¿Se puede vivir sin demanda interna? Por supuesto –dirán las empresas exportadoras, que las hay, aunque sean principalmente de servicios o consultoría, sectores que, aunque requieren mano de obra cualificada, son poco intensivos en mano de obra, es decir, no crean empleo con el brío suficiente para levantar la economía. Estas empresas suelen optar, en función de la complejidad del mercado exterior al que se dirigen, por personal autóctono buen conocedor de la tierra que se pisa o bien por exportar a esos lugares a su propio personal, con lo que el consumo interno tampoco se fortalece. En la práctica, desgraciadamente, la respuesta es negativa porque sin consumidores que compren (que de eso se trata), tampoco las empresas podrán sacar del almacén el producto que fabrican. Con la reciente reforma laboral, la opción más cómoda, fácil, rápida y económica es despedir. Estos nuevos parados consumirán todavía menos de lo que lo hacían, lo que hará entrar en apuros a otras empresas que hasta entonces subsistían y que, a su vez, despedirán a sus trabajadores. Y así hasta la nada.
Cacerolada en la Plaza Catalunya de Barcelona (Jonathan Grevsen)
¿Y qué hacen entonces aquellos a los que dimos un voto, el voto, de confianza para salir de esta espiral malévola? Pues también han tirado por lo cómodo, fácil, rápido y barato: no pagar a sus proveedores, más recortes, más impuestos, menos prestaciones sanitarias y sociales, repago y menosprecio de la educación, que es el único salvoconducto para cruzar la puerta de salida. Y todo esto salpicado de unas insoportables aquiescencia y complicidad con las malas prácticas bancarias, que no fían ni se fían, pero tampoco generan confianza en el exterior. La tormenta perfecta. Los griegos están devolviendo la pelota y ya han sacado unos mil millones de euros de sus cuentas. Grecia es España dentro de unos meses.
Sólo hay un sector que aún conserva sus esperanzas de futuro: son los fabricantes de utensilios de cocina, cazuelas, sartenes y cucharones en general porque el grito mudo del 15M ha dado paso a sonoras caceroladas para despertar a la ciudad dormida. Protestar desgasta mucho y hay que mantener las armas a punto y sin desconchados, que luego hay que hacer la cena en la cazuela magullada, pero que el ruido retumbe cada día con más fuerza hasta que sea ensordecedor. Y aún así, dirán que no se lo advertimos.