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La Torería

Por Antoniodiaz
La Torería
"Siempre me ha parecido esencial el que además de ser torero uno lo parezca. Más que esencial, la torería es imprescindible y sin ella no tendría sentido nada de lo que aquí cuento. Quizás esa visión sea o parezca un tanto tópica pero inevitablemente para mí es vital porque en la torería me crié y me formé, en unos tiempos en los que realmente esa palabra tenía un enorme sentido. Es sabido por todos los aficionados que desde que tengo uso de razón mi casa, mi hogar, ha sido una plaza de toros, la plaza de Madrid con toda su importancia de entonces y de ahora. Desde muy chico mis juegos, mi ambiente,... mi vida en una palabra estuvieron marcados por el toreo. Mi cuñado fue mayoral de la plaza de Las Ventas con lo que mis pillerías de niño tenían como escenario corrales, tendidos y tercios del coso madrileño. Así que además de impregnarme de lo que sería el armazón de la fiesta mis sentimientos se fueron forjando junto a grandes matadores de toros, junto a toreros en el más amplio sentido a los que admiraba, observaba y escuchaba con toda la atención que entonces yo era capaz de poseer. Así crecí y con ello me fui haciendo torero desde cuando apenas levantaba una cuarta.
Observar y sentir a aquellas gentes, apasionarme con lo que me contaban de las grandes figuras, e incluso poder acercarme a aquellos fenómenos me marcó sin duda. Ver a Juan Belmonte interpretar su tauromaquia, sorprenderme y casi atemorizarme por la gallardía y la majestuosidad de Manolete,… tener el privilegio de estar muy cerca de la torería fue como una droga y aquello se me metió en las venas, en las carnes, llegando a formar parte de mí. Por eso, desde cuando sólo podía soñar con llegar a ser como ellos, aquella espiritualidad se convirtió en mi aire, fue mi verdadero oxígeno.
Un torero tiene que serlo en todo momento, desde el principio y hasta el final. Claro que hay varias formas de demostrarlo: la normal o exterior y la personal o interior. Esta va con cada uno y aquella hay que provocarla, incitarla. Desde siempre me ha gustado vestirme de luces muy pronto porque creo que el ejercicio de meterse en el espíritu del torero es complicado y la metamorfosis debe hacerse a conciencia. En la calle era un tipo normal y luego en la habitación, según me iba vistiendo, me transformaba. Casi desde mis comienzos me ha gustado ponerme el traje de una forma ritual, siempre muy despacio y paso a paso... Sería como ir metiéndome en una piel de luces y de gallardía lo que es igual a decir que el proceso es complicado y delicado. De esa forma me ponía una media, luego la otra..., siempre haciendo las mismas cosas y vistiéndome por el mismo lado... Muy despacio y concienciándome de que la corrida ya estaba ahí y que en unos momentos estaría por fin en la plaza... Una y otra vez, en cada cuarto lujoso o modesto, he afrontado en solitario mi metamorfosis, concentrado y recluido en compañía tan sólo de los recuerdos y los sentimientos que labré sin darme cuenta desde muy pequeño.
En el hotel el miedo y la preocupación te rondan permanentemente... Tienes que acostumbrarte a convivir con ello y lo vas haciendo a sorbos. Pero es tan fuerte la conjunción de energías que por mucho que te digan, que por mucho que te intenten distraer, no dejas de darle vueltas a la ganadería, a los problemas que te pueda traer porque recuerdas algún toro de ese mismo hierro que lidiaste otra vez... Por si todo eso no fuese ya bastante está el público siempre irascible y a quien es imposible comprender aunque lleves tiempo y más tiempo lidiando con ellos. Cuando los miedos del toro ya han sido asimilados comienzan a surgir los temores por la gente, por los aficionados y sus reacciones. Esos nuevos agobios aparecen, curiosamente, cuando vas camino de la plaza. Y es precisamente en el momento de divisarla de lejos cuando brota a raudales toda la emoción y toda la tensión que tenías acumulada.
Semejante conjunto de factores que sin duda fraguan tu torería estallan en el patio de cuadrillas al que siempre he llegado rebosante de preocupación, con una expresión que refleja toda una mezcla de sensaciones a las que, igual que toreando, hay que darles el pecho y cargarles la suerte... Mandar en ellas sometiéndolas. Ahí está la torería.
En el patio lo primero que he hecho ha sido asomarme al ruedo y mirar a los tendidos, observar al público en lo que podría ser un primer cite o un primer desplante un tanto arrogante hacia ti mismo y que te sirve para reafirmarte en tu torería... Entre unas cosas y otras, semejante estado te agarrota de tal forma que ansías el sonido del clarín y que comience de una vez la puesta en escena de todo lo que has estado rumiando durante la "metamorfosis".
El reloj marca la hora, siempre en punto. Un clarinazo surca los aires y al ritmo del timbal se abre el portón de cuadrillas y ahí está, ya, todo lo que has soñado y temido. Al pisar el albero clavas por vez primera las zapatillas en una prueba de asentamiento, en una toma de posesión de todo lo que te ha invadido y que ahora sueltas por los pies para que se quede allí en el ruedo formando parte del fluido en el que te moverás, en el que vivirás durante un par de horas. Un "dios reparta suerte" indica que comienza el paseíllo y entonces ya eres torero, el torero. Procurando mantener fría la cabeza y también el corazón, con la boca y el aliento absolutamente resecos, adoptas la postura para empezar con el primero de los ritos de la lidia: inicias el paseo con una actitud que no debe ser ni arrogante ni arrugada... El torero tiene que ser y que estar, siempre, lo más natural posible pero gustándose, y, como en todo lo que luego se habrá de realizar, tus gestos y tus movimientos estarán marcados por la templanza...
El paseíllo hay que hacerlo andando siempre muy despacio y con la mirada fija en la presidencia, no en los tendidos ni en la gente... Miras al frente porque allí está tu ilusión y tu sueño, porque ante tus ojos y tus sentidos se reflejan tus propias pasiones. Y en ese trance debes comprobarte imaginando que estás delante de un espejo y aguantar esa embestida, la tuya. Así, poco a poco, llegas a la barrera, dejas el capote de paseo y lo cambias por el de brega. Es justo ahora cuando toda la metamorfosis empieza a concluir, cuando la torería interior debe comenzar a aflorar de forma espontánea, nunca forzada, porque para eso has querido ser torero, ser figura del toreo. Desde ese mismo instante tu carnet de identidad ha perdido todo su sentido y ya no tienes nombre ni apellidos... Ahora eres un TORERO, ya no hay otras inquietudes ni otras preocupaciones... Ahora tu cabeza ha expulsado todo lo que tú antes habías metido en ella y un único pensamiento da órdenes a los músculos y al corazón: hacerlo todo en torero, con gusto, dejándote ver y dándote importancia. Con torería".  Javier Manzano Antoñete, La tauromaquia de la movidaEditorial Reino de CordeliaBlog del libro AQUÍ

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