Cada niño que lleve la fiambrera con su comida al colegio deberá pagar en Catalunya tres euros en concepto de utilización del microondas, limpieza de las instalaciones y vigilancia por parte de los monitores. A propósito de esta nueva indigestión, me asaltan algunas dudas: los días que el niño lleve bocadillo o una comida fría, como una ensaladilla rusa por viajar un poco, ¿verá su cuota reducida al no necesitar microondas? Si el niño está bien enseñado y él mismo limpia lo que ensucia, ¿deberá pagar la cuota integra aunque no haga necesario ese servicio de limpieza posterior? Y si es suficientemente mayor para comer solito y sin vigilancia continua, ¿se le reducirá el gravamen o se le abonará ese dinero que destina a un servicio innecesario?
Y aún una última duda: ¿adónde vamos a ir a parar? ¿Dónde nos llevan los que mandan, los bien alimentados, esos a los que invitamos a comer cada día? Dondequiera que sea, parece ya queda poco: estamos llegando a la España atrasada de hace 40 años, pero sin esperanza, sin tierra a la vista aunque las gaviotas empiecen a tapar el sol. Y Gila, más cercano cada día, es hoy la imagen que nos devuelve el espejo. El Maestro no ha muerto: vive en las ondas y sale cada cierto tiempo para continuar burlándose de las burlas con que aliñan el verano nuestros políticos, como si no estuviera ya bastante condimentado.