Revista Arte
¿Qué hace que las cosas sucedan como lo hacen, y no de otra manera? ¿Por qué la inspiración nos conduce a una idea y no a otra? Y si no hubiese sido así, ¿cómo hubiera sido?, y sobre todo ¿qué hubiese sucedido si no se hubiera hecho así, o si se hubiera tomado otro camino? Las Musas fueron la invención que los antiguos griegos idearon para justificar la inspiración, ¿de dónde provenía?, se preguntaban. Antes de que se establecieran las nueve musas (tres de la poesía -la épica, la lírica y la didáctica, ésta última referida a la astrología-, una de la historia, otra de la música, la de la tragedia, la de los cantos, la de la comedia y finalmente la de la danza), se llegaron a adorar en Beocia, región de Grecia donde se situaba Tebas, las primeras tres musas de la historia griega.
Estas eran tres hermanas, Meletea, Mnemea y Aedea. La primera, Meletea, era el pensamiento, la meditación inicial, la que imaginaba vagamente la idea, la que esbozaba la chispa de la creación; la segunda, Mnemea, es la que se encarga de darle forma, es la memoria, la que recuerda y plasma lo que su hermana Meletea a pensado antes. Esta Musa realmente es la fundamental de la creación, la que concreta, la que fija la ideación abstracta de lo que Meletea simplemente -aunque no es poco- había fugazmente ideado. Sólo con Mnemea se plasma realmente la creación, se toma la decisión final de lo que sea. Aedea, la última hermana, es la ejecutora final de la creación con los medios artísticos que fueren, cantar, tocar, escribir, grabar, etc...
Jack Williamson (1908-2006), escritor estadounidense, fue uno de los primeros autores en dedicarse a la ciencia-ficción. En los años treinta del pasado siglo publicó relatos de este género que se hicieron muy famosos gracias a la revista Amazing Stories. En uno de esos relatos un personaje de una de sus ficciones, llamado Jumbar, debe elegir entre escoger un guijarro o un imán, para crear un mundo u otro. Eso provocó que, más tarde, se denominara Punto Jumbar al acontecimiento especial y singular al que a partir de ahí todo cambiara y fuese diferente. Surgió entonces el concepto de ucronía para describir el género literario que permitía, a partir de un suceso en el pasado, cambiar los acontecimientos y desarrollar todo lo nuevo que tendría que suceder como consecuencia de ese trascendental cambio.
Muchos autores han creado novelas que han utilizado la ucronía como motivo fundamental de su narración. Por ejemplo el escritor norteamericano Harry Turtledove (1949) publicó en 2002 Britania conquistada, que contaba la historia de lo que hubiese sucedido si la Armada Invencible de Felipe II hubiera tenido éxito; o el también escritor americano Gregory Benford narró en su novela Hitler victorioso la posibilidad de que los aliados hubiesen perdido la Segunda Guerra Mundial. En la Historia académica algunos historiadores han utilizado un método parecido para la crítica histórica. Es lo llamado Historia contrafactual, que desarrolla supuestos alternos para sucesos que pudieron haber sido de otra forma y las consecuencias que de ello se hubieran podido originar.
De las muchas ocasiones que la Historia tiene para citar momentos trascendentales en su desarrollo, quiero destacar dos acontecimientos, dos batallas -los hechos drásticos en el pasado de cambio histórico- que, sucedidas con más de dos mil años de diferencia, resultaron claves en el mundo que después de ellas se vivió, y que tienen mucho que ver con lo que ahora vivimos. Una de ellas fue la batalla de Gaugalema, donde Alejandro el Magno venció al enorme y grandioso imperio Persa. Fue el 1 de octubre de 331 antes de Cristo. Se trataba entonces de que o existiera un mundo Occidental o un mundo Oriental, que prevaleciese. Lo que hubiese sucedido de perder los griegos esa batalla sólo los historiadores, o ni ellos, pueden si acaso imaginar. Fue el triunfo de la cultura helénica frente a la oriental, entonces poderosa y dirigida por la dinastía aqueménida de Darío III, dinastía y mundo que acabó con la victoria de Alejandro de Macedonia.
Otra batalla significativa fue la de Sedán, producida el 1 de septiembre de 1870, y que significó el triunfo del inminente y poderoso imperio alemán frente al débil y decaído -reflejo deslavazado de lo que fue- segundo imperio francés de Napoleón III. Fue una derrota bestial la que ocasionaron los alemanes a Francia, destruyendo a todo el ejército y humillando al propio emperador. Como consecuencia el kaiser Guillermo I de Prusia fue proclamado emperador de Alemania en el propio Palacio francés de Versalles en enero de 1871. El enorme poder e influencia que Alemania consiguió la llevó a la Primera Guerra Mundial y de ésta se provocó la siguiente devastadora y criminal guerra veinte años después.
En el Arte, los creadores eligen un tema para plasmar, por ejemplo, en un lienzo; ¿qué les lleva a pintar algo así? La Musa Mnemea es la responsable según los antiguos griegos de que la idea se lleve a cabo. La realidad es que las obras, como las vidas de las personas, son lo que son porque así fueron decididas. Podían haber sido decididas de otro modo, pero ¿cómo sabremos nunca el diferente modo de algo que ya se creó así? Sólo algunos creadores han hecho de su arte una ficción de lo que otros genios antes que ellos hicieron. También en estos casos la Musa debe trabajar, ya que ¿por qué hacerlo? Lo cierto es que el tiempo ayuda a justificar su inspiración, a no considerarla veleidosa ya que únicamente la veleidad existe cuando sólo algo trivial puede cambiarse de inmediato. Lo cierto, digo, es que si el tiempo pasó lo nuevo que se cree ya es otra obra, ya es otro camino, y nunca, nunca, sabremos qué otra cosa, entonces, pudimos también crear, o vivir.
(Cuadro de Jan Brueghel el viejo, Batalla de Arbela, 1602, -batalla ganada por Alejandro el Magno- Museo del Louvre; Bajorrelieve de la Escuela de Atenas, Las tres Musas, siglo IV a.C.; Grabado de la Batalla de Reischoffen, 1870- Batalla de Sedán-, del grabador francés Jean-Charles Pellerin, 1756-1836; Cuadro de Anton von Werner, 1843-1915, La proclamación del imperio Alemán, 1885, Museo Bismarck, Alemania; Óleo de Rembrandt, Hombre con yelmo dorado, 1650; Cuadro de Picasso, Hombre con yelmo dorado, interpretación de un cuadro de Rembrandt, 1969; Cuadro La Gioconda, de Leonardo da Vinci, 1502, Louvre; Óleo anónimo de un copista de La Gioconda, La Mona Lisa, siglo XVI, Museo del Prado; Cuadro de Velázquez, Las Meninas, 1657, Prado; Óleo de Picasso, Las Meninas según Velázquez, 1957.)
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