Revista Opinión

La transparencia nos hace invisibles

Publicado el 24 septiembre 2012 por Carmentxu

Mañana acaba el plazo para presentar enmiendas al proyecto de Ley de Transparencia, Acceso a la Información y Buen Gobierno. Sí, con mayúsculas y el plazo, ampliable si lo piden los partidos políticos. Por no saber, no sabemos ni por dónde van las enmiendas que presentarán los mismos partidos a los que esa ley sacaría los colores si respondiera a su nombre. El proyecto de Ley de Transparencia, tal y como está redactado, mantiene la opacidad de que tradicionalmente han hecho gala los sucesivos gobiernos central, autonómicos y municipales, también las diputaciones, reinos de Taifás. Frente a esa opacidad, los ciudadanos asisten entre resignados y malpensados para, finalmente, caer en la desconfianza y el pasotismo respecto a la vida pública. La falta de transparencia alimenta la conciencia de que el dinero público, el de todos, se escapa por los coladeros de la cocina donde se cuece lo que de verdad importa y transita alegremente por una intrincada maraña de cañerías hasta diluirse finalmente en un mar de impunidad. A esa cocina nos está vedada la entrada como si fuéramos un niño que pudiera quemarse con el fuego del cocido o ensuciarse con la grasa de una estancia que hace tiempo que nadie limpia. Y para que no moleste mientras los mayores hacen y deshacen en los fogones, se le enciende la televisión. Allí podrá comprobar qué fácil es ganar dinero rápido y tener cinco segundos de gloria. Precisamente cuando más falta haría, la Ley de Transparencia va a nacer coja, manca, ciega y sorda: la escriben los que esconden, los que rodean la verdad de un paño oscuro para hacerla desaparecer ante la mirada incrédula de la platea, la redactan los favorecidos por un status quo basado en el ostracismo y la ignorancia del antes respetable público. La La transparencia nos hace invisiblesAdministración podrá responder con el silencio, que servirá como una respuesta negativa a cualquier interpelación ciudadana, sin necesidad de motivar ese silencio. Seremos todavía más invisibles. Además, lejos de ser un derecho fundamental, lo que aquí se entiende por transparencia se inscribe en el apartado sobre acceso a los archivos y registros administrativos del Título IV de la Constitución: Del Gobierno y de la Administración. No conviene hacer fundamental lo fundamental: el acceso libre y sin cortapisas a conocer, entre otros muchos desmanes, los contratos millonarios con empresas privadas a las que la administración externaliza tareas que hasta ese momento habían sido llevadas a cabo y, por tanto de forma gratuita, por funcionarios. Debe opinar esa administración silenciosa que, con la que está cayendo, no conviene despertar a la bestia ni soliviantar los ánimos de una población ya demasiado machacada: mejor que siga viendo la tele y no moleste ni se cuestione más allá los guisos de sus mayores. Pero la crisis, innegable, no ha caído del cielo como una maldición divina contra la que poco o nada se puede hacer excepto salvar los trastos o irse a “un lugar recóndito”. No es una inclemencia del tiempo: es una tormenta perfecta orquestada en el laboratorio de un equipo de neoliberales enloquecidos que ahora experimentan con humanos. Por algún sitio tenía que pinchar la insostenible y anabolizada burbuja inmobiliaria de la que se aprovecharon políticos, constructores y entidades financieras. Con la crisis muchos han continuado y otros nuevos se han subido al tren del dinero y viven aún más por encima de nuestras posibilidades. Les está siendo muy útil y, mientras, y ante la algarabía y alboroto general, silencio en la sala.


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