
La leyenda bíblica de Goliat es conocida. El joven y frágil David, decidido, acabará con la vida del fiero, enorme y devastador -enemigo de su pueblo- Goliat. Metiendo David la mano en su bolsa, cogió de allí una piedra y la tiró con su honda; al instante el filisteo Goliat fue herido en su frente y cayó sobre su rostro en la tierra ensangrentada. Así venció David al filisteo con su honda y una piedra, lo hirió y lo mató sin tener David espada alguna en su mano. De esta forma el libro de Samuel contará la leyenda heroica del judío David sobre el gigante Goliat. Es la mitología, una de las que la civilización europea se alimentó para forjar su cultura. Y el Arte es cultura representada. Los pintores y sus tendencias plasmaron el rostro de David en muchas de sus obras. Pero fue el Barroco el estilo que mejor supo llevar esa mitología -la bíblica en general y la heroica de David en particular- a la más bella y mejor forma de representar una imagen trascendente junto a una muy grata sensación.
Guido Cagnacci (1601-1682) pasó a la historia del Arte con pocas recomendaciones. Sus contemporáneos no le alabaron ni le admiraron. Claro que llegar a la gloria artística, que brillar fuerte, en el Barroco era lo más difícil del mundo: estaba lleno de genios. Y Cagnacci además no innovó desde una perspectiva solo moderna para la época, sino que llevaría además su Arte a combinar sensualidad con belleza natural, a la vez que utilizaría fondos poco elaborados, éstos más monocromáticos y alejados tanto del personaje como de su relevancia. Se adelantaría el pintor barroco al Arte neoclasicista en dos siglos... Pero, de todos los posibles cuadros de su producción, este óleo, David con la cabeza de Goliat, es una muestra extraordinaria no solo para valorarle sino también para comprender el Arte, el barroco, el genial, el auténtico y el más seductor. No bastará con hacer llegar una luz a nuestros ojos que delimite formas armoniosas, habrá que transmitir además cosas, mensajes, enseñanzas, alardes vitales, un sentido profundo y real de lo que el propio Arte nos produzca.
En su obra Cagnacci consigue, gracias a la profundidad de la perspectiva dividida entre el gris y el negro del fondo, aumentar así la grandeza de la figura de un David vencedor y satisfecho. El gris del fondo lo realza a él bellamente; el negro del fondo oscurecerá -aún más- la cabeza degollada y detestable de Goliat. Detalle este de importancia para la belleza de un barroco naturalista, pero no grotesco ni cruento ni ensangrentado. La imagen de David es la imagen de la seguridad desde antes de haberse decidido él a llevar a cabo la hazaña heroica. Aquí no mira David a su enemigo abatido, no nos mirará a nosotros tampoco, no mira siquiera arriba ni abajo, mirará a su derecha. ¿Pero, hacia qué? Hacia la abandonada miseria del temor que hace a los hombres desaparecer entre las sombras. Porque él no ha desaparecido así. David ha triunfado porque lo había decidido él así desde mucho antes de haberlo podido hacer luego. Y mirará convencido, es decir, vencedor consigo mismo, de lo que por ser humano -no bestia ni inhumano- ha sido capaz de llevar a cabo frente a las desvanecidas sensaciones angustiadas de la vida.
El Barroco es florecimiento bello, es adorno destacado, y aquí el pintor italiano nos muestra no al real y exacto joven hebreo de la leyenda, no, sino al elegante efebo del siglo XVII que lleva aquí su vestido, su capa y su sombrero coronado además con una perfecta pluma enjoyada de perlas. ¿Hay mayor contraste aquí con la cuerda anudada que formará la honda asesina que porta David en su mano derecha? ¿Y con la cabeza de Goliat que ofrece el feroz y aterrador perfil más siniestro que un ser tan malvado así pudiera? Pero el Arte genial de Cagnacci y su barroco poderoso utilizarán aquí el equilibrio y la composición más demoledora para abatir la sordidez de tan heroico crimen, y, además, destacarán así con ello la promesa sosegadora de un futuro esplendoroso. Porque aquí la inteligencia, la decisión y la honradez humanas vencerán a la pérfida, brutal y más desensibilizadora maldad de la otra mitad de lo humano. Y el mensaje artístico se transmitirá con su maravillosa eternidad. Los que pasen por su lado o los que vean la imagen representada entenderán la sutil y bella escena de un David mirando, victorioso de sí mismo, hacia su derecha invisible. Porque ahí estará otra de las grandes características del Arte: el creador deja aquí fuera del escenario visible las múltiples cosas que puedan ser miradas por el personaje retratado... Cada cual de nosotros que lo mire podrá así añadirlas según desee su propia emoción. Esas serán las cosas por las que merecerá vencerse y vencer las temeridades y dificultades más decepcionantes de nuestra vida.
(Óleo del pintor barroco Guido Cagnacci, David con la cabeza de Goliat, 1650, Museo Paul Getty, Los Ángeles, EEUU.)
