad en mis textos?
Como publicó el diario español ABC (http://www.abc.es/cultura/20141130/abci-solo-tilde-201411291825.html), muchos escritores no sólo acusan el golpe y sienten el hecho, sino que se rebelan contra el abuso de autoridad, y yo me uno a ellos de forma tajante y consistente. Aquí algunos de los comentarios encontrados:
Diego Moreno, editor de Nórdica: «Al principio decidimos
seguir la norma de la RAE, pero desde enero de 2013 hemos vuelto a poner el
acento porque quitarlo era como empobrecer la lengua».
Carlos Pardo, escritor: «Estoy a favor de acentuarlo porque
es necesario para no caer en la ambigüedad. Quitarlo limita el lenguaje a un
intercambio de información».
José María Merino, escritor y académico: «Que vamos
perdiendo tildes... ¡pues vamos perdiendo tildes! A mí, desde luego, me suena
más raro perderla en el aún. Yo, por eso, no discuto».
Sergio del Molino, escritor: «Yo no sólo pongo la tilde
diacrítica, sino que pido a todos los editores de mis libros que me la respeten
en los textos. A veces lo hacen, y otras no».
Manuel Vilas, escritor:
«Es oportuno que la RAE actualice y democratice la
ortografía del español. También hubo gente que se rasgó las vestiduras al
quitar la tilde a fué».
Carme Riera, escritora y académica:
«La supresión de la tilde se hizo para simplificar al máximo
la ortografía, que es la tendencia que guía a los especialistas de la Real
Academia».
Sin embargo pocos escritos al respecto han sido tan
elocuentes como el que trascribo a continuación y comparto gozosamente con
nuestros lectores, y con la salvedad de que lo hago sólo (así, con una tilde
clara y bien puesta) por placer puro y para nada culpable.
«S.O.S.» (por David Gistau)
De todas las criaturas en peligro de extinción, la que menos
compasión inspira es la tilde diacrítica. Concretamente, la que solía motejar
el adverbio sólo con una gracia como de flequillo de Tintín que ya apenas
sobrevive sino en los escasos renglones que aún resisten a las normas de
rendición de la RAE. Entiendo que esta amputación no conmueva a nadie. Que, con
toda la fotogenia de la extinción ocupada en linces y ballenas, nadie repare en
la crueldad con que estos pobres adverbios son desmochados uno a uno por
sicarios de la RAE cuya diligencia en el exterminio algo tiene de perversión
propia, pues la RAE no hizo sino una recomendación en la que algunos vimos una
última esperanza para la conservación de algunos ejemplares de sólo.
Estaré solo hasta las tres. ¡Desambigüadme esto, criminales!
Ah, no podéis, ¿verdad? Necesitáis un contexto, ¿verdad? Habéis procurado
simplificar la gramática para evitar errores al tarugo, ¿y ahora necesitáis un
contexto? ¡Pues no hay contexto, hala! Os quedaréis sin saber si me iré a las
tres o si permaneceré sin compañía hasta entonces. Mientras la duda os corroe,
tal vez vayáis comprendiendo que de la extirpación de la tilde diacrítica puede
decirse lo mismo que Fouché de la ejecución de Enghien: fue peor que un crimen,
fue un error. No lo olvidaremos cuando comencemos a excavar fosas comunes de
tildes diacríticas, borradas con desdén por correctores de estilo a quienes les
resultará inútil tratar de ocultarse detrás de un concepto de la Obediencia Debida
a la RAE, en cuyos muros, como antes Umbral, nos meamos los activistas del
adverbio tildado. Yo me arrojo contra el parabrisas de la furgoneta en la que
se llevan la tilde diacrítica al sacrificio.
Esto no es un artículo, es un manifiesto como los que hace
Rosa Montero para concienciar. Denuncio que en ABC se está llevando a cabo una
matanza de tildes diacríticas que debe de haber dejado compungidos, llorando
lágrimas de tinta, los rostros de los ilustres antepasados que jalonan, como en
la galería de retratos de una dinastía, el salón de entrada a la Biblioteca. El
enemigo no tiene rasgos, pero está ganando la batalla pese a nuestras súplicas,
a nuestras peticiones de piedad, aun a nuestras exigencias, en los escasos
momentos de bravura ante el ciclópeo poder que nos abruma, de que se nos
permita acentuar el adverbio sólo e incluso ponerle guirnaldas si se nos canta.
Nada. Inútil. La cuchilla se abate una y otra vez, y el matarife presenta a la
muchedumbre la tilde diacrítica cercenada. No nos rendiremos. Encontraremos
modos de restituir su empaque al adverbio torturado, de devolverle su
singularidad ajena al contexto. Pero el enemigo es tenaz. Su obra sangrienta de
mutilación es lo primero que descubrimos cada día en la primera edición de
Kiosko y Más. Una espantosa montonera de adverbios pasados a cuchillo que nos
obliga a llorar bajito en la cama para no despertar a la esposa.